A ver… 1811, 1911… 2011?
Durante sus dos gobiernos y medio, el Presidemente de Venezuela ha demostrado con las degradantes acciones a su alta investidura, que odia a los venezolanos, sin importarle de que lado de su campo de batalla se encuentran. Por el contrario, ha dirigido su preferencia hacia todo y todos aquellos que representen lo externo o la figura del extranjero.
Para Chávez, antes que a un venezolano, prefiere cubanos, argentinos, iraníes o rusos; en vez de caraotas criollas, las prefiere importadas de nicaragua, el arroz de Colombia, la carne de Argentina, el aceite vegetal de Ecuador y Bolivia y para colmo el plátano producido por años en el Sur del Lago, ahora se va producir con asesoría rusa, lo que por cierto, además de parecerme una excusa para traer rusos al país, me recuerda las advertencias de hace unos 9 años de parte de un amigo, sobre el peligro que constituiría Chávez para Venezuela, quien traería hasta “ingenieros en carpintería submarina” de cualquier lugar del mundo, con tal de llenar nuestra Patria de enemigos de los Estados Unidos y de las democracias latinoamericanas.
El odio hacia los Estados Unidos, implantado en él por sabrá Dios quien, porque ni Chávez mismo lo sabe, lo cual da paso a la hipótesis de que no es más que el simple “cachorro” de Fidel y que la mayoría de las veces no actúa por iniciativa propia y que cuando lo hace, generalmente se tiene que pegar un viaje a la Habana para que lo ayuden a “remendar el capote”, es el motor que lo ha llevado a convertir a Venezuela en la mayor plataforma desde la cual se lanzará el ataque al odiado imperio. Digo la mayor, porque en sus planes o en los de sus jefes, está el convertir en toda América Latina en una base multiétnica con sentimientos profundamente anti norteamericanos desde la cual se lanzará el ataque final contra la potencia del norte.
El sueño de Chávez sería un símil de la Cuba de principios de los años 60, solo que no incurrirá en el error de Fidel de embarcarse con un solo enemigo anti yankee y un teatro de operaciones circunscrito a su pequeña isla. No; cuando la próxima amenaza se cierna sobre los Estados Unidos, será desde locaciones distintas, en escenarios terrestres, aéreos y marítimos, internos y externos de la nación norteamericana y perpetrada por hombres y mujeres de distintas razas y tendencias religiosas, mientras tanto, al amparo de una segura retaguardia, el militar más “culilludo” que ha desfilado por las aulas de la Academia Militar (imagínenselo ustedes, para que vean que no soy el único que piensa así) se desternillará de risa al más puro estilo “Izarra”, cuando los medios internacionales le muestren las imágenes de destrucción recogidas a lo largo y ancho del “territorio enemigo”.
Hasta que el apocalíptico escenario se produzca, corresponderá a los venezolanos soportar la carga de un gobierno, no solo inepto e irresponsable, sino deliberadamente destructor de su propio pueblo al cual a lo largo de todos estos años, no solamente ha engañado, sino que ha ofendido. Lo particularmente doloroso, es que a pesar que a quienes lo adversamos nos ofende, no nos engaña porque de manera automática rechazamos creer en cualquier promesa, hay casi una mitad de los venezolanos, que aun creen en sus cantos de sirena y caen en sus engaños, por lo que hacia ellos la ofensa es doble. Mientras la naturaleza de la ofensa hacia quien no comulgue con sus ideas o entelequia ideológica es directa, insultante, previsible y hasta justificable por provenir de nuestro enemigo (producto directamente proporcional al hecho de que para él lo somos), la que perfecciona en contra de sus seguidores y futuros detractores, es aberrante, inhumana y artera, producto de la traición de la que los hará víctimas muy pronto.
La magnitud del daño que el Presidemente le hace al país, no se puede medir por los insultos con los que nos ha honrado en sus largos programas y en sus apariciones públicas, porque son espasmódicos, puntuales y hasta jocosos en algunas oportunidades. El gran daño lo produce su sádico juego mediático con la esperanza de quienes lo siguen, para quienes doce años casi no son nada, sin embargo, no pueden pasar generaciones esperando como algunas religiones el regreso de divinidades a al tierra. Los venezolanos que esperan el cumplimiento de las promesas materiales de Hugo Chávez, necesitan llegar vivos al día de su vencimiento y sucede que mientras más tiempo pasa, más se aleja su esperanza y ya empiezan a perderla, solo que no se conformarán con olvidarlo. Por eso el perverso juego de Chávez al cambiar el rumbo y la hora de la esperanza, sin percatarse de que el pueblo no es un gato persiguiendo una sombra en el piso.
Quienes ya no esperamos o quienes nunca esperaron nada, entendemos que afortunadamente por la progresividad del desengaño, existe aun una ventana por la cual se puede aliviar el descontento y es casi seguro que las salidas estarán a la disposición de los venezolanos, pero de forzarse la permanencia en el poder del déspota manipulador y demagogo, el punto de inflexión podría perderse para precipitarnos a todos hacia el de la ruptura de todas las instancias. Así, que Chávez como lo dijo y lo repitió hasta la saciedad (y no ha vuelto a hacerlo) tratando de parafrasear fallidamente al poeta chileno Pablo Neruda “los pueblos despiertan cada cien años”, pienso que para Venezuela se acerca el momento de interiorizar el “Canto a Bolívar”, al cumplirse el próximo año un nuevo ciclo de 100 años de la firma del Acta de nuestra Independencia…
Yo conocí a Bolívar
Una mañana larga
En Madrid,
En la Boca del Quinto Regimiento.
Padre, le dije,
¿Eres o no eres o quién eres?
Y mirando al Cuartel de la Montaña
Dijo: Despierto cada cien años
Cuando despierta el pueblo.