Un anacronismo histórico apura los estertores de nuestra economía.
Es frecuente que la historia haga que en dos épocas distintas existan personas muy similares a pesar de la distancia cronológica y geográfica de ambos eventos humanos. Este podría ser el caso de Hugo Chávez, quien de tanto intentar usurpar la figura de nuestro máximo héroe, Simón Bolívar, aupado por la lisonja del anciano Estado Mayor Militar Presidencial, representada por dos generales, vergüenza de las viejas Fuerzas Armadas venezolanas, el decrépito borracho Jacinto Pérez Arcay y el desaliñado y “apingüinado” José Nicolás Albornoz Tineo, ha terminado en parecerse a su antítesis histórica, el cruel y déspota General Realista, José Tomás Boves.
Es tanto lo que intentó Chávez en su sempiterno recurso de imitación para parecerse a Bolívar, que aún robando su vocabulario, usurpando su memoria y abusando de la ignorancia de nuestro pueblo, exageró hasta el punto de que no logró parecérsele, sino que por el contrario, se alejó por la calle contraria de cualquier similitud actitudinal. Demás está decir, que imposible sería que aptitudinalmente llegara a equipararse en un millonésimo por ciento a nuestro más encumbrado Prócer.
Algo distinto ocurrió cuando quiso parecerse a Fidel Castro y preso de su cubanomanía, se dejó engullir por el fenómeno transculturizador del lenguaje, por lo que quedó irremediablemente atrapado en su dicción por un repetitivo y chocante “eh” al final de cada frase, defecto de la prosodia que ni se preocupa en cuidar cuando se dirige a su pueblo, imaginando tal vez que se encuentra en su segunda patria en cualquier espacio habanero o pinereño.
De manera que tenemos un presidente que se expresa como extranjero, como consecuencia de su debilidad cultural frente a la invasión cubana y que actúa de la manera en que la situación emocional en su interior y la coyuntura social y política en su exterior se lo indican. Se mueve solo por instinto y con la inteligencia de una bacteria, frente a los complejos escenarios que sus asesores le plantean y de los cuales aprende de memoria retazos de fórmulas o de recetas, que luego, en medio de reflectores y flashes, comienza a repetir como un loro amaestrado en medio de amenazas de guerras, de batallas, de pulverizaciones de adversarios y de cuanta paja le pasa por su cerebro, cuando comienza a sufrir sus ataques de grandeza y de ignorancia al mismo tiempo.
En medio de tales ataques de megalomanía, que a lo mejor no lo son, sino que constituyen la explosión de una condición permanente de este mal, Hugo Chávez no repara en girar instrucciones como un capataz loco y así ordena que se expropien propiedades, que se nacionalicen las empresas, que se congelen precios, que se suban intereses; en fin, que por su real gana, se violen todos los instrumentos legales, jurídicos, éticos bien sea nacionales o internacionales, que se incumpla con contratos, que se violen tradiciones y costumbres.
Es decir, que el poder de su majestad presidencial está por encima de todo lo terrenal que le rodea, incluyendo a su pueblo, bien sea el que lo aclama y el que lo adversa, y es allí donde ha llegado a determinar que se equivoca y que como consecuencia de su soberana “metida de pata”, debe solucionar el problema con otra infinitamente mayor.
Dentro de poco se parecerá al fallecido Presidente de Turkmenistan y terminará declarando como día de fiesta nacional el 28 de julio por ser el día de su cumpleaños, le cambiará el nombre a cualquier producto de la dieta básica por el de la vieja Helena, como si no la recordaran los venezolanos cada vez que van al mercado, le exigirá a los pensionados del Seguro Social, que le devuelvan al Estado las compensaciones de los últimos dos años o terminará por cerrar todos los hospitales del país y ordenará que los pacientes sean trasladados a Caracas. En fin, todo puede pasar en nuestro país, donde nuestro presidente, a mala hora, elegido por nosotros mismos, tiene una personalidad sin norte cierto y sin paradigmas positivos, por lo que cualquier burro ilustrado puede lograr a base de adulaciones, que sus caprichos más bizarros se transformen en Políticas de Estado que en vez de ser publicadas en Gaceta Oficial, no tengan otra vía mejor para hacerlas oficiales como el Twitter.
En el último arrebato de locura de nuestro comandante hacia el desastre, se le ha ocurrido la brillantísima idea de secuestrar las reservas alimentarias del país para dárselas a administrar a sus huestes y la de pedirles a los tenedores de los papeles del los bonos lanzados al mercado en los últimos cuatro años, que los declaren para así poder en un futuro bien cercano, que huele como a antes del 26 de septiembre, obligarlos a vender al precio que él quiera, que por supuesto podría ser menor al valor que pagaron por ellos a los chavistas que los adquirieron de primera mano del Banco Central.
Nuestro depredador presidencial, se encuentra atrapado en su propia torre de Babel política, donde las ideas socialistas de sus asesores se mezclan con las económicas de quienes se enriquecen como consecuencia del “despelote” y con la “puntadas viscerales” del caudillo cada vez que se siente iluminado por el espíritu de su bisabuelo “Maisanta”, ladrón de ganado, quien seguramente se ganó el apodo por andar jurando, como su bisnieto, por su madre santa.
Tal vez, en la carga genética del Maisanta de Miraflores están presentes en buena parte, el saqueo, el abigeato y la terrofagia. De allí su compulsión a apropiarse de las tierras y de las bienechurías de los venezolanos que en el campo producen los alimentos que consumimos todos nosotros. Peor aún es cuando al líder de la minoría chavista, le da por imitar al asturiano José Tomás Boves y pretende implantar un sistema de recompensas a partir del botín como lo hizo el célebre asesino Realista hasta que una lanza criolla lo dejó con los “dientes apretados” en el sitio durante la batalla de Urica.
O tal vez, viendo a Venezuela desnuda económicamente como lo estuvo luego de la guerra de independencia, le parezca una buena idea, la de pagar a sus seguidores los haberes por su servicios con tierras, casas y maquinarias, de la misma forma como se pagaron mediante recompensa de la República los haberes militares a los soldados que lucharon por Venezuela durante esa guerra. De ser ese el caso, al expropiar las tierras que emergieron de tal tradición, nuestro moderno Boves reencarnado, no estaría más que vengándose luego de muchas generaciones, de aquellos soldados que nos hicieron libres y que por la ofrenda de su vida, fueron premiados con un rincón de la Patria que fundaron con su sangre.