domingo, 30 de enero de 2011

Como se allanó el camino a la llegada de Hugo Chávez (II)

1995: Comienza la abolición del liderazgo.

Desde que el Dr. Rafael Caldera asumió el poder en el año 1994, comenzó a hacerse sentir en el ámbito militar, sobre todo en el Ejército, la presencia de su yerno, el General Rubén Matías Rojas Pérez al igual que la de su ex edecán el General de División retirado Aníbal Ribas Ostos, quien fue nombrado Director de la DISIP. Este oficial quien durante su trayectoria profesional nunca había descollado por su méritos militares, a no ser que fueran considerados como tales sus méritos deportivos en el área de equitación, fue nombrado jefe de la Casa Militar del Presidente.

Desde allí ejercía presiones sobre las cuatro fuerzas y en consecuencia recibía respuesta efectiva de algunos generales obedientes en extremo. En el caso de la Guardia Nacional, fueron notorios los generales Julio Cesar Peña Sánchez, Euro Luís Rincón Vitoria, Freddy Alcázar Weir, Francisco Belisario Landis y Ramón Antonio Rodríguez Mayol. Cada uno de ellos debía triunfar sobre un oficial incómodo o menos obediente y fueron todos usados como verdugos de sus propios compañeros.

A raíz del triunfo electoral de la coalición en torno al partido Convergencia, fue removido del cargo como Comandante General con solo seis meses de gestión (caso tan inusual como el cambio extemporáneo del Ministro de la Defensa) el General de División Pedro Romero Farías, mientras que su sucesor natural, el General de División Jesús Rafael Caballero fue dejado fuera de la línea de mando institucional, por lo que asume la comandancia de la Guardia Nacional el General de Brigada Julio César Peña Sánchez.

Por su parte, el General Euro Rincón Viloria, protegido del General Rivas Ostos ascendió a General de División para posicionarse sobre la extraordinaria capacidad e idoneidad profesional del General de Brigada Félix Rodríguez Sequera. A los Generales Freddy Alcázar Weir, Francisco Belisario Landis y Ramón Antonio Rodríguez Mayol les llegaría su momento de “triunfo” posteriormente, en la medida en que sus promociones progresaran.

En julio de 1995, mi panorama profesional lucía oscuro. Veía en los cargos vértice de mi institución a generales capaces de truncar las aspiraciones de nobles y abnegados subalternos por satisfacer los caprichos de políticos (tal como ellos lo habían visto y criticado anteriormente) y ahora, los del yerno del Presidente, de su ex edecán y jefe de la policía política y de aquellos subalternos que desde abajo presionaban ejerciendo el poder que les atribuían sus amistades en la Casa Militar o en la DISIP, tal era el caso de los generales Alcázar Weir y Rodríguez Mayol.

Llegado el momento de los ascensos, tenía en mi contra algunos elementos: En primera instancia un informe confidencial de la DISIP por el presunto aprovechamiento de carros robados en el exterior. Al respecto ya tenía detectado el origen y el motivo, por lo que fue relativamente fácil presentar una defensa contundente ante la Junta de Apreciación para ascensos. En segunda instancia, durante mi gestión en Maracaibo, me había ganado la antipatía de un ciudadano apodado “Chichilo”, acaudalado comerciante acostumbrado a utilizar sus influencias con la Guardia Nacional en la frontera para aumentar su patrimonio personal y comercial, hecho que molestó sobremanera a los generales Peña Sánchez y Rodríguez Mayol, amigos personales de este individuo, quien entre sus bienes, poseía un conjunto musical típico de “gaitas zulianas” que en sus grabaciones melódicas, al puro estilo maracucho, dedicaban sus piezas musicales a estos dos generales y a otros.

