domingo, 30 de enero de 2011

Como se allanó el camino a la llegada de Hugo Chávez (II)

1995: Comienza la abolición del liderazgo.

Desde que el Dr. Rafael Caldera asumió el poder en el año 1994, comenzó a hacerse sentir en el ámbito militar, sobre todo en el Ejército, la presencia de su yerno, el General Rubén Matías Rojas Pérez al igual que la de su ex edecán el General de División retirado Aníbal Ribas Ostos, quien fue nombrado Director de la DISIP. Este oficial quien durante su trayectoria profesional nunca había descollado por su méritos militares, a no ser que fueran considerados como tales sus méritos deportivos en el área de equitación, fue nombrado jefe de la Casa Militar del Presidente.

Desde allí ejercía presiones sobre las cuatro fuerzas y en consecuencia recibía respuesta efectiva de algunos generales obedientes en extremo. En el caso de la Guardia Nacional, fueron notorios los generales Julio Cesar Peña Sánchez, Euro Luís Rincón Vitoria, Freddy Alcázar Weir, Francisco Belisario Landis y Ramón Antonio Rodríguez Mayol. Cada uno de ellos debía triunfar sobre un oficial incómodo o menos obediente y fueron todos usados como verdugos de sus propios compañeros.

A raíz del triunfo electoral de la coalición en torno al partido Convergencia, fue removido del cargo como Comandante General con solo seis meses de gestión (caso tan inusual como el cambio extemporáneo del Ministro de la Defensa) el General de División Pedro Romero Farías, mientras que su sucesor natural, el General de División Jesús Rafael Caballero fue dejado fuera de la línea de mando institucional, por lo que asume la comandancia de la Guardia Nacional el General de Brigada Julio César Peña Sánchez.

Por su parte, el General Euro Rincón Viloria, protegido del General Rivas Ostos ascendió a General de División para posicionarse sobre la extraordinaria capacidad e idoneidad profesional del General de Brigada Félix Rodríguez Sequera. A los Generales Freddy Alcázar Weir, Francisco Belisario Landis y Ramón Antonio Rodríguez Mayol les llegaría su momento de “triunfo” posteriormente, en la medida en que sus promociones progresaran.

En julio de 1995, mi panorama profesional lucía oscuro. Veía en los cargos vértice de mi institución a generales capaces de truncar las aspiraciones de nobles y abnegados subalternos por satisfacer los caprichos de políticos (tal como ellos lo habían visto y criticado anteriormente) y ahora, los del yerno del Presidente, de su ex edecán y jefe de la policía política y de aquellos subalternos que desde abajo presionaban ejerciendo el poder que les atribuían sus amistades en la Casa Militar o en la DISIP, tal era el caso de los generales Alcázar Weir y Rodríguez Mayol.

Llegado el momento de los ascensos, tenía en mi contra algunos elementos: En primera instancia un informe confidencial de la DISIP por el presunto aprovechamiento de carros robados en el exterior. Al respecto ya tenía detectado el origen y el motivo, por lo que fue relativamente fácil presentar una defensa contundente ante la Junta de Apreciación para ascensos. En segunda instancia, durante mi gestión en Maracaibo, me había ganado la antipatía de un ciudadano apodado “Chichilo”, acaudalado comerciante acostumbrado a utilizar sus influencias con la Guardia Nacional en la frontera para aumentar su patrimonio personal y comercial, hecho que molestó sobremanera a los generales Peña Sánchez y Rodríguez Mayol, amigos personales de este individuo, quien entre sus bienes, poseía un conjunto musical típico de “gaitas zulianas” que en sus grabaciones melódicas, al puro estilo maracucho, dedicaban sus piezas musicales a estos dos generales y a otros.

Llegado el momento decisivo para los mi ascenso a Coronel, la Junta Superior de las Fuerzas Armadas, ratificó el primer lugar que de acuerdo a las evaluaciones me correspondía y ordenó efectuar los cambios correspondientes, gracias a las posiciones institucionales que presentaron, con la excepción del General Peña Sánchez y el General Rojas Pérez, los demás distinguidos oficiales generales miembros del alto mando militar, especialmente el Ministro de la Defensa de ese entonces el General de División Moisés Orozco Graterol y el Comandante General de la Aviación, el General de División José Luis Paredes Niño. En cuanto a los ascensos a General de Brigada fueron ascendidos los Coroneles Francisco Belisario Landis, José Nakata Guerra, Rafael Damiani Bustillos y Edgar Chirinos Navas. En este proceso, el oficial con las mejores perspectivas era el General Rafael Damiani Bustillos, no obstante fue relegado al tercer puesto.

Como consecuencia de haber ascendido en el primer lugar de mi promoción “Toma de El Callao”, por tradición institucional me correspondía ejercer el cargo de Comandante del Cuerpo de Cadetes, al igual que por Directiva Interna de la Comandancia General, en el mes de julio siguiente me correspondería efectuar el curso de altos estudios en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington. También era tradición que al retorno del curso, el oficial coronel era nombrado Jefe del Estado Mayor del Comando Regional Nº 5 . La realidad nuevamente dejó de corresponderse con las expectativas. A pesar que en julio de 1995, tal como esperaba, fui nombrado Comandante del Cuerpo de Cadetes, en 1996 no fui enviado a efectuar el curso de Altos Estudios para la Defensa Nacional en el Colegio Interamericano de Defensa, mientras que en mi lugar fueron enviados el oficial Nº 2 de mi promoción y edecán del Presidente Caldera y otro un año más antiguo y que tenía un año de retardo en sus ascensos quien se desempeñaba como habilitado del Comandante General, el General de División Julio César Peña Sánchez. Ese año, fui designado Jefe de la División de Evaluación de Oficiales de la Junta Permanente de Evaluación de la Comandancia General, no sin antes recibir del Inspector General de la época, el General de División Euro Luís Rincón Vitoria, la promesa que el año siguiente, cuando el fuera el Comandante General haría justicia en mi caso.

Al año siguiente, fueron enviados, tal como correspondía el Oficial Nº 1 de la promoción “4 de Agosto” quien era el edecán del Presidente Caldera y el Oficial Nº 15 de mi promoción, quien se desempeñaba como ayudante del Jefe de la Casa Militar General de División Rubén Rojas Pérez. Ese año, como única alternativa, fui enviado junto con 13 Oficiales más a efectuar el curso de Altos Estudios para la Defensa Nacional en el IAEDEN. Al finalizar dicho curso, fui enviado como jefe del Estado Mayor del Comando Regional Nº 6 en san Fernando de Apure , mientras que el Oficial Nº 15 de mi promoción a su regreso de Washington fue designado jefe del Comando Regional Nº 5, que como mencioné anteriormente, era un cargo que tradicionalmente se ocupaba por mérito.

