Mi experiencia en la Guardia Nacional desde el año 1976, me enseñó que la conducta de la mayoría de los militares evolucionaba en función de los intereses personales de cada uno, los cuales podrían variar entre una especie de apostolado profesional hasta el usufructo personal y grosero de los privilegios que el grado, el cargo o la posición podían otorgarles, conducta recurrente en todas las esferas sociales y profesionales del país, donde unos eran los vivos o avispados y otros los pendejos . Tal característica idiosincrásica debe ser tomada en cuenta para entender el manejo que el régimen del Presidente Hugo Chávez ha hecho de ella para explotarla en el beneficio de su pretendida revolución.
Así, de aquellos sesenta y dos subtenientes integrantes de la promoción Toma del El Callao graduados el 5 de julio de 1976, ya para el año 1993 algunos se encontraban en la situación de retiro por diferentes causas y los treinta que se hallaban en servicio activo, se encontraban en el grados de Teniente Coronel con dos años de antigüedad y con opción a Coronel para el mes de julio de 1995, mientras que algunos que se habían quedado rezagados por muy vivos o por muy pendejos (reconociendo en algunos casos, que en Venezuela, ser honesto es sinónimo de pendejo y que a veces la suerte no ayuda a los honestos) eran Mayores, Capitanes y uno de ellos aún era Teniente.
Para ese entonces, yo ocupaba un cargo administrativo en la División de Adquisiciones de la Dirección de Administración del Ministerio de la Defensa, el Ministro de la Defensa era el Vicealmirante Radamés Muñoz León, el Presidente de la República era el Dr. Ramón J. Velásquez y la situación política del país era poco promisoria electoralmente para los partidos que tradicionalmente se habían alternado el poder en el país (Acción Democrática y COPEI).
El Dr. Rafael Caldera, antiguo militante fundador del partido Social Cristiano COPEI, fue quien avizoró una vía para canalizar el descontento popular con la finalidad de obtener una victoria electoral y con tal fin dedicó sus seniles esfuerzos en agrupar una serie de agrupaciones políticas minoritarias con la idea de conformar una coalición que lo llevara a la presidencia de la República, a la cual se le denominó “el chiripero ” y que se agrupó alrededor de un nuevo partido inscrito en el CSE o Consejo Supremo Electoral como “Convergencia”.
En el proceso electoral de diciembre del 1993, aunque cinco partidos se dividieron el 95,5% del electorado (AD 26,3%; COPEI 22,7%; Causa Radical (CAUSA R) 21,9%; CONVERGENCIA 13,8% y el Movimiento al Socialismo (MAS) 10,8% ) el resultado se tradujo en la ascensión al poder del Dr. Rafael Caldera, quien de inmediato relevó del Ministerio de la Defensa al Vicealmirante Radamés Muñoz para colocar en su lugar al General de División Rafael Montero Revete, acción poco usual hasta la fecha, cuando luego de los procesos electorales las Fuerzas Armadas no eran afectadas por los cambios de gabinete y el Ministro de la Defensa continuaba en el ejercicio de sus funciones hasta el mes de julio, fecha en la que generalmente pasaba a retiro.
Entre las causas que presuntamente influyeron para el cambio del Ministro de la Defensa, se rumoró su participación en un posible complot para desconocer el resultado de las elecciones o para deponer al recién electo Presidente de la República, con el apoyo de los Estados Unidos . Quienes de alguna forma teníamos contacto con el Ministro fuimos sorprendidos por tales especulaciones y más aún por las acciones que fueron emprendidas desde el gobierno y desde el Ministerio de la Defensa en nuestra contra.
En lo que a mi respecta, fui informado que en mi condición de Teniente Coronel número uno de mi promoción, había sido incluido en una terna de la cual se elegiría un nuevo edecán por parte de la Guardia Nacional para el Presidente de la República, no obstante, luego se me notificó que ya no era parte de tal terna y que por el contrario había sido nombrado comandante del Destacamento Nº 35 de la Guardia Nacional con sede en Maracaibo.
