Lo que muchos venezolanos piden nos son héroes, sino mártires.
El autor de la cita, fue un ciudadano alemán común y corriente, cuya forma de expresarse frente a los movimientos Nacional Socialista y el Fascismo fue la poesía y el drama. Bertold Brecht debió huir de Alemania hacia Dinamarca en 1933 cuando Hitler tomó el poder, en 1939 cuando la guerra era inminente emigró a Suiza, luego, cuando Hitler invadió Noruega y Dinamarca en 1940 huyo a Finlandia y allí debió esperar hasta 1941 cuando obtuvo una visa para los Estados Unidos.
Este fugaz repaso de la vida de Bretch sería irrelevante si no existiese un contexto político, social y económico en algún lugar o época que ameritara la invocación de la cita que hoy sirve de título a mi artículo.
Dolorosamente, existe el contexto y el país. Una coyuntura histórica afecta mi Patria en la actualidad y desde hace ya un buen tiempo: casi once años. Once años que ya se acercan a los doce en los que ejerció el poder en Alemania Adolfo Hitler y en los que lo único que hizo fue llevar, en los últimos seis años, el horror a casi todos los rincones de Europa y el dolor a millones de familias en casi todo el mundo, en uno de los episodios más sombríos de la humanidad.
Nuestra realidad no dista de esa y de otras en el mundo, simplemente por tener un factor en común con cualquiera que se quiera comparar: Un autoritario a la cabeza, un círculo de poder integrado por obedientes incondicionales y un colectivo, por demás sumiso e inactivo, a quien dominar, oprimir y explotar. Inclusive, la situación venezolana guarda sus similitudes con obras de ficción e historietas, donde coexisten la maldad y el bien, el poderoso y el débil, el explotador y el oprimido e inclusive, con su historia misma. En todas, al parecer la única salida se dio por la concurrencia de “héroes” que lucharon contra el tirano, lo derrotaron y lo expulsaron.
Es tal vez, la existencia de héroes en el subconsciente de los venezolanos, el elemento que ha hecho que anide entre sus expectativas una tendencia mesiánica, que unida a la situación económica presente en el país desde el inicio de la explotación petrolera, acaben por determinar los rasgos de un pueblo pasivo y permisivo, lo que justificaría su posición ante la violación de los derechos más fundamentales por parte un gobierno autoritario, todo esto en el país calificado otrora, como una de las democracias más sólidas de Latinoamérica.
Tal situación, es la que nos coloca en pleno siglo XXI, frente a la sentencia expresada por Bertold Brecht ante un panorama catastrófico en los años cuarenta durante el siglo pasado en una Europa a merced de la barbarie nazi. Ignorantes de tal frase, no faltan los venezolanos que continúan esperando algún héroe que los libre de Hugo Chávez, otros no dejan de elevar sus plegarias para que ocurra un milagro, el que sea, para que la situación cambie, mientras que en una gama más amplia de opciones, se encuentra la de un no tan heroico magnicida, la invasión norteamericana, la traición de un chavista molesto con su comandante, la insurgencia de las Fuerzas Armadas, la explosión de los cerros, una enfermedad terminal, una gran marcha nacional que aterrorice al tirano y lo haga salir corriendo de Miraflores o la implosión de la revolución bolivariana y no faltará quienes acudan a la brujería. Absolutamente todas ellas, dependientes de un tercero en la tierra o en el cielo, en el país o en el extranjero, en el gobierno o en la oposición, en la realidad, la ficción o nuestra historia.
Es de allí, de nuestra historia, de donde surge la enseñanza de lo que puede derivarse de la unión de la voluntad de un pueblo y de un líder, no de un héroe. Para que la historia futura cambie tiene que darse esta combinación y como en toda receta bajo ciertas condiciones, porque de lo contrario el resultado podría ser desastroso.
Las causas por las cuales intentonas como la liderada por el ex esclavo José Leonardo Chirino, la de Gual y España y las dos expediciones de Francisco de Miranda, fracasaron han sido explicadas por los historiadores, pero en todas existe un elemento subyacente que resultó determinante: La indiferencia de la población. Allí hubo liderazgo, pero no hubo seguidores que dieran el empuje para transmutar el intento en un suceso exitoso.