Durante el año en que cumplí funciones como comandante del Cuerpo de Cadetes (agosto 1995-julio 1996), fui designado jefe de una Junta de Apreciación para ascensos para suboficiales profesionales de carrera (SOPC). En mi trabajo de análisis de la información inicial aportada por la Junta Permanente de Evaluación descubrí un error general en los cálculos de las calificaciones que conformaban el Orden de Precedencia Inicial (OPI) de todos los Oficiales y SOPC y así se lo informé al General de Brigada jefe de la Junta Permanente de Evaluación, el General Francisco Belisario Landis, a quien puse en cuenta del impacto del mismo en los órdenes al mérito de las promociones sujetas a dicha evaluación.

La respuesta obtenida del General Francisco Belisario Landis fue que el OPI había sido enviado al General Rojas Pérez (Quien legalmente no tenía ninguna inherencia al respecto, pero que de hecho era quien decidía quienes no debían ascender o en que posición debían ascender, independientemente de lo que los valores numérico objetivos arrojaran) y que ya no se le harían cambios. Cabe destacar, que dicho documento jamás debió ser enviado al Jefe de la Casa Militar pues, como se acotó, éste no tenía ningún tipo de inherencia en el mismo. Tal acto denotaba el alto grado de connivencia en asuntos fuera de norma que caracterizaba la gestión de éstos oficiales y de manipulación de los órdenes de mérito con la finalidad de favorecer a sus pupilos .

Quiso la providencia que en julio de 1996 fuera designado para el cargo que señalé anteriormente en la Junta Permanente de Evaluación y pude determinar que el error descubierto el año anterior no era tal, sino que deliberadamente se manipularon los cálculos para favorecer a algunos Oficiales, generalmente los denominados pupilos, afectando notablemente promociones completas. Tal es el caso de la promoción del General de División Carlos Rafael Alfonzo Martínez, en la cual fueron propuestos para ascenso solo los Coroneles Ramón Rodríguez Mayol y Rubén Darío Silva Ruiz, con un 102% en sus calificaciones, luego en una segunda instancia, la Junta Superior de las Fuerzas Armadas incluyó al Coronel Carlos Rafael Alfonzo Martínez, a quien correspondía el primer lugar por calificaciones de servicio. Tal manipulación dejó sin opción para ascenso a los Coroneles José Manuel Ruiz, Juan Martí Montes y Jesús Villegas Solarte . En ese entonces, el jefe de la Junta Permanente, el General de Brigada Rubén Darío Silva Ruiz, al escuchar mi exposición sobre el caso del 102% informó detalladamente al Comandante General con el ánimo de resarcir los daños causados a tantos miembros de la Institución, pero el General Euro Luís Rincón Viloria por el permanente temor que acompañó su gris gestión ordenó el cierre de cualquier acción administrativa al respecto.

Mientras cosas como estas ocurrían en la Guardia Nacional, igual sucedía en las otras Fuerzas, en las que los oficiales generales incondicionales y sumisos a los generales Rojas Pérez y Rivas Ostos, iban cuadrando sus fichas sin importar los méritos bien ganados de otros oficiales. Con sus acciones fueron eliminando el liderazgo natural en la institución armada. En la Guardia Nacional, el General Euro Luís Rincón Viloria sucedió en el cargo al General Peña Sánchez, quien a menudo se atemorizaba por cualquier decisión que estuviera a punto de tomar, con la excepción de las acciones dirigidas contra sus subalternos, así por ejemplo, en la oportunidad en que un cadete de la EFOFAC falleció por causa de un disparo en extrañas circunstancias en la casa de un diputado del Congreso Nacional, me ordenó que como Comandante del Cuerpo de Cadetes firmara un Parte Especial donde suprimiera la palabra “presunto”, certificando sin investigación alguna, que el cadete se había suicidado. El objetivo del comandante general era evitar que la investigación del caso causara alguna molestia al diputado o a su familia. Ante mi negativa, hizo que el General de Brigada Director de la Escuela de Formación de Oficiales (EFOFAC) firmara dicho parte.

Detrás de éstos indecisos y sumisos generales se encontraba el General Rodríguez Mayol, quien era el conducto por el cual bajaban y causaban estragos entre al oficialidad, las órdenes y los deseos de los Generales Rojas Pérez y Rivas Ostos. Al General Rincón Viloria, con características muy similares a las del General Peña, le sucedió el General Felix Aquiles Loreto González cuyo acceso al Comando General de la Fuerza, pesar del mérito que poseía, fue facilitada por su estrecha relación de amistad con el General Rojas Pérez, su excompañero del curso de Altos Estudios en el IAEDEN. Bajo su gestión, habiendo fracasado en mis dos intentos por defender mi derecho a realizar el curso de altos estudios en el Colegio Interamericano de Defensa y no habiendo causal alguna para ser privado del derecho a realizar el curso en el IAEDEN, integré la lista de 14 oficiales designado para hacerlo y así en el año 1997 inicié dicho curso, el cual finalicé en junio de 1998.

Mientras el tiempo pasaba, los manipuladores institucionales, conspiradores contra el liderazgo natural de la Guardia Nacional continuaban trabajando. Para el año 1998, correspondía el Comando de la Guardia Nacional al General de División Gerardo Rangel Parra, el único General de División de su promoción “II Batalla de Valencia”, posteriormente le correspondería en 1999 a un Oficial de la promoción “Batalla de Ospino”, la cual no contaba con ningún general de división pues desde el año 1996, año en que le correspondía su primera opción a ascenso, las maniobras por evitar que los más caracterizados y capaces de dicha promoción escalaran posiciones. A continuación, en el 2000 tocaba el turno a la promoción Batalla de Maturín, en la cual se encontraban el General Gerardo Briceño García con la primera opción institucional y el General Freddy Alcázar Weir con el apoyo del grupito guillotinador del liderazgo natural de la Fuerza.

Pues bien, en ese año de 1998, año electoral, se involucró injustamente a todo oficial que resultara incómodo a los intereses de este grupo, con el candidato presidencial Hugo Chávez. El General Rangel Parra y el General Varela Araque fueron dejados sin cargos y asume la comandancia de la Guardia Nacional el General Freddy Alcázar Weir, con perspectivas para comandar la institución por tres años, pues su pase a retiro se produciría en el 2001 . Así, no solo pasaba por encima de dos promociones, sino por arriba de varios oficiales más antiguos en la Fuerza.