Este hecho resultaba inusual, por cuanto año y medio antes me había desempeñado como comandante del Destacamento Nº 53 con sede en Maiquetía. Esa unidad, durante el intento de golpe de Estado del año 1992, jugó un papel esencial para evitar la captura del Presidente Carlos Andrés Pérez por parte de una unidad de la Armada el lunes 3 de febrero de ese año. Según se pudo descubrir tiempo después, esa noche, sin proponérmelo y desinformado como estaba, impartí las instrucciones y órdenes necesarias para tomar el control militar de dicho aeropuerto ante la ausencia de la Casa Militar de la presidencia y en medio de la incertidumbre reinante, se disuadió a los elementos del Batallón de Infantería de Marina Nº 1 para que actuaran en el momento del aterrizaje del avión presidencial.
Un nuevo nombramiento para ejercer la actividad de comando de una unidad operativa de la Guardia Nacional era inusual y hacía presuponer un castigo, especialmente por la situación que imperaba en tal unidad, donde días antes una revuelta en la cárcel de Sabaneta (bajo la responsabilidad del Destacamento Nº 35) había dejado como resultado ciento ocho fallecidos y sesenta evadidos en un solo día.
La situación que se vivía en tal Destacamento era explosiva y durante el año y medio que estuve al mando de la misma debí actuar en innumerables revueltas y reyertas carcelarias, así como en otras áreas de responsabilidad de la unidad, tales como el puerto y el aeropuerto de Maracaibo, la zona urbana, rural y fronteriza, así como también superar situaciones de enfrentamiento con autoridades regionales unas veces por la defensa del prestigio institucional y de la integridad de algunos oficiales y tropas bajo mi comando víctimas de acciones retaliativas por su apego a la ley, a los reglamentos, a la moral y a la ética y otras, en la búsqueda del castigo ejemplar en el ámbito administrativo o en el judicial para aquellos de mis subalternos, sujetos activos o pasivos de la comisión de hechos punibles o de faltas.
En la gran mayoría de los casos, en mis antagonistas privó el sentido del lucro o las apetencias políticas, tales como las del hoy Alcalde de Maracaibo, Gian Carlo Di Martino, quien desde su cargo de Director de la Cárcel de Sabaneta, era el artífice de tenebrosas componendas en le ambiente delictivo dentro y fuera del recinto penitenciario.
A la situación se unía un factor de presión aun mayor. Mi jefe inmediato era el General de Brigada Germán Rodolfo Varela Araque, un oficial como muy pero muy pocos en la Guardia Nacional. Extremadamente honesto, recto e inteligente y a la vez inflexible en la toma de decisiones y que no perdonaba el más mínimo error de sus subalternos al momento de dar cumplimiento al deber.
En mi operaban invariablemente varias circunstancias. Por una parte, ante la calidad y la magnitud de las exigencias del general Varela deseaba demostrar el valor de mis capacidades y por la otra, mi orgullo profesional no me permitiría fallar en la misión que a regañadientes había tenido que aceptar de mis superiores que desde Caracas estaban pendientes de mis actos, tal como lo demostrara un seguimiento del que fui objeto por parte de la DISIP y por orden de su Director, el General en situación de retiro Aníbal Rivas Ostos, en el cual como resultado fui involucrado en el aprovechamiento de vehículos robados en el exterior, hecho el cual fue desvirtuado totalmente por la fuerza y la contundencia de mis argumentos y la defensa que tuve que hacer de mi integridad profesional.
Otro obstáculo colocado por mis superiores para frustrar mis empeños, fue un examen de conocimientos en materia de Resguardo Nacional al cual fui sometido y que debí contestar por escrito a lápiz, donde dejé en blanco solo una de las setenta y seis preguntas que me fueron efectuadas. La prueba escrita fue llevada a Caracas, donde “milagrosamente” cada una de mis respuestas se transformó en “no se”, razón por la cual se adelantaba mi remoción del cargo que hasta el momento desempeñaba con grandes logros contra el narcotráfico, el contrabando y otros delitos, así como el control de la problemática cárcel de Sabaneta.
Tal remoción, por una parte causaría un retroceso en las metas alcanzadas por la unidad que comandaba y por supuesto, permitiría nuevamente la protección de todas las actividades comerciales fronterizas de Chichilo (Comerciante de la zona con estrechos vínculos con Oficiales Generales de la Guardia Nacional, incluyendo al mismo Comandante de la Institución, el General Peña Sanchez), mientras que por la otra ocasionaría mi salida de la Guardia Nacional, pues tanto públicamente como en la privacidad de mi familia, había manifestado en muchas ocasiones que ante cualquier tropiezo en mi carrera de inmediato solicitaría la baja de la institución.