Distinto fue el resultado de la actuación de Junta Suprema de Caracas de 1810, la cual luego de un año produjo el histórico 5 de julio de 1811. Y cual fue el elemento diferenciador? Que en 1810 el pueblo de Caracas le dijo “NO” a Don Vicente Emparam y que el pueblo acompañó a la Junta todo el tiempo. Inclusive el pueblo participó activamente en las campañas de Coro, Valencia y Guayana, provincias que se negaban a reconocer el gobierno de la Junta Suprema. Sin embargo fue necesaria una guerra que duró diez años para liberar a Venezuela completamente, objetivo logrado el 24 de junio de 1821. En la guerra de Independencia sobraron los líderes y el pueblo venezolano los siguió en el infortunio y en la grandeza, porque ambos iban en la misma dirección, hasta el instante crucial en que se selló la independencia del dominio español.
La guerra de Independencia ciertamente libera a Venezuela de España, pero no cambia las condiciones de desigualdad social existentes, lo que aunado a otros detonantes de carácter económico y político, generó una nueva guerra de aproximadamente cinco años de duración, la Guerra Federal, desde 1859 y 1863. Esta fue más corta pero más cruenta e intensa que la de Independencia y la población de parte del país fue la más afectada, según los historiadores, fallecieron cerca de 175.000 personas, es decir, el equivalente a casi el 10% de la población para la época. Nuevamente aparecieron los líderes, pero esta vez en dos bandos opuestos de venezolanos, lo que hizo que nuestra población se enfrentara entre si misma, sin alcanzar al final las reivindicaciones sociales que les habían sido ofrecidas. Luego de suscrito el “Tratado de Coche”, continuó intacto el fundamento material de la sociedad oligárquica colonial y quedaron atrás los símbolos retóricos con los que fue captada para la lucha nuestra población: “Crisol de la igualdad social”, “insurrección campesina”, “guerra revolucionaria’ o “guerra social”. En 1864, el general federalista José Loreto Arismendi, descontento por términos alcanzados en el “Tratado de Coche” expresó “... luchamos cinco años para sustituir ladrones por ladrones, Tiranos por Tiranos...”.
Independientemente de quien llegaba al poder en Venezuela, la situación general de la población no cambiaba, por añadidura, el relevo generacional, la falta de comunicaciones y la falta de medios para salvar las grandes distancias geográficas, hacía que cualquier oferta pareciera nueva y el fenómeno del caudillismo determinaba la orientación y el nombre de la próxima revolución: En 1867 “La Genuina” de Luciano Mendoza, la “Revolución Azul” de Miguel Antonio Rojas y la de Oriente de José Tadeo Monagas, en 1870 la “Revolución de Abril” de Antonio Guzmán Blanco, en 1879 “La Reivindicadora”, también de Antonio Guzmán Blanco que lo coloca frente a un segundo mandato, en 1892 “La legalista” de Joaquín Crespo, en 1899 “La Restauradora” de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez y por último en 1903, “La Libertadora” de Manuel Antonio Matos.
Todos estos levantamientos con nombres y fachada de revoluciones tenían un líder y a él correspondía la idea, el verbo y la acción, también pagaban a los hombres que los acompañaban, quienes a su vez reclutaban a los reemplazos. El resto del país continuaba inerte esperando el desarrollo del acontecimiento “revolucionario” del momento. Algo como lo que los venezolanos actuales están buscando para liberarse de la última revolución que ha sufrido Venezuela; “La Bolivariana”, cuya única diferencia de las anteriores es que “mutó” para adaptarse a los nuevos tiempos, no sin antes tratar de obtener el poder de la misma forma que sus antecesoras.
Es quizás este el motivo de todos nuestros males: El del clamor de la aparición de líderes “de facto” depositarios de nuestra confianza y de nuestro poder con un fin determinado e inmediato, sin que medie el compromiso de acompañar a dicho líder hasta el fin último de las consecuencias. No es lo mismo acudir a un proceso eleccionario y votar por una persona a quien le entregaremos el destino de la República durante una jornada, al final de la cual lo que se cuentan son votos y los votantes tranquilamente regresan a sus casas, que seguir a un líder durante el una jornada violenta para deponer a un tirano o a un presidente, al final de la cual lo que se cuentan son muertos y los participantes posiblemente no tengan a donde regresar si fallan en su intento. En el segundo de los casos a estos líderes debería llamársele mártires, pues ya es histórico el comportamiento de la mayoría del pueblo venezolano.