De inmediato se desató una ola de retaliación contra todo aquel oficial a quienes se percibiera como no adepto a los intereses de éstos grupos o que de alguna manera se le identificara como no afín con sus tendencias políticas.
Por supuesto, yo no pude escapar de ella. Si mi permanencia en el IAEDEN fue signada por la discriminación y la injusticia a la hora del resultado de ciertas evaluaciones, las cuales, por ejemplo condujeron a que mi tesis de grado fuera calificada como una de las peores del curso por “La Facultad” , a pesar que el jurado durante la defensa de la misma le adjudicó la máxima calificación, peor fue la asignación de cargos para los nuevos graduandos, incluyendo los que regresaban del Colegio Interamericano de Defensa. En el tradicional Estado Mayor élite de la Fuerza, el Comando Regional Nº 5 con sede en Caracas, tal como lo mencioné anteriormente, fue designado el Coronel Nº 15 de mi promoción Toma de El Callao, mientras que el Nº 1 de la promoción posterior, quien también venía del citado colegio, fue enviado a a una unidad de menor importancia. En lo que a mi respecta, como castigo por acciones “no identificadas y sin fundamento”, fui enviado a San Fernando de Apure al Comando Regional Nº 6, lugar en donde fui objeto en varias oportunidades de reprimendas por “conspirador, falta de lealtad, desagradecido”, etc. por parte del Comandante General de la Guardia Nacional, quien insistía que en la Fuerza se estaba conspirando para desconocer el resultado electoral que iba a resultar adverso al candidato Chávez Frías.

Para diciembre de 1998, los oficiales más respetados de la institución se encontraban retardados en sus ascensos, en sus casas o ejerciendo cargos no acordes con sus capacidades, mientras que los amigos de Rojas Pérez, Rivas Ostos, Rodríguez Mayol, sembraban el terror entre los oficiales superiores y subalternos, los SOPC y la tropa de la institución. Mientras tanto, aquellos ex comandantes generales que habían abierto el camino a tal estado de cosas, comenzaron el descenso hacia el olvido y el anonimato. Es sabido, que los valores institucionales que se siembran en nuestra conciencia durante los años de formación no nos abandonan por completo y que de vez en cuando, aquellos que con sus acciones los enterraron, los sienten emerger para avergonzarlos frente a los demás y frente a sí mismos.

Tal situación comenzó a configurar en mi mente una cruda realidad. Durante varios años sostenía frente a mis subalternos la existencia de dos Guardias Nacionales: Una Guardia Nacional dorada, llena de virtudes, con hombres honestos y rectos y en contraposición, una Guardia Nacional negra, repugnante, plagada de hombres viles y cobardes, deshonestos, llenos de vicios y maldad. El nuevo esquema me indicaba, que a la par de la Guardia dorada y la negra, una superposición de intereses acomodaticios las unía como producto de la falta de vocación institucional de aquellos de sus miembros que vieron en nuestra Alma Mater, no una forma de prepararse para servir a la patria, sino un vehículo para servirse de ella. Estos Guardias Nacionales, en cualquiera de los estratos del mando en que se encontraran, se comportarían como empleados y estarían dispuestos a aceptar jefes sin importar su calidad moral. Solo querían servir y servirse sin tener problemas. Solo aspiraban un salario y un uniforme que sostuvieran a su familia y satisficiera sus necesidades.

domingo, 23 de enero de 2011

Como se allanó el camino a la llegada de Hugo Chávez (I)

1993: Año del triunfo de “el chiripero”.

Mi experiencia en la Guardia Nacional desde el año 1976, me enseñó que la conducta de la mayoría de los militares evolucionaba en función de los intereses personales de cada uno, los cuales podrían variar entre una especie de apostolado profesional hasta el usufructo personal y grosero de los privilegios que el grado, el cargo o la posición podían otorgarles, conducta recurrente en todas las esferas sociales y profesionales del país, donde unos eran los vivos o avispados y otros los pendejos . Tal característica idiosincrásica debe ser tomada en cuenta para entender el manejo que el régimen del Presidente Hugo Chávez ha hecho de ella para explotarla en el beneficio de su pretendida revolución.

Así, de aquellos sesenta y dos subtenientes integrantes de la promoción Toma del El Callao graduados el 5 de julio de 1976, ya para el año 1993 algunos se encontraban en la situación de retiro por diferentes causas y los treinta que se hallaban en servicio activo, se encontraban en el grados de Teniente Coronel con dos años de antigüedad y con opción a Coronel para el mes de julio de 1995, mientras que algunos que se habían quedado rezagados por muy vivos o por muy pendejos (reconociendo en algunos casos, que en Venezuela, ser honesto es sinónimo de pendejo y que a veces la suerte no ayuda a los honestos) eran Mayores, Capitanes y uno de ellos aún era Teniente.

Para ese entonces, yo ocupaba un cargo administrativo en la División de Adquisiciones de la Dirección de Administración del Ministerio de la Defensa, el Ministro de la Defensa era el Vicealmirante Radamés Muñoz León, el Presidente de la República era el Dr. Ramón J. Velásquez y la situación política del país era poco promisoria electoralmente para los partidos que tradicionalmente se habían alternado el poder en el país (Acción Democrática y COPEI).

El Dr. Rafael Caldera, antiguo militante fundador del partido Social Cristiano COPEI, fue quien avizoró una vía para canalizar el descontento popular con la finalidad de obtener una victoria electoral y con tal fin dedicó sus seniles esfuerzos en agrupar una serie de agrupaciones políticas minoritarias con la idea de conformar una coalición que lo llevara a la presidencia de la República, a la cual se le denominó “el chiripero ” y que se agrupó alrededor de un nuevo partido inscrito en el CSE o Consejo Supremo Electoral como “Convergencia”.

En el proceso electoral de diciembre del 1993, aunque cinco partidos se dividieron el 95,5% del electorado (AD 26,3%; COPEI 22,7%; Causa Radical (CAUSA R) 21,9%; CONVERGENCIA 13,8% y el Movimiento al Socialismo (MAS) 10,8% ) el resultado se tradujo en la ascensión al poder del Dr. Rafael Caldera, quien de inmediato relevó del Ministerio de la Defensa al Vicealmirante Radamés Muñoz para colocar en su lugar al General de División Rafael Montero Revete, acción poco usual hasta la fecha, cuando luego de los procesos electorales las Fuerzas Armadas no eran afectadas por los cambios de gabinete y el Ministro de la Defensa continuaba en el ejercicio de sus funciones hasta el mes de julio, fecha en la que generalmente pasaba a retiro.