Afortunadamente, antes que lograra sus malsanos propósitos, el General que se encontraba tras la descarada y absurda maniobra, fue removido del cargo de Jefe de Resguardo Nacional por verse involucrado en hechos delictuosos. Aún hoy en mi situación de retirado, conservo a buen resguardo los documentos con los que pretendieron incriminarme y las pruebas con las que debí demostrar mi inocencia, no solo en ese caso, sino en muchos otros en los cuales salí airoso, gracias a que privaba en Venezuela aunque fuera un mínimo de justicia.
Con la llegada del mes de julio de 1995 cesaría mi permanencia al frente de tal unidad, donde mi gestión me colocó nuevamente durante el proceso de ascensos ante la disyuntiva de continuar en la institución o retirarme de ella para dar paso a los intereses de otros.
Esta vez el detonante sería el proceso de evaluación para ascenso al grado de Coronel, el cual me ubicó una vez más en el primer lugar de mi promoción pero nuevamente, las fuerzas de una Guardia Nacional negra y traicionera se movieron sobre aquella que yo denominaba la Guardia Dorada, la verdadera, la que el pueblo venezolano respetaba. Del lugar número uno fui desplazado al dos, luego al tres y luego al cuatro, dejando en lugares privilegiados a tres oficiales vinculados directamente con un círculo de generales activos y retirados, que ávidos de acumular amigos e influencias, comenzaron a conspirar contra los auténticos liderazgos institucionales y promocionales a fin de imponer líderes obedientes e incondicionales.
Con esta jugada, a la cual ya me encontraba familiarizado bien porque fuera utilizada en mi contra o porque en ocasiones tuve que ser testigo de cómo buenos Oficiales fueron dejados de lado para favorecer a pésimos profesionales, los manipuladores del oficio institucional, iban acomodando sus piezas poco a poco y de la manera que muchos conocíamos, para que cuatro años después, en el siguiente proceso de promoción a nuevos grados, manipular un poco más y así obtener generales agradecidos y complacientes, sirvientes obedientes e incapaces de generar ejemplo, autoridad o rigor. Algo que no distaba mucho de lo que podemos apreciar actualmente en la Venezuela chavista. Bastaría con leer el currículo de cualquiera de los héroes de la denominada revolución, si no cualquier documento escrito por ellos mismos, en los que florece su mediocridad, para darnos cuenta de la ausencia de calidad o de las cualidades mínimas.
Así, de aquellos sesenta y dos subtenientes integrantes de la promoción Toma del El Callao graduados el 5 de julio de 1976, ya para el año 1993 algunos se encontraban en la situación de retiro por diferentes causas y los treinta que se hallaban en servicio activo, se encontraban en el grados de Teniente Coronel con dos años de antigüedad y con opción a Coronel para el mes de julio de 1995, mientras que algunos que se habían quedado rezagados por muy vivos o por muy pendejos (reconociendo en algunos casos, que en Venezuela, ser honesto es sinónimo de pendejo y que a veces la suerte no ayuda a los honestos) eran Mayores, Capitanes y uno de ellos aún era Teniente.
Para ese entonces, yo ocupaba un cargo administrativo en la División de Adquisiciones de la Dirección de Administración del Ministerio de la Defensa, el Ministro de la Defensa era el Vicealmirante Radamés Muñoz León, el Presidente de la República era el Dr. Ramón J. Velásquez y la situación política del país era poco promisoria electoralmente para los partidos que tradicionalmente se habían alternado el poder en el país (Acción Democrática y COPEI).
El Dr. Rafael Caldera, antiguo militante fundador del partido Social Cristiano COPEI, fue quien avizoró una vía para canalizar el descontento popular con la finalidad de obtener una victoria electoral y con tal fin dedicó sus seniles esfuerzos en agrupar una serie de agrupaciones políticas minoritarias con la idea de conformar una coalición que lo llevara a la presidencia de la República, a la cual se le denominó “el chiripero ” y que se agrupó alrededor de un nuevo partido inscrito en el CSE o Consejo Supremo Electoral como “Convergencia”.
