Este fin de semana tuve la oportunidad de leer el documento “Carta XVII”, a los ciudadanos, en oportunidad del fallecimiento del Ex Presidente Carlos Andrés Pérez, del Vicealmirante Mario Iván Carratú Molina. En dicha carta, mi amigo, el Vicealmirante Carratú, revela públicamente detalles sobre lo que sus allegados y personas ponderadas por él mismo como objetivas, honestas y conscientes, han tenido el privilegio de conocer directamente gracias a un íntimo y respetuoso contacto personal.
En el cuerpo de dicha carta, Carratú hace un rápido sobrevuelo sobre las variadas circunstancias que lo llevaron a formarse un criterio propio, considero yo que muy acertado, sobre la intriga política que se vivió en Venezuela en los años 90 y que se constituyó, según lo veo, en una réplica de otras anteriores, resultantes del cumplimiento de ciclos sociopolíticos de carácter generacional.
Que hubo una conspiración contra la Democracia a lo largo de toda su existencia en Venezuela, pues no lo dudo. Que la Democracia venezolana no resultó ser como la de otros países, porque estaba cargada de elementos muy “sui generis” que marcaron su destino, lo creo. Las causas de la pérdida de nuestra Democracia las resumo en muy pocas palabras de la manera siguiente: La envidia, el ansia de influencias y dinero, la inmediatez presente en la conducta social de venezolano, las intrigas palaciegas, los cercos impuestos al poder y la ceguera de los gobernantes.
Tal como lo afirma mi amigo Carratú, la actual situación general por la que atraviesa nuestro país, no fue provocada por los militares superiores y subalternos, suboficiales y tropas que se involucraron en los sucesos del año 1992. Ellos fueron solo los ejecutores o los elementos tácticos de una rebelión, los artesanos estratégicos de las intentonas golpistas se mantuvieron en el anonimato por temor a su enjuiciamiento por parte de las autoridades en aquellos momentos y tratan de mantenerse bajo la protección del mismo, por temor al juicio de la historia.
En la noche del 3 de febrero del año 1992, siendo el comandante del Destacamento Nº 53 de la Guardia Nacional, unidad responsable por la seguridad del aeropuerto internacional de Maiquetía, lugar donde pasadas las 10 de la noche aterrizaría el avión presidencial con el Presidente Carlos Andrés Pérez a bordo, a pesar de ser un oficial de rango mediano de la Guardia Nacional, “tenía”que estar enterado de lo que el Alto Mando del ejército sabía desde las 10 de la mañana, información la cual se mantuvo en manos de un círculo muy estrecho de Oficiales General de esa Fuerza y que ni siquiera había sido puesta en conocimiento de mis superiores dentro de la Guardia Nacional, como lo eran el Jefe del Comando Regional Nº 5, el General de Brigada José Vicente Leccia Madrid y el Comandante General de la Guardia Nacional, General de División Fredis Ventura Maya Cardona.
En conversaciones que tuve con mi amigo Carratú, sentí una permanente sensación de incredulidad y digo esto, porque me resultaba increible como cada vez que lo que yo consideraba presunciones de mi parte, encontraban una extraordinaria coincidencia con los hechos que él me relataba. Era el choque de la verdad después de años de conjeturas. Tal percepción la he tenido desde el año 92 hasta el presente, cada vez que cruzo mis sospechas con otros actores involucrados de cualquier manera con los hechos.
Por primera vez voy a escribir sobre los mismos, pero antes de hacerlo, en este escrito les adelantaré un resumen de los hechos anteriores y posteriores que me permiten afirmar, tal como lo hace mi amigo Carratú, que los intentos de golpe del año 92 y que el mismo “Caracazo” de 1989, fueron hechos conspirativos tramados desde las altas esferas del poder, bajo la protección del anonimato, la intriga y la corrupción. Mi corto relato es el siguiente:
Para el año 1992, fui nombrado comandante del Destacamento Nº 53 en el aeropuerto internacional de Maiquetía. Allí, pugnaban por el control formal e informal del mismo factores internos y externos de la Guardia Nacional y hasta de las Fuerzas Armadas. En una especie de sándwich, la unidad que yo comandaba estaba asediada por:
En el cuerpo de dicha carta, Carratú hace un rápido sobrevuelo sobre las variadas circunstancias que lo llevaron a formarse un criterio propio, considero yo que muy acertado, sobre la intriga política que se vivió en Venezuela en los años 90 y que se constituyó, según lo veo, en una réplica de otras anteriores, resultantes del cumplimiento de ciclos sociopolíticos de carácter generacional.