Llegado el momento decisivo para los mi ascenso a Coronel, la Junta Superior de las Fuerzas Armadas, ratificó el primer lugar que de acuerdo a las evaluaciones me correspondía y ordenó efectuar los cambios correspondientes, gracias a las posiciones institucionales que presentaron, con la excepción del General Peña Sánchez y el General Rojas Pérez, los demás distinguidos oficiales generales miembros del alto mando militar, especialmente el Ministro de la Defensa de ese entonces el General de División Moisés Orozco Graterol y el Comandante General de la Aviación, el General de División José Luis Paredes Niño. En cuanto a los ascensos a General de Brigada fueron ascendidos los Coroneles Francisco Belisario Landis, José Nakata Guerra, Rafael Damiani Bustillos y Edgar Chirinos Navas. En este proceso, el oficial con las mejores perspectivas era el General Rafael Damiani Bustillos, no obstante fue relegado al tercer puesto.

Como consecuencia de haber ascendido en el primer lugar de mi promoción “Toma de El Callao”, por tradición institucional me correspondía ejercer el cargo de Comandante del Cuerpo de Cadetes, al igual que por Directiva Interna de la Comandancia General, en el mes de julio siguiente me correspondería efectuar el curso de altos estudios en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington. También era tradición que al retorno del curso, el oficial coronel era nombrado Jefe del Estado Mayor del Comando Regional Nº 5 . La realidad nuevamente dejó de corresponderse con las expectativas. A pesar que en julio de 1995, tal como esperaba, fui nombrado Comandante del Cuerpo de Cadetes, en 1996 no fui enviado a efectuar el curso de Altos Estudios para la Defensa Nacional en el Colegio Interamericano de Defensa, mientras que en mi lugar fueron enviados el oficial Nº 2 de mi promoción y edecán del Presidente Caldera y otro un año más antiguo y que tenía un año de retardo en sus ascensos quien se desempeñaba como habilitado del Comandante General, el General de División Julio César Peña Sánchez. Ese año, fui designado Jefe de la División de Evaluación de Oficiales de la Junta Permanente de Evaluación de la Comandancia General, no sin antes recibir del Inspector General de la época, el General de División Euro Luís Rincón Vitoria, la promesa que el año siguiente, cuando el fuera el Comandante General haría justicia en mi caso.

Al año siguiente, fueron enviados, tal como correspondía el Oficial Nº 1 de la promoción “4 de Agosto” quien era el edecán del Presidente Caldera y el Oficial Nº 15 de mi promoción, quien se desempeñaba como ayudante del Jefe de la Casa Militar General de División Rubén Rojas Pérez. Ese año, como única alternativa, fui enviado junto con 13 Oficiales más a efectuar el curso de Altos Estudios para la Defensa Nacional en el IAEDEN. Al finalizar dicho curso, fui enviado como jefe del Estado Mayor del Comando Regional Nº 6 en san Fernando de Apure , mientras que el Oficial Nº 15 de mi promoción a su regreso de Washington fue designado jefe del Comando Regional Nº 5, que como mencioné anteriormente, era un cargo que tradicionalmente se ocupaba por mérito.

Durante el año en que cumplí funciones como comandante del Cuerpo de Cadetes (agosto 1995-julio 1996), fui designado jefe de una Junta de Apreciación para ascensos para suboficiales profesionales de carrera (SOPC). En mi trabajo de análisis de la información inicial aportada por la Junta Permanente de Evaluación descubrí un error general en los cálculos de las calificaciones que conformaban el Orden de Precedencia Inicial (OPI) de todos los Oficiales y SOPC y así se lo informé al General de Brigada jefe de la Junta Permanente de Evaluación, el General Francisco Belisario Landis, a quien puse en cuenta del impacto del mismo en los órdenes al mérito de las promociones sujetas a dicha evaluación.

La respuesta obtenida del General Francisco Belisario Landis fue que el OPI había sido enviado al General Rojas Pérez (Quien legalmente no tenía ninguna inherencia al respecto, pero que de hecho era quien decidía quienes no debían ascender o en que posición debían ascender, independientemente de lo que los valores numérico objetivos arrojaran) y que ya no se le harían cambios. Cabe destacar, que dicho documento jamás debió ser enviado al Jefe de la Casa Militar pues, como se acotó, éste no tenía ningún tipo de inherencia en el mismo. Tal acto denotaba el alto grado de connivencia en asuntos fuera de norma que caracterizaba la gestión de éstos oficiales y de manipulación de los órdenes de mérito con la finalidad de favorecer a sus pupilos .