Pero hay una clase de venezolanos que se califican como “antichavistas”, que prefieren no arriesgarse, optan por no hacer peligrar la estabilidad de sus trabajos ni por ser mal vistos por los comprometidos con el gobierno. Y si lo que peligra es la posibilidad de una riqueza súbita o por lo menos una ayuda para palear la difícil situación económica, pues menos que se exponen. También evitan sostener conversaciones telefónicas o cara a cara con enemigos del gobierno y menos relacionarse laboralmente, y si el contacto es inevitable de inmediato le recuerdan a su interlocutor que los teléfonos pueden estar intervenidos o habla bajito para que su voz no se reconozca o se escuche en el espacio de al lado. A esta “clase” es a la que en cuanto se le presenta la oportunidad ideal de expresarse, muchas veces anónimamente, clama por la falta de líderes y apela a nuestro “antecedentes históricos de pueblo guerrero” o a la letra del Himno Nacional. Cuando les corresponde votar, en lo posible tratan de no hacerlo y si son empleados públicos, obedecen a rajatabla las órdenes que le dieron hasta el día viernes anterior.
Por el contrario, hay otro tipo de venezolano que ha comprometido su paz, su tranquilidad, su vida y hasta ha puesto en peligro a sus familias, para tratar de hacer de Venezuela un país para todos. A ese tipo de patriota podemos encontrarlo bajo una lápida, encarcelado, en el exilio, sin trabajo, con un proceso judicial pendiente, presentándose en tribunales, engrosando listas de vilipendiados ciudadanos, con prohibición de salida del país o marchando incansablemente cada vez que tiene noticia de una marcha o de una concentración. Ese venezolano no clama por líderes, sino que va delante. El no empuja a nadie, sino que lo llama desde la vanguardia. La diferencia entre ambos tipos de venezolano además de su comportamiento frente a la realidad obscura que va arropando poco a poco al país, es que de la segunda tipología son menos. En actos electorales, va dispuesto, alegre y optimista, sin importarle la lluvia o el calor, a esperar el momento de depositar su voto para golpear al gobierno del opresor.
Una tercera y preocupante mayoría, la constituye la masa inerte que pareciera que vino al mundo solo a existir y a quien no le importa en que país nació, si del Africa, Asia o Europa, ni vivir oprimido o en libertad, que diariamente se levanta con la resignación a cuestas y se deja “patear” del vecino “malandro” así como se deja explotar de su patrón, que paga hasta para entrar al barrio donde llegó a vivir cuando abandonó la seguridad de su terruño en el Táchira o en Apure. No es “chavista” ni “anti”, nunca fue adeca ni copeyana. El 27 de febrero de 1989 salió solo impulsada por el deseo de aprovecharse del saqueo, el 4 de febrero o el 27 de noviembre de 1992 ni siquiera se dio por enterada de que se había atentado contra la Democracia, el 11 de abril del 2002 veía por televisión, sin inmutarse, como el gobierno atentaba contra las personas que marcharon a Miraflores, mientras que dos días después, les daba lo mismo si Chávez había sido repuesto en el poder o no. Cuando le corresponde ejercer el voto, probablemente no sabe donde debe hacerlo y si se digna asistir, como le da lo mismo vota nulo o se copia de una chuleta que le dio un chavista vivo y en el mejor de los caso, para evitarse complicaciones, sencillamente se queda en su casa.
Estas tres modalidades se dan en todos los estratos económicos y sociales, en todas las profesiones y en fin, en cuanta agrupación exista en el país y es sobre esta diferencia, sobre la cual se apoya la fuerza del gobierno que poco a poco nos va dejando sin fuerzas y sin esperanza.
Por eso es que resulta inútil siquiera aspirar a que existan dentro de las Fuerzas Armadas Generales de la talla del General Romeo Vásquez de Honduras es como pedirle peras al “horno”, porque ni el horno, ni el olmo, ni el manzano nos las pueden proporcionar y mucho menos, que de cualquier otro lado salga el líder que algunos están esperando.
Cuando los venezolanos vean dentro de si, cuando logren vencer la indiferencia por el destino del país y cuando aprendan a amar verdaderamente a Venezuela, frente a un espejo descubrirán al héroe que estaban necesitando. Mientras esto no ocurra, seguiremos siendo un país desgraciado, que simplemente necesita buenos venezolanos.