Entre las causas que presuntamente influyeron para el cambio del Ministro de la Defensa, se rumoró su participación en un posible complot para desconocer el resultado de las elecciones o para deponer al recién electo Presidente de la República, con el apoyo de los Estados Unidos . Quienes de alguna forma teníamos contacto con el Ministro fuimos sorprendidos por tales especulaciones y más aún por las acciones que fueron emprendidas desde el gobierno y desde el Ministerio de la Defensa en nuestra contra.

En lo que a mi respecta, fui informado que en mi condición de Teniente Coronel número uno de mi promoción, había sido incluido en una terna de la cual se elegiría un nuevo edecán por parte de la Guardia Nacional para el Presidente de la República, no obstante, luego se me notificó que ya no era parte de tal terna y que por el contrario había sido nombrado comandante del Destacamento Nº 35 de la Guardia Nacional con sede en Maracaibo.

Este hecho resultaba inusual, por cuanto año y medio antes me había desempeñado como comandante del Destacamento Nº 53 con sede en Maiquetía. Esa unidad, durante el intento de golpe de Estado del año 1992, jugó un papel esencial para evitar la captura del Presidente Carlos Andrés Pérez por parte de una unidad de la Armada el lunes 3 de febrero de ese año. Según se pudo descubrir tiempo después, esa noche, sin proponérmelo y desinformado como estaba, impartí las instrucciones y órdenes necesarias para tomar el control militar de dicho aeropuerto ante la ausencia de la Casa Militar de la presidencia y en medio de la incertidumbre reinante, se disuadió a los elementos del Batallón de Infantería de Marina Nº 1 para que actuaran en el momento del aterrizaje del avión presidencial.
Un nuevo nombramiento para ejercer la actividad de comando de una unidad operativa de la Guardia Nacional era inusual y hacía presuponer un castigo, especialmente por la situación que imperaba en tal unidad, donde días antes una revuelta en la cárcel de Sabaneta (bajo la responsabilidad del Destacamento Nº 35) había dejado como resultado ciento ocho fallecidos y sesenta evadidos en un solo día.

La situación que se vivía en tal Destacamento era explosiva y durante el año y medio que estuve al mando de la misma debí actuar en innumerables revueltas y reyertas carcelarias, así como en otras áreas de responsabilidad de la unidad, tales como el puerto y el aeropuerto de Maracaibo, la zona urbana, rural y fronteriza, así como también superar situaciones de enfrentamiento con autoridades regionales unas veces por la defensa del prestigio institucional y de la integridad de algunos oficiales y tropas bajo mi comando víctimas de acciones retaliativas por su apego a la ley, a los reglamentos, a la moral y a la ética y otras, en la búsqueda del castigo ejemplar en el ámbito administrativo o en el judicial para aquellos de mis subalternos, sujetos activos o pasivos de la comisión de hechos punibles o de faltas.

En la gran mayoría de los casos, en mis antagonistas privó el sentido del lucro o las apetencias políticas, tales como las del hoy Alcalde de Maracaibo, Gian Carlo Di Martino, quien desde su cargo de Director de la Cárcel de Sabaneta, era el artífice de tenebrosas componendas en le ambiente delictivo dentro y fuera del recinto penitenciario.

A la situación se unía un factor de presión aun mayor. Mi jefe inmediato era el General de Brigada Germán Rodolfo Varela Araque, un oficial como muy pero muy pocos en la Guardia Nacional. Extremadamente honesto, recto e inteligente y a la vez inflexible en la toma de decisiones y que no perdonaba el más mínimo error de sus subalternos al momento de dar cumplimiento al deber.

En mi operaban invariablemente varias circunstancias. Por una parte, ante la calidad y la magnitud de las exigencias del general Varela deseaba demostrar el valor de mis capacidades y por la otra, mi orgullo profesional no me permitiría fallar en la misión que a regañadientes había tenido que aceptar de mis superiores que desde Caracas estaban pendientes de mis actos, tal como lo demostrara un seguimiento del que fui objeto por parte de la DISIP y por orden de su Director, el General en situación de retiro Aníbal Rivas Ostos, en el cual como resultado fui involucrado en el aprovechamiento de vehículos robados en el exterior, hecho el cual fue desvirtuado totalmente por la fuerza y la contundencia de mis argumentos y la defensa que tuve que hacer de mi integridad profesional.

Otro obstáculo colocado por mis superiores para frustrar mis empeños, fue un examen de conocimientos en materia de Resguardo Nacional al cual fui sometido y que debí contestar por escrito a lápiz, donde dejé en blanco solo una de las setenta y seis preguntas que me fueron efectuadas. La prueba escrita fue llevada a Caracas, donde “milagrosamente” cada una de mis respuestas se transformó en “no se”, razón por la cual se adelantaba mi remoción del cargo que hasta el momento desempeñaba con grandes logros contra el narcotráfico, el contrabando y otros delitos, así como el control de la problemática cárcel de Sabaneta.

Tal remoción, por una parte causaría un retroceso en las metas alcanzadas por la unidad que comandaba y por supuesto, permitiría nuevamente la protección de todas las actividades comerciales fronterizas de Chichilo (Comerciante de la zona con estrechos vínculos con Oficiales Generales de la Guardia Nacional, incluyendo al mismo Comandante de la Institución, el General Peña Sanchez), mientras que por la otra ocasionaría mi salida de la Guardia Nacional, pues tanto públicamente como en la privacidad de mi familia, había manifestado en muchas ocasiones que ante cualquier tropiezo en mi carrera de inmediato solicitaría la baja de la institución.

Afortunadamente, antes que lograra sus malsanos propósitos, el General que se encontraba tras la descarada y absurda maniobra, fue removido del cargo de Jefe de Resguardo Nacional por verse involucrado en hechos delictuosos. Aún hoy en mi situación de retirado, conservo a buen resguardo los documentos con los que pretendieron incriminarme y las pruebas con las que debí demostrar mi inocencia, no solo en ese caso, sino en muchos otros en los cuales salí airoso, gracias a que privaba en Venezuela aunque fuera un mínimo de justicia.

Con la llegada del mes de julio de 1995 cesaría mi permanencia al frente de tal unidad, donde mi gestión me colocó nuevamente durante el proceso de ascensos ante la disyuntiva de continuar en la institución o retirarme de ella para dar paso a los intereses de otros.