Que hubo una conspiración contra la Democracia a lo largo de toda su existencia en Venezuela, pues no lo dudo. Que la Democracia venezolana no resultó ser como la de otros países, porque estaba cargada de elementos muy “sui generis” que marcaron su destino, lo creo. Las causas de la pérdida de nuestra Democracia las resumo en muy pocas palabras de la manera siguiente: La envidia, el ansia de influencias y dinero, la inmediatez presente en la conducta social de venezolano, las intrigas palaciegas, los cercos impuestos al poder y la ceguera de los gobernantes.
Tal como lo afirma mi amigo Carratú, la actual situación general por la que atraviesa nuestro país, no fue provocada por los militares superiores y subalternos, suboficiales y tropas que se involucraron en los sucesos del año 1992. Ellos fueron solo los ejecutores o los elementos tácticos de una rebelión, los artesanos estratégicos de las intentonas golpistas se mantuvieron en el anonimato por temor a su enjuiciamiento por parte de las autoridades en aquellos momentos y tratan de mantenerse bajo la protección del mismo, por temor al juicio de la historia.
En la noche del 3 de febrero del año 1992, siendo el comandante del Destacamento Nº 53 de la Guardia Nacional, unidad responsable por la seguridad del aeropuerto internacional de Maiquetía, lugar donde pasadas las 10 de la noche aterrizaría el avión presidencial con el Presidente Carlos Andrés Pérez a bordo, a pesar de ser un oficial de rango mediano de la Guardia Nacional, “tenía”que estar enterado de lo que el Alto Mando del ejército sabía desde las 10 de la mañana, información la cual se mantuvo en manos de un círculo muy estrecho de Oficiales General de esa Fuerza y que ni siquiera había sido puesta en conocimiento de mis superiores dentro de la Guardia Nacional, como lo eran el Jefe del Comando Regional Nº 5, el General de Brigada José Vicente Leccia Madrid y el Comandante General de la Guardia Nacional, General de División Fredis Ventura Maya Cardona.
En conversaciones que tuve con mi amigo Carratú, sentí una permanente sensación de incredulidad y digo esto, porque me resultaba increible como cada vez que lo que yo consideraba presunciones de mi parte, encontraban una extraordinaria coincidencia con los hechos que él me relataba. Era el choque de la verdad después de años de conjeturas. Tal percepción la he tenido desde el año 92 hasta el presente, cada vez que cruzo mis sospechas con otros actores involucrados de cualquier manera con los hechos.
Por primera vez voy a escribir sobre los mismos, pero antes de hacerlo, en este escrito les adelantaré un resumen de los hechos anteriores y posteriores que me permiten afirmar, tal como lo hace mi amigo Carratú, que los intentos de golpe del año 92 y que el mismo “Caracazo” de 1989, fueron hechos conspirativos tramados desde las altas esferas del poder, bajo la protección del anonimato, la intriga y la corrupción. Mi corto relato es el siguiente:
Para el año 1992, fui nombrado comandante del Destacamento Nº 53 en el aeropuerto internacional de Maiquetía. Allí, pugnaban por el control formal e informal del mismo factores internos y externos de la Guardia Nacional y hasta de las Fuerzas Armadas. En una especie de sándwich, la unidad que yo comandaba estaba asediada por:
- Civiles y militares de todas las fuerzas con intereses en la aduana del aeropuerto: Oficiales del Ejército, la Guardia, la Armada, la Aviación y grupos económicos y políticos.
- Contrabandistas con poder e influencias en el gobierno, sectores políticos, económicos y militares.
