domingo, 9 de enero de 2011

Los infiltrados del gobierno chavista en Miami.

Según algunos, en vez de infiltrar espías en “el imperio” para anticiparse a los temidos planes de invasión, tal pareciera que para el gobierno venezolano es más importante conocer detalles de la vida de los exilados venezolanos.


Hoy he decidido escribir sobre el tema de los “infiltrados del gobierno venezolano en Miami”, que aunque pueda resultar baladí y hasta insignificante frente a un escenario donde el destino de un país completo se dirime en todos los espacios, es necesario traerlo a colación en virtud a que, sin imaginármelo, se convirtió en una experiencia más en mi vida de exilado, como producto de mi discreta actuación pública, independiente de todo tipo de radicalismo, fanatismo o apasionamiento.


Para poder entrar bien en el tema, debo apelar como lo he hecho en algunas ocasiones a mi inmodestia, solo con el propósito de dar a conocer a quienes los ignoran, algunos aspectos de mi vida, sobre todo profesional, que fueron los que me llevaron casi al final de una exitosa carrera militar a la condición de exilado político; una condición que nunca preví, planee o siquiera llegué a imaginar que iba a etiquetar mi vida.


Durante mi permanencia de 31 años en la Guardia Nacional de Venezuela, incluyendo los 4 años de formación militar en la EFOFAC, mi trayectoria fue signada por el éxito, a pesar de los tropiezos típicos al confrontar con la realidad venezolana, una personalidad fraguada en el seno de un hogar humilde y sencillo, donde la honestidad, el respeto y el honor fueron los pilares fundamentales de mi formación ciudadana. Durante todos esos años, repito, a pesar de encontronazos con el poder corrupto y con la envidia, la mentira y la deshonestidad de algunos superiores, compañeros y subalternos, sin cuyo concurso no me hubiera sido posible conocer de cerca la bajeza de los hombres, mi valía profesional siempre fue reconocida mediante todo tipo de expresiones.


Cuando la pesadilla que hoy se niega a abandonar los sueños de los venezolanos comenzó, me alcanza en el grado de Coronel y en el primer lugar en el Orden al Mérito de mi promoción, como siempre, por lo que al grado de General soy promovido en el mismo puesto sin ningún tipo de inconveniente. Dos años y medio después, mientras me encontraba cumpliendo funciones como Director Nacional de Identificación y Extranjería en la DIEX, era el General de Brigada con mayor opción para el ascenso a General de División, con el apoyo de los sectores institucionales de la Guardia Nacional y de la Administración Pública. Mi trayectoria profesional me proyectaba como un potencial Comandante General de la Guardia Nacional, proyección que de no cumplirse, en el peor de los casos, me podría haber generado importantes roles en otros cargos, con recursos económicos o privilegios envidiables, que de paso, no se correspondían con mis aspiraciones.


Cualquiera que fuera el caso, el lanzarme al lado contrario del gobierno y de las estructuras de poder hubiese constituido una temeridad y sin embargo lo hice el 11 de abril del 2002, cuando mi conciencia me indicó que era mi deber. Pero si temerario fue renunciar a la digna culminación de una exitosa carrera militar, prácticamente suicida resultó el enfrentamiento abierto contra un Estado forajido, erigido en protector, financista y diseminador del terrorismo en la región, escenario en el que me vi envuelto al realizar denuncias con pruebas en mano, las cuales se hicieron inclusive a nivel internacional. Solo cuando la evidencia apuntaba a que la corrupta justicia venezolana no se haría cargo de los presuntos delitos que se me imputaban, sino que elementos terroristas colombianos y venezolanos habían puesto en marcha un plan para llevarme “de vacaciones” a la selva colombiana vía Arauca, opté por la huída de mi tierra natal y por el exilio en otro país en el mes de abril del 2005.