Quiso la providencia que en julio de 1996 fuera designado para el cargo que señalé anteriormente en la Junta Permanente de Evaluación y pude determinar que el error descubierto el año anterior no era tal, sino que deliberadamente se manipularon los cálculos para favorecer a algunos Oficiales, generalmente los denominados pupilos, afectando notablemente promociones completas. Tal es el caso de la promoción del General de División Carlos Rafael Alfonzo Martínez, en la cual fueron propuestos para ascenso solo los Coroneles Ramón Rodríguez Mayol y Rubén Darío Silva Ruiz, con un 102% en sus calificaciones, luego en una segunda instancia, la Junta Superior de las Fuerzas Armadas incluyó al Coronel Carlos Rafael Alfonzo Martínez, a quien correspondía el primer lugar por calificaciones de servicio. Tal manipulación dejó sin opción para ascenso a los Coroneles José Manuel Ruiz, Juan Martí Montes y Jesús Villegas Solarte . En ese entonces, el jefe de la Junta Permanente, el General de Brigada Rubén Darío Silva Ruiz, al escuchar mi exposición sobre el caso del 102% informó detalladamente al Comandante General con el ánimo de resarcir los daños causados a tantos miembros de la Institución, pero el General Euro Luís Rincón Viloria por el permanente temor que acompañó su gris gestión ordenó el cierre de cualquier acción administrativa al respecto.

Mientras cosas como estas ocurrían en la Guardia Nacional, igual sucedía en las otras Fuerzas, en las que los oficiales generales incondicionales y sumisos a los generales Rojas Pérez y Rivas Ostos, iban cuadrando sus fichas sin importar los méritos bien ganados de otros oficiales. Con sus acciones fueron eliminando el liderazgo natural en la institución armada. En la Guardia Nacional, el General Euro Luís Rincón Viloria sucedió en el cargo al General Peña Sánchez, quien a menudo se atemorizaba por cualquier decisión que estuviera a punto de tomar, con la excepción de las acciones dirigidas contra sus subalternos, así por ejemplo, en la oportunidad en que un cadete de la EFOFAC falleció por causa de un disparo en extrañas circunstancias en la casa de un diputado del Congreso Nacional, me ordenó que como Comandante del Cuerpo de Cadetes firmara un Parte Especial donde suprimiera la palabra “presunto”, certificando sin investigación alguna, que el cadete se había suicidado. El objetivo del comandante general era evitar que la investigación del caso causara alguna molestia al diputado o a su familia. Ante mi negativa, hizo que el General de Brigada Director de la Escuela de Formación de Oficiales (EFOFAC) firmara dicho parte.

Detrás de éstos indecisos y sumisos generales se encontraba el General Rodríguez Mayol, quien era el conducto por el cual bajaban y causaban estragos entre al oficialidad, las órdenes y los deseos de los Generales Rojas Pérez y Rivas Ostos. Al General Rincón Viloria, con características muy similares a las del General Peña, le sucedió el General Felix Aquiles Loreto González cuyo acceso al Comando General de la Fuerza, pesar del mérito que poseía, fue facilitada por su estrecha relación de amistad con el General Rojas Pérez, su excompañero del curso de Altos Estudios en el IAEDEN. Bajo su gestión, habiendo fracasado en mis dos intentos por defender mi derecho a realizar el curso de altos estudios en el Colegio Interamericano de Defensa y no habiendo causal alguna para ser privado del derecho a realizar el curso en el IAEDEN, integré la lista de 14 oficiales designado para hacerlo y así en el año 1997 inicié dicho curso, el cual finalicé en junio de 1998.

Mientras el tiempo pasaba, los manipuladores institucionales, conspiradores contra el liderazgo natural de la Guardia Nacional continuaban trabajando. Para el año 1998, correspondía el Comando de la Guardia Nacional al General de División Gerardo Rangel Parra, el único General de División de su promoción “II Batalla de Valencia”, posteriormente le correspondería en 1999 a un Oficial de la promoción “Batalla de Ospino”, la cual no contaba con ningún general de división pues desde el año 1996, año en que le correspondía su primera opción a ascenso, las maniobras por evitar que los más caracterizados y capaces de dicha promoción escalaran posiciones. A continuación, en el 2000 tocaba el turno a la promoción Batalla de Maturín, en la cual se encontraban el General Gerardo Briceño García con la primera opción institucional y el General Freddy Alcázar Weir con el apoyo del grupito guillotinador del liderazgo natural de la Fuerza.