- Narcotraficantes con conexiones en el corazón de los cuerpos de seguridad destacados en el aeropuerto, empresas de seguridad, aerolíneas y trabajadores del aeropuerto.
- Presión de la Dirección Antidrogas de la Guardia Nacional, ejercida por el General de Brigada Orlando Hernández Villegas, con intereses poco claros para instaurar un impenetrable círculo que hacía “maromas” de equilibrio sobre la delgada línea que divide al bien y el mal.
- Un inusual interés de la Infantería de Marina y de la Policía Naval, por apoderarse de la seguridad del aeropuerto, hecho que resultó coherente para mí luego de lo ocurrido en la noche del 3 de febrero antes de la llegada del Presidente al aeropuerto, donde el protagonista principal era el Almirante Daniels Hernández.
En la noche del 3 de febrero, aproximadamente a las 8:20 PM, recibí órdenes del Comandante General de la Guardia Nacional, de esperar a un teniente coronel del DIM, de apellido Orellana, quien me iba a llevar una información confidencial. Dicho Comandante nunca se presentó y en su lugar, más tarde, el jefe del DIM en el aeropuerto envió a dos de sus funcionarios a solicitarme prestados 6 fusiles FAL. Ante mi negativa a hacerlo, me hizo saber telefónicamente (después me confiesa que él no fue personalmente a pedirlos, porque pensaba que yo podía estar vinculado al golpe) que los necesitaba para proporcionar armas largas a sus hombres, porque tenía información de un posible atentado contra el Presidente.
Para terminar de configurar una situación de alarma, la Casa Militar, la cual se instalaba para recibir al Presidente con dos horas de anticipación, debía haber arribado a las 8 de la noche y no lo había hecho y ni siquiera el oficial coordinador se había presentado al Destacamento.
Ante las circunstancias y teniendo en cuenta que el mismo Comandante General me había pedido no alejarme del puesto de comandando y que esperara al comandante Orellana, decidí ejecutar el Plan de Reacción Inmediata, cuya ejecución de haber resultado todo una falsa alarma, seguramente hubiese acarreado el fin de mi carrera en las Fuerzas Armadas.
Entre las 9:30 y las 10 de la noche, (en momentos da apremio, generalmente se pierde al noción del tiempo) entró a mi Destacamento la caravana del Ministro de la Defensa, con el Ministro Fernando Ochoa Antich y me ordenó reunir al personal debido a que se tenía información de un posible atentado contra el Presidente en el aeropuerto, orden que no pude cumplir y que le expliqué que no podía hacerlo, debido a que toda la unidad estaba desplegada cumpliendo el Plan de Reacción. Entonces ordena al Subteniente Sabino Vigil Rodríguez, que la avisara a la Infantería de Marina sobre la situación. El oficial se equivoca y en vez de ir al comando de la infantería ubicado en Catia La Mar, en donde debía estar el Contralmirante Walter Becerra Contreras, se va al Batallón de Infantería de Marina Bolívar Nº 1 ubicado en la Avenida Soublette de Maiquetía. A su regreso, le participa al General Ochoa del cumplimiento de su orden, pero a mi me comenta que la Armada ya estaba en cuenta, pues en el batallón, tenían tanquetas con los motores encendidos, tenían el personal reunido con los rostros camuflados y con equipo de campaña. Después me entero, que tenían brazaletes tricolor en uno de sus brazos. Extrañamente, los soldados de la Policía Naval, “desaparecieron” de sus puestos de vigilancia, para aparecer en la madrugada en un sótano del aeropuerto, donde los tenía reunidos un Capitan de Navío, si mal no recuerdo de apellidos Fernández, en cuyo nombramiento como jefe de seguridad del IAIM (Instituto Aeropuerto Internacional de Maiquetía) tuvo mucho que ver el Almirante Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, quien se apersonó en mi unidad con una comisión de su dependencia, para materializar el paso de la función de la seguridad interna del aeropuerto, de la Guardia Nacional a la Policía Naval. Allá, en el archivo de la unidad se deben encontrar los libros de visitas y de novedades donde todo quedó escrito. Una vez alguien me dijo que esos libros no servían para nada, sino hasta que se necesitaban.