Esta vez el detonante sería el proceso de evaluación para ascenso al grado de Coronel, el cual me ubicó una vez más en el primer lugar de mi promoción pero nuevamente, las fuerzas de una Guardia Nacional negra y traicionera se movieron sobre aquella que yo denominaba la Guardia Dorada, la verdadera, la que el pueblo venezolano respetaba. Del lugar número uno fui desplazado al dos, luego al tres y luego al cuatro, dejando en lugares privilegiados a tres oficiales vinculados directamente con un círculo de generales activos y retirados, que ávidos de acumular amigos e influencias, comenzaron a conspirar contra los auténticos liderazgos institucionales y promocionales a fin de imponer líderes obedientes e incondicionales.

Con esta jugada, a la cual ya me encontraba familiarizado bien porque fuera utilizada en mi contra o porque en ocasiones tuve que ser testigo de cómo buenos Oficiales fueron dejados de lado para favorecer a pésimos profesionales, los manipuladores del oficio institucional, iban acomodando sus piezas poco a poco y de la manera que muchos conocíamos, para que cuatro años después, en el siguiente proceso de promoción a nuevos grados, manipular un poco más y así obtener generales agradecidos y complacientes, sirvientes obedientes e incapaces de generar ejemplo, autoridad o rigor. Algo que no distaba mucho de lo que podemos apreciar actualmente en la Venezuela chavista. Bastaría con leer el currículo de cualquiera de los héroes de la denominada revolución, si no cualquier documento escrito por ellos mismos, en los que florece su mediocridad, para darnos cuenta de la ausencia de calidad o de las cualidades mínimas.

domingo, 16 de enero de 2011

La noche del 3 de febrero de 1992.

Desde el incómodo cargo de Comandante del Destacamento Nº 53 en Maiquetía, viví parte de la historia que algún día se sabrá sobre la intentona de golpe de 1992.

Este fin de semana tuve la oportunidad de leer el documento “Carta XVII”, a los ciudadanos, en oportunidad del fallecimiento del Ex Presidente Carlos Andrés Pérez, del Vicealmirante Mario Iván Carratú Molina. En dicha carta, mi amigo, el Vicealmirante Carratú, revela públicamente detalles sobre lo que sus allegados y personas ponderadas por él mismo como objetivas, honestas y conscientes, han tenido el privilegio de conocer directamente gracias a un íntimo y respetuoso contacto personal.

En el cuerpo de dicha carta, Carratú hace un rápido sobrevuelo sobre las variadas circunstancias que lo llevaron a formarse un criterio propio, considero yo que muy acertado, sobre la intriga política que se vivió en Venezuela en los años 90 y que se constituyó, según lo veo, en una réplica de otras anteriores, resultantes del cumplimiento de ciclos sociopolíticos de carácter generacional.

Que hubo una conspiración contra la Democracia a lo largo de toda su existencia en Venezuela, pues no lo dudo. Que la Democracia venezolana no resultó ser como la de otros países, porque estaba cargada de elementos muy “sui generis” que marcaron su destino, lo creo. Las causas de la pérdida de nuestra Democracia las resumo en muy pocas palabras de la manera siguiente: La envidia, el ansia de influencias y dinero, la inmediatez presente en la conducta social de venezolano, las intrigas palaciegas, los cercos impuestos al poder y la ceguera de los gobernantes.

Tal como lo afirma mi amigo Carratú, la actual situación general por la que atraviesa nuestro país, no fue provocada por los militares superiores y subalternos, suboficiales y tropas que se involucraron en los sucesos del año 1992. Ellos fueron solo los ejecutores o los elementos tácticos de una rebelión, los artesanos estratégicos de las intentonas golpistas se mantuvieron en el anonimato por temor a su enjuiciamiento por parte de las autoridades en aquellos momentos y tratan de mantenerse bajo la protección del mismo, por temor al juicio de la historia.

En la noche del 3 de febrero del año 1992, siendo el comandante del Destacamento Nº 53 de la Guardia Nacional, unidad responsable por la seguridad del aeropuerto internacional de Maiquetía, lugar donde pasadas las 10 de la noche aterrizaría el avión presidencial con el Presidente Carlos Andrés Pérez a bordo, a pesar de ser un oficial de rango mediano de la Guardia Nacional, “tenía”que estar enterado de lo que el Alto Mando del ejército sabía desde las 10 de la mañana, información la cual se mantuvo en manos de un círculo muy estrecho de Oficiales General de esa Fuerza y que ni siquiera había sido puesta en conocimiento de mis superiores dentro de la Guardia Nacional, como lo eran el Jefe del Comando Regional Nº 5, el General de Brigada José Vicente Leccia Madrid y el Comandante General de la Guardia Nacional, General de División Fredis Ventura Maya Cardona.

En conversaciones que tuve con mi amigo Carratú, sentí una permanente sensación de incredulidad y digo esto, porque me resultaba increible como cada vez que lo que yo consideraba presunciones de mi parte, encontraban una extraordinaria coincidencia con los hechos que él me relataba. Era el choque de la verdad después de años de conjeturas. Tal percepción la he tenido desde el año 92 hasta el presente, cada vez que cruzo mis sospechas con otros actores involucrados de cualquier manera con los hechos.

Por primera vez voy a escribir sobre los mismos, pero antes de hacerlo, en este escrito les adelantaré un resumen de los hechos anteriores y posteriores que me permiten afirmar, tal como lo hace mi amigo Carratú, que los intentos de golpe del año 92 y que el mismo “Caracazo” de 1989, fueron hechos conspirativos tramados desde las altas esferas del poder, bajo la protección del anonimato, la intriga y la corrupción. Mi corto relato es el siguiente:

Para el año 1992, fui nombrado comandante del Destacamento Nº 53 en el aeropuerto internacional de Maiquetía. Allí, pugnaban por el control formal e informal del mismo factores internos y externos de la Guardia Nacional y hasta de las Fuerzas Armadas. En una especie de sándwich, la unidad que yo comandaba estaba asediada por:
  1. Civiles y militares de todas las fuerzas con intereses en la aduana del aeropuerto: Oficiales del Ejército, la Guardia, la Armada, la Aviación y grupos económicos y políticos.
  2. Contrabandistas con poder e influencias en el gobierno, sectores políticos, económicos y militares.
  3. Narcotraficantes con conexiones en el corazón de los cuerpos de seguridad destacados en el aeropuerto, empresas de seguridad, aerolíneas y trabajadores del aeropuerto.
  4. Presión de la Dirección Antidrogas de la Guardia Nacional, ejercida por el General de Brigada Orlando Hernández Villegas, con intereses poco claros para instaurar un impenetrable círculo que hacía “maromas” de equilibrio sobre la delgada línea que divide al bien y el mal.
  5. Un inusual interés de la Infantería de Marina y de la Policía Naval, por apoderarse de la seguridad del aeropuerto, hecho que resultó coherente para mí luego de lo ocurrido en la noche del 3 de febrero antes de la llegada del Presidente al aeropuerto, donde el protagonista principal era el Almirante Daniels Hernández.
En la noche del 3 de febrero, aproximadamente a las 8:20 PM, recibí órdenes del Comandante General de la Guardia Nacional, de esperar a un teniente coronel del DIM, de apellido Orellana, quien me iba a llevar una información confidencial. Dicho Comandante nunca se presentó y en su lugar, más tarde, el jefe del DIM en el aeropuerto envió a dos de sus funcionarios a solicitarme prestados 6 fusiles FAL. Ante mi negativa a hacerlo, me hizo saber telefónicamente (después me confiesa que él no fue personalmente a pedirlos, porque pensaba que yo podía estar vinculado al golpe) que los necesitaba para proporcionar armas largas a sus hombres, porque tenía información de un posible atentado contra el Presidente.

Para terminar de configurar una situación de alarma, la Casa Militar, la cual se instalaba para recibir al Presidente con dos horas de anticipación, debía haber arribado a las 8 de la noche y no lo había hecho y ni siquiera el oficial coordinador se había presentado al Destacamento.

Ante las circunstancias y teniendo en cuenta que el mismo Comandante General me había pedido no alejarme del puesto de comandando y que esperara al comandante Orellana, decidí ejecutar el Plan de Reacción Inmediata, cuya ejecución de haber resultado todo una falsa alarma, seguramente hubiese acarreado el fin de mi carrera en las Fuerzas Armadas.

Entre las 9:30 y las 10 de la noche, (en momentos da apremio, generalmente se pierde al noción del tiempo) entró a mi Destacamento la caravana del Ministro de la Defensa, con el Ministro Fernando Ochoa Antich y me ordenó reunir al personal debido a que se tenía información de un posible atentado contra el Presidente en el aeropuerto, orden que no pude cumplir y que le expliqué que no podía hacerlo, debido a que toda la unidad estaba desplegada cumpliendo el Plan de Reacción. Entonces ordena al Subteniente Sabino Vigil Rodríguez, que la avisara a la Infantería de Marina sobre la situación. El oficial se equivoca y en vez de ir al comando de la infantería ubicado en Catia La Mar, en donde debía estar el Contralmirante Walter Becerra Contreras, se va al Batallón de Infantería de Marina Bolívar Nº 1 ubicado en la Avenida Soublette de Maiquetía. A su regreso, le participa al General Ochoa del cumplimiento de su orden, pero a mi me comenta que la Armada ya estaba en cuenta, pues en el batallón, tenían tanquetas con los motores encendidos, tenían el personal reunido con los rostros camuflados y con equipo de campaña. Después me entero, que tenían brazaletes tricolor en uno de sus brazos. Extrañamente, los soldados de la Policía Naval, “desaparecieron” de sus puestos de vigilancia, para aparecer en la madrugada en un sótano del aeropuerto, donde los tenía reunidos un Capitan de Navío, si mal no recuerdo de apellidos Fernández, en cuyo nombramiento como jefe de seguridad del IAIM (Instituto Aeropuerto Internacional de Maiquetía) tuvo mucho que ver el Almirante Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, quien se apersonó en mi unidad con una comisión de su dependencia, para materializar el paso de la función de la seguridad interna del aeropuerto, de la Guardia Nacional a la Policía Naval. Allá, en el archivo de la unidad se deben encontrar los libros de visitas y de novedades donde todo quedó escrito. Una vez alguien me dijo que esos libros no servían para nada, sino hasta que se necesitaban.

También me resultó extraño, que solo hasta la 5 AM del día 4 de febrero, apareció el Contralmirante Walter Becerra Contreras, comandante de la Infantería de Marina, a quien infructuosamente tratamos de localizar el Comandante del Destacamento 58, del Puerto de la Guaira y yo. En los días siguientes, fuimos llamados y amenazados con sancionarnos, porque no “le habíamos avisado” de lo que estaba ocurriendo.

Como si esto fuera poco, me sorprendió el hecho de saber que la caravana del Ministro de la Defensa, cuando llegó a mi unidad, venía de regreso de la autopista Caracas – La Guaira y que había estado en el aeropuerto, a pocos metros de mi unidad, sin que me lo notificara el personal de Guardia (cuando llamé a los efectivos para sancionarlos, me informaron que el mismo Ministro les había manifestado que no me avisaran porque iba saliendo de inmediato para Caracas) habiendo salido aproximadamente entre las 8 y las 8:30 de la noche hacia Caracas

Las unidades de la Casa Militar llegaron justo antes del aterrizaje del avión presidencial, gracias a que el General Leccia Madríd, personalmente implementó el operativo de habilitación del canal de contraflujo en la autopista Caracas – La Guaira, porque en uno de los túneles había sido incendiado un vehículo y no había en consecuencia, paso en el sentido sur norte.

Una vez que la alarma se generalizó, comenzó a llegar de Caracas, DIM, DISIP, PTJ y otras personalidades. Aterrizó el avión presidencial y fui testigo de cuando se le aseguraba al Presidente, que no estaba ocurriendo nada, que solo eran unos rumores. El General Leccia Madrid me ordenó que pernoctara en mi unidad, porque estaba ocurriendo algo raro y que había que estar alertas. Cerca de las 12 me llamó y me dijo que estaba ocurriendo un Golpe de Estado.

Lo que ocurrió esa noche y parte de día siguiente, debió ser investigado profundamente y para ello se designó a un crítico Coronel de la Guardia Nacional, Rigoberto Hernández Armas, con quien me entrevisté y quien me pidió que fuera preparando un informe extenso de lo que había oído y visto esa noche en Maiquetía. Este Coronel me dijo que habían muchos oficiales Generales involucrados y que vendría un gran escándalo. Posteriormente fue relevado de las investigaciones y mi testimonio jamás fue solicitado por quienes se encargaron de las averiguaciones. El vínculo de la Armada con los golpistas solo fue notado el 27 de noviembre cuando se produjo la segunda intentona. Los episodios de Maiquetía nunca fueron investigados. Muy larga fue esa noche y muchos los cabos que dejaron de ser atados. Pronto, éstos y muchos otros saldrán a la luz pública.

domingo, 9 de enero de 2011

Los infiltrados del gobierno chavista en Miami.