Pues bien, en ese año de 1998, año electoral, se involucró injustamente a todo oficial que resultara incómodo a los intereses de este grupo, con el candidato presidencial Hugo Chávez. El General Rangel Parra y el General Varela Araque fueron dejados sin cargos y asume la comandancia de la Guardia Nacional el General Freddy Alcázar Weir, con perspectivas para comandar la institución por tres años, pues su pase a retiro se produciría en el 2001 . Así, no solo pasaba por encima de dos promociones, sino por arriba de varios oficiales más antiguos en la Fuerza.

De inmediato se desató una ola de retaliación contra todo aquel oficial a quienes se percibiera como no adepto a los intereses de éstos grupos o que de alguna manera se le identificara como no afín con sus tendencias políticas.
Por supuesto, yo no pude escapar de ella. Si mi permanencia en el IAEDEN fue signada por la discriminación y la injusticia a la hora del resultado de ciertas evaluaciones, las cuales, por ejemplo condujeron a que mi tesis de grado fuera calificada como una de las peores del curso por “La Facultad” , a pesar que el jurado durante la defensa de la misma le adjudicó la máxima calificación, peor fue la asignación de cargos para los nuevos graduandos, incluyendo los que regresaban del Colegio Interamericano de Defensa. En el tradicional Estado Mayor élite de la Fuerza, el Comando Regional Nº 5 con sede en Caracas, tal como lo mencioné anteriormente, fue designado el Coronel Nº 15 de mi promoción Toma de El Callao, mientras que el Nº 1 de la promoción posterior, quien también venía del citado colegio, fue enviado a a una unidad de menor importancia. En lo que a mi respecta, como castigo por acciones “no identificadas y sin fundamento”, fui enviado a San Fernando de Apure al Comando Regional Nº 6, lugar en donde fui objeto en varias oportunidades de reprimendas por “conspirador, falta de lealtad, desagradecido”, etc. por parte del Comandante General de la Guardia Nacional, quien insistía que en la Fuerza se estaba conspirando para desconocer el resultado electoral que iba a resultar adverso al candidato Chávez Frías.

Para diciembre de 1998, los oficiales más respetados de la institución se encontraban retardados en sus ascensos, en sus casas o ejerciendo cargos no acordes con sus capacidades, mientras que los amigos de Rojas Pérez, Rivas Ostos, Rodríguez Mayol, sembraban el terror entre los oficiales superiores y subalternos, los SOPC y la tropa de la institución. Mientras tanto, aquellos ex comandantes generales que habían abierto el camino a tal estado de cosas, comenzaron el descenso hacia el olvido y el anonimato. Es sabido, que los valores institucionales que se siembran en nuestra conciencia durante los años de formación no nos abandonan por completo y que de vez en cuando, aquellos que con sus acciones los enterraron, los sienten emerger para avergonzarlos frente a los demás y frente a sí mismos.

Tal situación comenzó a configurar en mi mente una cruda realidad. Durante varios años sostenía frente a mis subalternos la existencia de dos Guardias Nacionales: Una Guardia Nacional dorada, llena de virtudes, con hombres honestos y rectos y en contraposición, una Guardia Nacional negra, repugnante, plagada de hombres viles y cobardes, deshonestos, llenos de vicios y maldad. El nuevo esquema me indicaba, que a la par de la Guardia dorada y la negra, una superposición de intereses acomodaticios las unía como producto de la falta de vocación institucional de aquellos de sus miembros que vieron en nuestra Alma Mater, no una forma de prepararse para servir a la patria, sino un vehículo para servirse de ella. Estos Guardias Nacionales, en cualquiera de los estratos del mando en que se encontraran, se comportarían como empleados y estarían dispuestos a aceptar jefes sin importar su calidad moral. Solo querían servir y servirse sin tener problemas. Solo aspiraban un salario y un uniforme que sostuvieran a su familia y satisficiera sus necesidades.