También me resultó extraño, que solo hasta la 5 AM del día 4 de febrero, apareció el Contralmirante Walter Becerra Contreras, comandante de la Infantería de Marina, a quien infructuosamente tratamos de localizar el Comandante del Destacamento 58, del Puerto de la Guaira y yo. En los días siguientes, fuimos llamados y amenazados con sancionarnos, porque no “le habíamos avisado” de lo que estaba ocurriendo.
Como si esto fuera poco, me sorprendió el hecho de saber que la caravana del Ministro de la Defensa, cuando llegó a mi unidad, venía de regreso de la autopista Caracas – La Guaira y que había estado en el aeropuerto, a pocos metros de mi unidad, sin que me lo notificara el personal de Guardia (cuando llamé a los efectivos para sancionarlos, me informaron que el mismo Ministro les había manifestado que no me avisaran porque iba saliendo de inmediato para Caracas) habiendo salido aproximadamente entre las 8 y las 8:30 de la noche hacia Caracas
Las unidades de la Casa Militar llegaron justo antes del aterrizaje del avión presidencial, gracias a que el General Leccia Madríd, personalmente implementó el operativo de habilitación del canal de contraflujo en la autopista Caracas – La Guaira, porque en uno de los túneles había sido incendiado un vehículo y no había en consecuencia, paso en el sentido sur norte.
Una vez que la alarma se generalizó, comenzó a llegar de Caracas, DIM, DISIP, PTJ y otras personalidades. Aterrizó el avión presidencial y fui testigo de cuando se le aseguraba al Presidente, que no estaba ocurriendo nada, que solo eran unos rumores. El General Leccia Madrid me ordenó que pernoctara en mi unidad, porque estaba ocurriendo algo raro y que había que estar alertas. Cerca de las 12 me llamó y me dijo que estaba ocurriendo un Golpe de Estado.
Lo que ocurrió esa noche y parte de día siguiente, debió ser investigado profundamente y para ello se designó a un crítico Coronel de la Guardia Nacional, Rigoberto Hernández Armas, con quien me entrevisté y quien me pidió que fuera preparando un informe extenso de lo que había oído y visto esa noche en Maiquetía. Este Coronel me dijo que habían muchos oficiales Generales involucrados y que vendría un gran escándalo. Posteriormente fue relevado de las investigaciones y mi testimonio jamás fue solicitado por quienes se encargaron de las averiguaciones. El vínculo de la Armada con los golpistas solo fue notado el 27 de noviembre cuando se produjo la segunda intentona. Los episodios de Maiquetía nunca fueron investigados. Muy larga fue esa noche y muchos los cabos que dejaron de ser atados. Pronto, éstos y muchos otros saldrán a la luz pública.
Para terminar de configurar una situación de alarma, la Casa Militar, la cual se instalaba para recibir al Presidente con dos horas de anticipación, debía haber arribado a las 8 de la noche y no lo había hecho y ni siquiera el oficial coordinador se había presentado al Destacamento.
Ante las circunstancias y teniendo en cuenta que el mismo Comandante General me había pedido no alejarme del puesto de comandando y que esperara al comandante Orellana, decidí ejecutar el Plan de Reacción Inmediata, cuya ejecución de haber resultado todo una falsa alarma, seguramente hubiese acarreado el fin de mi carrera en las Fuerzas Armadas.