Al llegar a Miami, ansioso por entrar en contacto con un vigoroso, monolítico y amistoso exilio, di los primeros pasos hacia varios grupos e individualidades en ese entonces, en los que fui recibido con entusiasmo en unos, con recelo en otros, pero en todos ellos, encontré como factor común el deseo de hacer algo por el país que dejé atrás. Pero todo no resultó como lo había percibido durante los primeros meses; con el transcurrir del tiempo, comencé a notar que a pesar que nuestro enemigo se encontraba en Venezuela, en el exilio habían elementos hostiles con posiciones irreconciliables entre ellos, que impregnaban con sus antagonismos a quienes los rodeaban, hasta el punto de que el contacto con cualquier individualidad que no fuera del agrado de unos, era objeto de descalificación y de reprensión por parte de otros. Poco a poco, descubrí que la sola condición de exiliado no bastaba para ser aceptado en cualquiera de los grupos que se iban formando. Era necesario además que se demostrara lealtad y sumisión hacia lo interno, así como rechazo solidario hacia lo externo. Algo así como lo que le reclama el régimen venezolano a sus seguidores inscritos en el PSUV.


En varias oportunidades fui alertado acerca de la presencia de algunos “infiltrados” del gobierno en el exilio de Miami, infiltrados cuya actividad delatoria estaba proporcionalmente relacionada con los desacuerdos que pudieran tener con determinados grupos, así como con las características personales que los harían incompatibles con posiciones meramente personales, por lo general radicales e inconvenientes. Naturalmente que tomé mis previsiones al respecto y opté por evitar “contaminarme” del virus que podría convertirme en infiltrado sin que ni siquiera yo mismo me diera cuenta. No obstante mis previsiones, ya en un par de ocasiones, compatriotas (será que utilizar esta palabra será la confirmación de que me he convertido en un infiltrado?) en el exilio han alertado a otros acerca de que dentro de mí habita un infiltrado del chavismo.


Sin siquiera imaginarlo, a pesar que mis acciones en el pasado han dejado más que evidenciado las profundas e irreconciliables diferencias que me separan del nauseabundo chavismo que tiñe de rojo y de vergüenza a Venezuela, he corrido la misma suerte de aquellos de quienes me pidieron cuidarme en algún momento, solo que mi reacción no será de desaliento como les ha ocurrido a algunos, sino que por el contrario, me empeñaré en trabajar cada día más para difundir lo que, ocurriendo todos los días en mi país, otros prefieren callar en unos casos o confinar en otros a las tertulias de fin de semana en casas de familia o en lugares de diversión. No decaeré en mi esfuerzo por hacer cuanto esté a mi alcance por ayudar a mi país ante las actuales circunstancias, realizando todas las acciones o actividades que sean necesarias, inclusive, aquellas que activaron la maliciosa lengua de algún resentido, mal informado o elucubrador empedernido, cuyas circunstancias y motivaciones lo obligaron a hacer público el tamaño de su envidia y de sus inequidades.


No hacer nada frente a manipulaciones provenientes de individuos que tratan de alimentar su credibilidad a costas de la de otros, podría constituir un acto de asentimiento ante tal acusación, por aquello de que “quien calla otorga”. Salir a buscar al propagador de la infamia para reclamarle su actuación, podría hasta ser considerado como impropio para quien recibe la ofensa, por aquello de que “la verdad duele”. Tales argumentos, además de falsos y maliciosos, actúan como el elemento disuasor de quienes no tienen posibilidad alguna de enfrentar con éxito a la víctima de sus ofídicas imprecaciones. No obstante, ante la necesidad de acudir a cualquiera de las dos opciones, no se debe acudir al silencio por ningún motivo y en mi caso, el tema del día de hoy constituye el rechazo de mi parte, no solo por la risible dispersión de una especie poco creíble y maliciosa sobre mi persona, cuya posibilidad de ocurrencia se encuentra totalmente reñida con mi consistencia moral y con el tamaño del sacrificio que me trajo al exilio, sino que también constituye una impugnación pública, en defensa de todos aquellos “infiltrados” por obra y gracia de charlatanes inescrupulosos, cuya actuación en el exilio contra del corrupto y oprobioso sistema que hoy oprime a nuestra Nación, los ha expuesto a la maledicencia de personas indecentes, cuyo único mérito es el de servir de agentes del mismo enemigo al que pretenden combatir, quizás presa del mecanismo psicológico defensivo de la proyección.


Es muy posible que existan infiltrados del chavismo entre los venezolanos que nos encontramos en el digno exilio. Es muy seguro que algunos de nuestros pasos le llaman la atención al facineroso gobierno bolivariano; pero el daño que tales informantes pueden hacernos, es infinitamente menos importante, que el que producen las especulaciones de un antichavista lleno de resentimiento, rencor, envidia y odio, cuya vergonzosa acción lo convierte en el más traidor de los traidores.