Todos en el gobierno esperan que Chávez lo explique.
El negocio de la importación de alimentos desde Venezuela en tiempos de “Revolución” es como se dice popularmente, bien “redondo”. Por una parte, el gobierno elimina toda competencia a través del mecanismos de las nacionalizaciones, expropiaciones o simplemente la asfixia económica, de tal manera que el círculo de compradores en el exterior se haga más pequeño y más posibilidades tenga el elegido para materializar la operación comercial: Ojo, porque invariablemente encontraremos que en las importaciones del gobiernos siempre hay un intermediario, que es quien reparte con los funcionarios que posibilitan sus operaciones, las enormes ganancias que de ellas obtiene.
Si algunos de los que pueden salir a comprar no han sido neutralizados por el gobierno, el segundo filtro revolucionario actúa en el momento de la obtención de las divisas necesarias, por lo que CADIVI le hace la vida más fácil al “afortunado” importador amparado por la venia revolucionaria, si no es que los dólares le son otorgados directamente, sin pasar por el sistema de administración de divisas, y muy, pero muy difícil o imposible para quien no disfrute de las simpatías de la boliburguesía bolivariana.
Como el gobierno no es el único que puede ofrecer dólares para pagar las importaciones, mientras el revolucionario ya está haciendo su negociación en el “asqueroso imperio” bajo el patrocinio bolivariano y bebiendo de ese odioso Whisky que tanto odia el Presidemente, los pocos optimistas que quedan en la carrera, acuden al mercado de divisas paralelas, permuta o negro, pero se encuentran con la última locura desatada por el Presidemente bolivariano, consistente en la aniquilación de las casas de bolsa que le incomodan y en la conversión del BCV Banco Central de Venezuela en la Bolsa Cambiaria de Venezuela.
Queda entonces para el importador marginado una rendija muy pequeña por la cual colarse al mundo comercial en el exterior y tan pequeño como esa rendija, un limitado mercado, que si en mi caso fuera, habría desistido desde el primer momento y me cambiaría de importador a sembrador de ajos y cebollas en Mérida. Tan pequeño se ha hecho el papel de este sobreviviente de la guerra económica, que ya no lo mencionaré más en este escrito, para dedicarme al tema de las explicaciones inexplicables para el gobierno.
Una vez cerrado el negocio en el extranjero, que incluye los infaltables misceláneos que generarán bestiales beneficios en el momento en que se produzca el pago en dólares, como sobreprecios, por supuesto para dejar una buena tajada en dólares por el diferencial cambiario en un banquito pitiyanqui en varias cuentitas entre las que se incluyen algunas “rojitas”, cambios de condiciones para favorecer al exportador antirevolucionario con la subsecuente rebaja de precios y “of course”, más platica para las cuentitas, las ventas en tránsito o “sold in transit”, mecanismo por el cual el gobierno compra los cargamentos una vez montados en los buques, es decir, aquí viene la bola más grande de billete para las consabidas cuentitas, con lo cual además el importador se libra del martirio de las aduanas, y por último, que no significa que sea el último, la compra de alimentos “excedentarios” muy próximos a vencerse, vencidos y hasta en mal estado, a precios por un 3%, 2% y hasta 1% de lo facturado, operación que es posible a través de una empresa en manos de venezolanos que los compran en estos términos y los venden a los precios con que se los presentan al Estad venezolano.
En ese momento, la mercancía o los productos importados dejan de tener doliente, porque lo más importante es que las cuentitas en dólares del importador y de los funcionarios del gobierno o sus familiares, ya han engordado astronómicamente y viene la segunda parte de la operación, que aún cuando no favorece al importador, va a favorecer a quienes administran los dineros públicos, que consiste en invertir el proceso: Convertir los dólares que representa la importación en bolívares bien sea a través del mecanismo de la especulación contra mayoristas de la oposición política o vendiéndoselos en las cadenas de Mercal o PDVAL a los venezolanos de bajos recursos.
En algunos casos, no es negocio venderlos en Venezuela por los costos de almacenamiento, distribución y expendio que generan y sobre todo, porque si ingresan al mercado de alimentos, menos necesidad habrá para la nueva importación que el afortunado importador está diligenciando con sus amiguitos en el gobierno. Es muy sencillo, si están en un contenedor en las zonas primarias de las aduanas y no esta donde hacía falta, sencillamente hay carencia de lo que en esa importación venía y no falta quien recomiende en sus “puntos de cuenta”, que se hagan nuevas importaciones a través del mismo intermediario.
Pero en el caso de las compras de productos vencidos o por vencerse, es necesario evitar que se descubra que están dañados al llegar y basta con dejarlos en los puertos a que “oficialmente”, en caso de que sean descubiertos, se decreten como irrecuperables o no comercializables, haciendo que la culpa recaiga en quienes tuvieron la responsabilidad de nacionalizar o introducir los productos al país.
De aquí viene entonces el título de este escrito, característico de esta revolución cantinflérica, que me llegó a la mente en el momento en que escucho las excusas en vez de explicaciones que los funcionarios chavistas dan ante la evidencia de los hechos acontecidos en las zonas primarias de las aduanas del país, donde no es un acontecimiento novedoso lo de la putrefacción de alimentos antes de ser ingresados al “territorio aduanero nacional”, como lo definen los afines al mundo de las aduanas. Lo novedoso es que hasta ahora, ante la ausencia de la noticia política y del runruneo en torno a lo que diga el Presidemente Chávez, figura centro del acontecer venezolano para los medios, por una parte es que la prensa fije sus ojos en él y por la otra, es que nunca había sido tan descomunal la cantidad de alimentos dejados abandonados dentro de los puertos venezolanos.
Los funcionarios del gobierno en sus declaraciones, no se atreven a señalar a los responsables de tal atrocidad y le pasan la pelota a los “declaradores de oficio” más irresponsables del país, el Presidemente y sus ministros. Si no, vean todas las declaraciones, las cuales luego de las más rebuscadas vueltas, todos aterrizan en “ayer lo dijo el Señor Presidente”, no se cuando “lo dijo el Ministro Ramírez”, etc.
Cuando la justicia les reclame en un futuro muy próximo solo atinarán a contestar: “Yo no fui”.