Será el primero en enterarse de su destino.
El próximo domingo 26 de Septiembre junto con la elección de los diputados de la oposición a la Asamblea General, el cual aparentemente es el objetivo del proceso de votación, se definirá el tema de mayor importancia para el país: Su futuro.
Por primera vez en todos estos años, junto al optimismo de algunos en la oposición, va a las urnas electorales el desencanto, la frustración y la esperanza de muchos venezolanos que ya no comulgan con las prácticas del gobierno. Igualmente, asisten las “manadas” de seres humanos que por obligación van a ejercer el voto en medio de una extraña mezcla de amenazas, miedo y resentimiento.
La particularidad de las elecciones del 26 de septiembre, radica en que un nuevo diseño de circuitos, elaborado por los servidores del gobierno en el Consejo Nacional Electoral, busca congelar en el tiempo la votación que en oportunidades anteriores hicieran los venezolanos en ambos lados de la contienda, para luego con cirujana precisión, hacer transplantes de circuitos fuertes, desde el punto de vista del gobierno, sobre circuitos débiles, con la intención de que al repetirse exactamente el mismo esquema de intención de voto, quedara sectorizada la ventaja del voto a favor del gobierno.
En tal sentido, la estratagema podría funcionar si la intención de voto continuara igual a la referencia bajo la cual se rediseñó el circuito, solo que la situación general del país no es la misma que la de los procesos anteriores y para colmo de males para el gobierno, el cambio de dicha intención representaría en la mayoría de los casos un doble castigo numérico, porque lo que antes era un voto a favor, en el mejor de los casos se convertiría en un voto menos, si el simpatizante deja de votar y se enchinchorra en su casa, mientras que en el peor escenario, se convertiría en uno más para la oposición, lo cual de repetirse en cadena, arrojaría cifras que se escapan de las previsiones chavistas.
Imaginemos por un momento la situación en un circuito con dominio moderado del chavismo, que de 195.000 votantes, 100.000 (51.28%) fueran votos del gobierno y 95.000 (48.72%) de la oposición, y el 10% de los ciudadanos progobierno (10.000) dejarán de votar debido a que la situación electoral no es la misma de hace dos o tres años; en este caso se produciría una derrota del gobierno por 5.000 votos o sea del 2.70%. Ahora bien, si esos votantes que aseguraban una ventaja inicial al gobierno votaran en su contra la cifra quedaría en 90.000 para el gobierno y 105.000 para la oposición, lo que le daría ventaja a la oposición de 15.000 votos (7.69%) cuando la principio perdía por solo 5.000 votos (2.56%).
El problema se agravaría para el gobierno, si en virtud al conocimiento que tenía el CNE sobre la preferencia electoral en el mismo circuito considerado fuerte, para el chavismo, donde de 195.000 votantes, 115.000 (58.97%) fueran votos del gobierno y 80.000 (41.03%) de la oposición (35.000 votos de ventaja para el gobierno, lo que le daría un margen del 17.95%).
Por lógica chavista, el CNE decide cambiar la estructura del circuito para dejarle allí una ventaja de la mitad y “migra jurisdiccionalmente” la otra mitad de votantes o sea 17.500 votantes aproximadamente a un circuito débil, la relación quedaría de la manera siguiente: De los 177.500 votantes restantes, 97.500 (54.93%) serían votos del gobierno y los mismos 80.000 (45.07%) de la oposición, y si el 10% de los ciudadanos progobierno (9.750) dejaran de votar, considerando nuevamente que la situación electoral no es la misma de hace dos o tres años, la oposición continuaría en desventaja por 7.750 votos (4.62%). No obstante, de producirse el segundo escenario de votos en contra, los 9.750 votantes aumentarían para la oposición, por lo que la diferencia sería de 2.000 votos para la oposición (1.13%).
A todo esto debe agregarse los efectos en el circuito débil, en el cual por la magia de las estadísticas, la situación debe ser parecida y el escenario no es distinto, donde el común denominador es que la oposición va en subida y el chavismo en bajada.
Esta situación hipotética puede convertirse en una aleccionadora realidad para el chavismo, porque para el momento en que se tomó la previsión de reformular la estructura de los circuitos, no se previó la crítica situación del país para el 2010 y al modificar la jurisdicción de los circuitos, operación equivalente a migrar a sus votantes de un circuito a otro, también migraron los problemas y el resentimiento, probablemente migró el virus de la abstención y del voto en contra de un circuito que antes tuvo altas expectativas por parte de sus habitantes pero que ahora tiene una alta carga de decepción.
Al final, la última jugada es del gobierno, el cual, informado minuto a minuto de la situación, señalará a sus seguidores en que circuitos hay que sacar a votar a la gente como sea, pero al mismo tiempo podrá ser observador de cómo se desmorona su imperio en gran parte del país. Si la última jugada es del gobierno, la última palabra es de los venezolanos.