Según algunos, en vez de infiltrar espías en “el imperio” para anticiparse a los temidos planes de invasión, tal pareciera que para el gobierno venezolano es más importante conocer detalles de la vida de los exilados venezolanos.


Hoy he decidido escribir sobre el tema de los “infiltrados del gobierno venezolano en Miami”, que aunque pueda resultar baladí y hasta insignificante frente a un escenario donde el destino de un país completo se dirime en todos los espacios, es necesario traerlo a colación en virtud a que, sin imaginármelo, se convirtió en una experiencia más en mi vida de exilado, como producto de mi discreta actuación pública, independiente de todo tipo de radicalismo, fanatismo o apasionamiento.


Para poder entrar bien en el tema, debo apelar como lo he hecho en algunas ocasiones a mi inmodestia, solo con el propósito de dar a conocer a quienes los ignoran, algunos aspectos de mi vida, sobre todo profesional, que fueron los que me llevaron casi al final de una exitosa carrera militar a la condición de exilado político; una condición que nunca preví, planee o siquiera llegué a imaginar que iba a etiquetar mi vida.


Durante mi permanencia de 31 años en la Guardia Nacional de Venezuela, incluyendo los 4 años de formación militar en la EFOFAC, mi trayectoria fue signada por el éxito, a pesar de los tropiezos típicos al confrontar con la realidad venezolana, una personalidad fraguada en el seno de un hogar humilde y sencillo, donde la honestidad, el respeto y el honor fueron los pilares fundamentales de mi formación ciudadana. Durante todos esos años, repito, a pesar de encontronazos con el poder corrupto y con la envidia, la mentira y la deshonestidad de algunos superiores, compañeros y subalternos, sin cuyo concurso no me hubiera sido posible conocer de cerca la bajeza de los hombres, mi valía profesional siempre fue reconocida mediante todo tipo de expresiones.


Cuando la pesadilla que hoy se niega a abandonar los sueños de los venezolanos comenzó, me alcanza en el grado de Coronel y en el primer lugar en el Orden al Mérito de mi promoción, como siempre, por lo que al grado de General soy promovido en el mismo puesto sin ningún tipo de inconveniente. Dos años y medio después, mientras me encontraba cumpliendo funciones como Director Nacional de Identificación y Extranjería en la DIEX, era el General de Brigada con mayor opción para el ascenso a General de División, con el apoyo de los sectores institucionales de la Guardia Nacional y de la Administración Pública. Mi trayectoria profesional me proyectaba como un potencial Comandante General de la Guardia Nacional, proyección que de no cumplirse, en el peor de los casos, me podría haber generado importantes roles en otros cargos, con recursos económicos o privilegios envidiables, que de paso, no se correspondían con mis aspiraciones.


Cualquiera que fuera el caso, el lanzarme al lado contrario del gobierno y de las estructuras de poder hubiese constituido una temeridad y sin embargo lo hice el 11 de abril del 2002, cuando mi conciencia me indicó que era mi deber. Pero si temerario fue renunciar a la digna culminación de una exitosa carrera militar, prácticamente suicida resultó el enfrentamiento abierto contra un Estado forajido, erigido en protector, financista y diseminador del terrorismo en la región, escenario en el que me vi envuelto al realizar denuncias con pruebas en mano, las cuales se hicieron inclusive a nivel internacional. Solo cuando la evidencia apuntaba a que la corrupta justicia venezolana no se haría cargo de los presuntos delitos que se me imputaban, sino que elementos terroristas colombianos y venezolanos habían puesto en marcha un plan para llevarme “de vacaciones” a la selva colombiana vía Arauca, opté por la huída de mi tierra natal y por el exilio en otro país en el mes de abril del 2005.


Al llegar a Miami, ansioso por entrar en contacto con un vigoroso, monolítico y amistoso exilio, di los primeros pasos hacia varios grupos e individualidades en ese entonces, en los que fui recibido con entusiasmo en unos, con recelo en otros, pero en todos ellos, encontré como factor común el deseo de hacer algo por el país que dejé atrás. Pero todo no resultó como lo había percibido durante los primeros meses; con el transcurrir del tiempo, comencé a notar que a pesar que nuestro enemigo se encontraba en Venezuela, en el exilio habían elementos hostiles con posiciones irreconciliables entre ellos, que impregnaban con sus antagonismos a quienes los rodeaban, hasta el punto de que el contacto con cualquier individualidad que no fuera del agrado de unos, era objeto de descalificación y de reprensión por parte de otros. Poco a poco, descubrí que la sola condición de exiliado no bastaba para ser aceptado en cualquiera de los grupos que se iban formando. Era necesario además que se demostrara lealtad y sumisión hacia lo interno, así como rechazo solidario hacia lo externo. Algo así como lo que le reclama el régimen venezolano a sus seguidores inscritos en el PSUV.


En varias oportunidades fui alertado acerca de la presencia de algunos “infiltrados” del gobierno en el exilio de Miami, infiltrados cuya actividad delatoria estaba proporcionalmente relacionada con los desacuerdos que pudieran tener con determinados grupos, así como con las características personales que los harían incompatibles con posiciones meramente personales, por lo general radicales e inconvenientes. Naturalmente que tomé mis previsiones al respecto y opté por evitar “contaminarme” del virus que podría convertirme en infiltrado sin que ni siquiera yo mismo me diera cuenta. No obstante mis previsiones, ya en un par de ocasiones, compatriotas (será que utilizar esta palabra será la confirmación de que me he convertido en un infiltrado?) en el exilio han alertado a otros acerca de que dentro de mí habita un infiltrado del chavismo.


Sin siquiera imaginarlo, a pesar que mis acciones en el pasado han dejado más que evidenciado las profundas e irreconciliables diferencias que me separan del nauseabundo chavismo que tiñe de rojo y de vergüenza a Venezuela, he corrido la misma suerte de aquellos de quienes me pidieron cuidarme en algún momento, solo que mi reacción no será de desaliento como les ha ocurrido a algunos, sino que por el contrario, me empeñaré en trabajar cada día más para difundir lo que, ocurriendo todos los días en mi país, otros prefieren callar en unos casos o confinar en otros a las tertulias de fin de semana en casas de familia o en lugares de diversión. No decaeré en mi esfuerzo por hacer cuanto esté a mi alcance por ayudar a mi país ante las actuales circunstancias, realizando todas las acciones o actividades que sean necesarias, inclusive, aquellas que activaron la maliciosa lengua de algún resentido, mal informado o elucubrador empedernido, cuyas circunstancias y motivaciones lo obligaron a hacer público el tamaño de su envidia y de sus inequidades.