En el proceso electoral de diciembre del 1993, aunque cinco partidos se dividieron el 95,5% del electorado (AD 26,3%; COPEI 22,7%; Causa Radical (CAUSA R) 21,9%; CONVERGENCIA 13,8% y el Movimiento al Socialismo (MAS) 10,8% ) el resultado se tradujo en la ascensión al poder del Dr. Rafael Caldera, quien de inmediato relevó del Ministerio de la Defensa al Vicealmirante Radamés Muñoz para colocar en su lugar al General de División Rafael Montero Revete, acción poco usual hasta la fecha, cuando luego de los procesos electorales las Fuerzas Armadas no eran afectadas por los cambios de gabinete y el Ministro de la Defensa continuaba en el ejercicio de sus funciones hasta el mes de julio, fecha en la que generalmente pasaba a retiro.
Entre las causas que presuntamente influyeron para el cambio del Ministro de la Defensa, se rumoró su participación en un posible complot para desconocer el resultado de las elecciones o para deponer al recién electo Presidente de la República, con el apoyo de los Estados Unidos . Quienes de alguna forma teníamos contacto con el Ministro fuimos sorprendidos por tales especulaciones y más aún por las acciones que fueron emprendidas desde el gobierno y desde el Ministerio de la Defensa en nuestra contra.
En lo que a mi respecta, fui informado que en mi condición de Teniente Coronel número uno de mi promoción, había sido incluido en una terna de la cual se elegiría un nuevo edecán por parte de la Guardia Nacional para el Presidente de la República, no obstante, luego se me notificó que ya no era parte de tal terna y que por el contrario había sido nombrado comandante del Destacamento Nº 35 de la Guardia Nacional con sede en Maracaibo.
Este hecho resultaba inusual, por cuanto año y medio antes me había desempeñado como comandante del Destacamento Nº 53 con sede en Maiquetía. Esa unidad, durante el intento de golpe de Estado del año 1992, jugó un papel esencial para evitar la captura del Presidente Carlos Andrés Pérez por parte de una unidad de la Armada el lunes 3 de febrero de ese año. Según se pudo descubrir tiempo después, esa noche, sin proponérmelo y desinformado como estaba, impartí las instrucciones y órdenes necesarias para tomar el control militar de dicho aeropuerto ante la ausencia de la Casa Militar de la presidencia y en medio de la incertidumbre reinante, se disuadió a los elementos del Batallón de Infantería de Marina Nº 1 para que actuaran en el momento del aterrizaje del avión presidencial.
Un nuevo nombramiento para ejercer la actividad de comando de una unidad operativa de la Guardia Nacional era inusual y hacía presuponer un castigo, especialmente por la situación que imperaba en tal unidad, donde días antes una revuelta en la cárcel de Sabaneta (bajo la responsabilidad del Destacamento Nº 35) había dejado como resultado ciento ocho fallecidos y sesenta evadidos en un solo día.
La situación que se vivía en tal Destacamento era explosiva y durante el año y medio que estuve al mando de la misma debí actuar en innumerables revueltas y reyertas carcelarias, así como en otras áreas de responsabilidad de la unidad, tales como el puerto y el aeropuerto de Maracaibo, la zona urbana, rural y fronteriza, así como también superar situaciones de enfrentamiento con autoridades regionales unas veces por la defensa del prestigio institucional y de la integridad de algunos oficiales y tropas bajo mi comando víctimas de acciones retaliativas por su apego a la ley, a los reglamentos, a la moral y a la ética y otras, en la búsqueda del castigo ejemplar en el ámbito administrativo o en el judicial para aquellos de mis subalternos, sujetos activos o pasivos de la comisión de hechos punibles o de faltas.
En la gran mayoría de los casos, en mis antagonistas privó el sentido del lucro o las apetencias políticas, tales como las del hoy Alcalde de Maracaibo, Gian Carlo Di Martino, quien desde su cargo de Director de la Cárcel de Sabaneta, era el artífice de tenebrosas componendas en le ambiente delictivo dentro y fuera del recinto penitenciario.
A la situación se unía un factor de presión aun mayor. Mi jefe inmediato era el General de Brigada Germán Rodolfo Varela Araque, un oficial como muy pero muy pocos en la Guardia Nacional. Extremadamente honesto, recto e inteligente y a la vez inflexible en la toma de decisiones y que no perdonaba el más mínimo error de sus subalternos al momento de dar cumplimiento al deber.