Entre las 9:30 y las 10 de la noche, (en momentos da apremio, generalmente se pierde al noción del tiempo) entró a mi Destacamento la caravana del Ministro de la Defensa, con el Ministro Fernando Ochoa Antich y me ordenó reunir al personal debido a que se tenía información de un posible atentado contra el Presidente en el aeropuerto, orden que no pude cumplir y que le expliqué que no podía hacerlo, debido a que toda la unidad estaba desplegada cumpliendo el Plan de Reacción. Entonces ordena al Subteniente Sabino Vigil Rodríguez, que la avisara a la Infantería de Marina sobre la situación. El oficial se equivoca y en vez de ir al comando de la infantería ubicado en Catia La Mar, en donde debía estar el Contralmirante Walter Becerra Contreras, se va al Batallón de Infantería de Marina Bolívar Nº 1 ubicado en la Avenida Soublette de Maiquetía. A su regreso, le participa al General Ochoa del cumplimiento de su orden, pero a mi me comenta que la Armada ya estaba en cuenta, pues en el batallón, tenían tanquetas con los motores encendidos, tenían el personal reunido con los rostros camuflados y con equipo de campaña. Después me entero, que tenían brazaletes tricolor en uno de sus brazos. Extrañamente, los soldados de la Policía Naval, “desaparecieron” de sus puestos de vigilancia, para aparecer en la madrugada en un sótano del aeropuerto, donde los tenía reunidos un Capitan de Navío, si mal no recuerdo de apellidos Fernández, en cuyo nombramiento como jefe de seguridad del IAIM (Instituto Aeropuerto Internacional de Maiquetía) tuvo mucho que ver el Almirante Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, quien se apersonó en mi unidad con una comisión de su dependencia, para materializar el paso de la función de la seguridad interna del aeropuerto, de la Guardia Nacional a la Policía Naval. Allá, en el archivo de la unidad se deben encontrar los libros de visitas y de novedades donde todo quedó escrito. Una vez alguien me dijo que esos libros no servían para nada, sino hasta que se necesitaban.
También me resultó extraño, que solo hasta la 5 AM del día 4 de febrero, apareció el Contralmirante Walter Becerra Contreras, comandante de la Infantería de Marina, a quien infructuosamente tratamos de localizar el Comandante del Destacamento 58, del Puerto de la Guaira y yo. En los días siguientes, fuimos llamados y amenazados con sancionarnos, porque no “le habíamos avisado” de lo que estaba ocurriendo.
Como si esto fuera poco, me sorprendió el hecho de saber que la caravana del Ministro de la Defensa, cuando llegó a mi unidad, venía de regreso de la autopista Caracas – La Guaira y que había estado en el aeropuerto, a pocos metros de mi unidad, sin que me lo notificara el personal de Guardia (cuando llamé a los efectivos para sancionarlos, me informaron que el mismo Ministro les había manifestado que no me avisaran porque iba saliendo de inmediato para Caracas) habiendo salido aproximadamente entre las 8 y las 8:30 de la noche hacia Caracas
Las unidades de la Casa Militar llegaron justo antes del aterrizaje del avión presidencial, gracias a que el General Leccia Madríd, personalmente implementó el operativo de habilitación del canal de contraflujo en la autopista Caracas – La Guaira, porque en uno de los túneles había sido incendiado un vehículo y no había en consecuencia, paso en el sentido sur norte.
Una vez que la alarma se generalizó, comenzó a llegar de Caracas, DIM, DISIP, PTJ y otras personalidades. Aterrizó el avión presidencial y fui testigo de cuando se le aseguraba al Presidente, que no estaba ocurriendo nada, que solo eran unos rumores. El General Leccia Madrid me ordenó que pernoctara en mi unidad, porque estaba ocurriendo algo raro y que había que estar alertas. Cerca de las 12 me llamó y me dijo que estaba ocurriendo un Golpe de Estado.
Lo que ocurrió esa noche y parte de día siguiente, debió ser investigado profundamente y para ello se designó a un crítico Coronel de la Guardia Nacional, Rigoberto Hernández Armas, con quien me entrevisté y quien me pidió que fuera preparando un informe extenso de lo que había oído y visto esa noche en Maiquetía. Este Coronel me dijo que habían muchos oficiales Generales involucrados y que vendría un gran escándalo. Posteriormente fue relevado de las investigaciones y mi testimonio jamás fue solicitado por quienes se encargaron de las averiguaciones. El vínculo de la Armada con los golpistas solo fue notado el 27 de noviembre cuando se produjo la segunda intentona. Los episodios de Maiquetía nunca fueron investigados. Muy larga fue esa noche y muchos los cabos que dejaron de ser atados. Pronto, éstos y muchos otros saldrán a la luz pública.