No hacer nada frente a manipulaciones provenientes de individuos que tratan de alimentar su credibilidad a costas de la de otros, podría constituir un acto de asentimiento ante tal acusación, por aquello de que “quien calla otorga”. Salir a buscar al propagador de la infamia para reclamarle su actuación, podría hasta ser considerado como impropio para quien recibe la ofensa, por aquello de que “la verdad duele”. Tales argumentos, además de falsos y maliciosos, actúan como el elemento disuasor de quienes no tienen posibilidad alguna de enfrentar con éxito a la víctima de sus ofídicas imprecaciones. No obstante, ante la necesidad de acudir a cualquiera de las dos opciones, no se debe acudir al silencio por ningún motivo y en mi caso, el tema del día de hoy constituye el rechazo de mi parte, no solo por la risible dispersión de una especie poco creíble y maliciosa sobre mi persona, cuya posibilidad de ocurrencia se encuentra totalmente reñida con mi consistencia moral y con el tamaño del sacrificio que me trajo al exilio, sino que también constituye una impugnación pública, en defensa de todos aquellos “infiltrados” por obra y gracia de charlatanes inescrupulosos, cuya actuación en el exilio contra del corrupto y oprobioso sistema que hoy oprime a nuestra Nación, los ha expuesto a la maledicencia de personas indecentes, cuyo único mérito es el de servir de agentes del mismo enemigo al que pretenden combatir, quizás presa del mecanismo psicológico defensivo de la proyección.


Es muy posible que existan infiltrados del chavismo entre los venezolanos que nos encontramos en el digno exilio. Es muy seguro que algunos de nuestros pasos le llaman la atención al facineroso gobierno bolivariano; pero el daño que tales informantes pueden hacernos, es infinitamente menos importante, que el que producen las especulaciones de un antichavista lleno de resentimiento, rencor, envidia y odio, cuya vergonzosa acción lo convierte en el más traidor de los traidores.

sábado, 1 de enero de 2011

Un nuevo año y distintas expectativas.

El pueblo venezolano espera lo mejor del nuevo año; el gobierno, solo que sea menos malo que el 2010.

La pasada noche del 31 de diciembre, es la quinta que paso fuera de mi país. De todas las anteriores, recuerdo claramente como fue la primera: En mi mente están aún claras las conversaciones telefónicas que tuve esa noche saludando a mis familiares y amigos, las personas que se encontraban en el lugar donde recibí el año 2006, el frío que hacía en ese momento, en fin, casi todo. Los siguientes fines de año se confunden en mi mente y dejaron de ser una fecha de fácil recordación, para convertirse en una noche cualquiera, donde el primero de enero es solo un día donde la gran mayoría de los negocios de Miami se encuentran cerrados y a menos que quiera uno recorrer calles vacías, la mejor opción es quedarse en su casa.

La de anoche no fue la excepción a la regla de los últimos cuatro años. No obstante, a pesar que los detalles de cada noche de año nuevo se diluyen y pasan a formar de la cotidianidad, este 31 de diciembre del 2010 tiene algo de especial y ese algo tiene que ver con la esperanza. Tengo la certeza que el año 2011 va a ser la antesala de los acontecimientos que pondrán a los venezolanos al frente de su destino.

Pienso además que la misma percepción la tiene la gran mayoría de los venezolanos preocupados por nuestro país. Cada quien en su respectivo nivel socioeconómico, mientras celebraba su noche de Año Nuevo con comida, licor y pólvora, hacía votos para que el nuevo año le trajera algún alivio, tal vez económico, a su situación y sobre todo paz, seguridad personal y algo de felicidad. Las familias de unas 17.000 personas, es decir, unos 68.000 familiares, que durante el 2010 debieron enterrar a sus seres queridos luego de violentos fallecimientos, tal vez no se sumaron a la euforia de la noche de año nuevo y seguramente ya no esperan nada del futuro.

Por su parte, quienes viven del gobierno a expensas de sus misiones, seguramente pasaron la festiva fecha bajo la angustia que seguramente les produce el ver al capitán de su barco, dirigirlo sin intención alguna de corregir el rumbo, hacia el desastre. La sensación de que en un futuro muy cercano se verán abandonados y sin las migajas que caen de la mesa de la revolución les atenaza el alma y los llena de temor e incertidumbre. Para ellos el 2011 es una silueta borrosa que no termina de llegar y preferirían pensar en el 2021 que el líder no ha vuelto a repetir desde hace algún tiempo.

Los oligarcas que la revolución busca en la oposición, pero que realmente viven en su rojo seno, podrían ser los más preocupados en la noche de año nuevo. Su grado de preocupación sería directamente proporcional a las riquezas que ostentan e inversamente proporcional a la licitud de sus negocios. Del porvenir inmediato en el 2011 dependerían los márgenes de sus negociaciones y de la vida que le resta a su revolución dependería la salud de su negocio.

Por último, para el gobierno, el deseo de año nuevo, es que el 2011 sea menos malo que el 2010, pero como lo dijo el mal llamado líder de la revolución en un Aló Presidente que recuerdo, “deseos no empreñan”. El país ha tomado un camino y es el que le ha deparado la “Revolución del Siglo XXI” y ese camino tiene un fin, como todos los caminos de la tierra. El fin de la revolución en el caso de Hugo Chávez es el fracaso y la desilusión de quienes se atrevieron a creer en él y a confiar sus respectivos destinos en las manos de un estafador de ilusiones.

No hay que ser prestidigitador para saber, que ante el objetivo para ambas partes del conflicto creado en Venezuela por el imitador de Dictador instalado en el palacio de Miraflores, como lo es el proceso electoral del 2012, se extiende un abismo cronológico de dos años, los cuales van a ser muy duros para todos los venezolanos, solo que “las partes en conflicto” se encuentran en pendientes diferentes; mientras la oposición va en crecimiento, el proyecto del gobierno va en una merma lenta pero constante. Como lo dije hace un tiempo, el témpano chavista está derritiéndose poco a poco. De acuerdo a como lo venía haciendo en el año 2008, su expectativa de vida daba para más allá de 4 años, pero el último año, además de ser adverso por razones exógenas al gobierno, por razones dependientes exclusivamente de la toma de malas decisiones por parte del Presidemente, se convirtió en un calvario que no termina el 31 de diciembre del 2010, sino que continua a partir del 1 de enero del 2011.