En mi operaban invariablemente varias circunstancias. Por una parte, ante la calidad y la magnitud de las exigencias del general Varela deseaba demostrar el valor de mis capacidades y por la otra, mi orgullo profesional no me permitiría fallar en la misión que a regañadientes había tenido que aceptar de mis superiores que desde Caracas estaban pendientes de mis actos, tal como lo demostrara un seguimiento del que fui objeto por parte de la DISIP y por orden de su Director, el General en situación de retiro Aníbal Rivas Ostos, en el cual como resultado fui involucrado en el aprovechamiento de vehículos robados en el exterior, hecho el cual fue desvirtuado totalmente por la fuerza y la contundencia de mis argumentos y la defensa que tuve que hacer de mi integridad profesional.
Otro obstáculo colocado por mis superiores para frustrar mis empeños, fue un examen de conocimientos en materia de Resguardo Nacional al cual fui sometido y que debí contestar por escrito a lápiz, donde dejé en blanco solo una de las setenta y seis preguntas que me fueron efectuadas. La prueba escrita fue llevada a Caracas, donde “milagrosamente” cada una de mis respuestas se transformó en “no se”, razón por la cual se adelantaba mi remoción del cargo que hasta el momento desempeñaba con grandes logros contra el narcotráfico, el contrabando y otros delitos, así como el control de la problemática cárcel de Sabaneta.
Tal remoción, por una parte causaría un retroceso en las metas alcanzadas por la unidad que comandaba y por supuesto, permitiría nuevamente la protección de todas las actividades comerciales fronterizas de Chichilo (Comerciante de la zona con estrechos vínculos con Oficiales Generales de la Guardia Nacional, incluyendo al mismo Comandante de la Institución, el General Peña Sanchez), mientras que por la otra ocasionaría mi salida de la Guardia Nacional, pues tanto públicamente como en la privacidad de mi familia, había manifestado en muchas ocasiones que ante cualquier tropiezo en mi carrera de inmediato solicitaría la baja de la institución.
Afortunadamente, antes que lograra sus malsanos propósitos, el General que se encontraba tras la descarada y absurda maniobra, fue removido del cargo de Jefe de Resguardo Nacional por verse involucrado en hechos delictuosos. Aún hoy en mi situación de retirado, conservo a buen resguardo los documentos con los que pretendieron incriminarme y las pruebas con las que debí demostrar mi inocencia, no solo en ese caso, sino en muchos otros en los cuales salí airoso, gracias a que privaba en Venezuela aunque fuera un mínimo de justicia.
Con la llegada del mes de julio de 1995 cesaría mi permanencia al frente de tal unidad, donde mi gestión me colocó nuevamente durante el proceso de ascensos ante la disyuntiva de continuar en la institución o retirarme de ella para dar paso a los intereses de otros.
Esta vez el detonante sería el proceso de evaluación para ascenso al grado de Coronel, el cual me ubicó una vez más en el primer lugar de mi promoción pero nuevamente, las fuerzas de una Guardia Nacional negra y traicionera se movieron sobre aquella que yo denominaba la Guardia Dorada, la verdadera, la que el pueblo venezolano respetaba. Del lugar número uno fui desplazado al dos, luego al tres y luego al cuatro, dejando en lugares privilegiados a tres oficiales vinculados directamente con un círculo de generales activos y retirados, que ávidos de acumular amigos e influencias, comenzaron a conspirar contra los auténticos liderazgos institucionales y promocionales a fin de imponer líderes obedientes e incondicionales.
Con esta jugada, a la cual ya me encontraba familiarizado bien porque fuera utilizada en mi contra o porque en ocasiones tuve que ser testigo de cómo buenos Oficiales fueron dejados de lado para favorecer a pésimos profesionales, los manipuladores del oficio institucional, iban acomodando sus piezas poco a poco y de la manera que muchos conocíamos, para que cuatro años después, en el siguiente proceso de promoción a nuevos grados, manipular un poco más y así obtener generales agradecidos y complacientes, sirvientes obedientes e incapaces de generar ejemplo, autoridad o rigor. Algo que no distaba mucho de lo que podemos apreciar actualmente en la Venezuela chavista. Bastaría con leer el currículo de cualquiera de los héroes de la denominada revolución, si no cualquier documento escrito por ellos mismos, en los que florece su mediocridad, para darnos cuenta de la ausencia de calidad o de las cualidades mínimas.