domingo, 20 de diciembre de 2009

Venezuela sin retorno

Venezuela sin retorno.

Hace ya muchos años, cuando con casi siete años de edad asistía a mis primeras clases en una escuelita rural, mi maestra de primer grado, Doña Marina de Flores, la única maestra a cargo de los tres grados que allí se impartían, se turnaba para impartir los conocimientos elementales a cada grado en una sola aula, por lo que a quienes teníamos como nuestras primeras tareas deletrear, a veces nos distraíamos escuchando los dictados para segundo grado o los problemas de interés simple o compuesto que les colocaba en la pizarra al tercero.

En una de esas fugas de mis obligaciones escolares, mis ávidos y curiosos oídos percibieron una palabra totalmente desconocida para mí, la cual no dudé en consultarle a mi maestra, recibiendo una respuesta totalmente inesperada. Ante mi pregunta sobre cual era el significado de la palabra “tórrida”, mi severa maestra, además de recordarme que me debía dedicar a mi tarea me indicó que se lo preguntara cuando estuviera en tercer grado.

Les juro que no recuerdo si en alguna oportunidad traté de averiguarlo o como me llegué a enterar del significado de tal palabra, pero cuando al llegar al tercer grado y al abrir en una clase mi cuaderno, para colocar como siempre en el extremo superior derecho la fecha y el nombre de la materia a la que correspondería la clase, Doña Marina Flores nos dijo “Geografía de Venezuela” y de inmediato nos sumergió en la clase inicial, la cual comenzaba con un “dictado” subtitulado “Situación geográfica de Venezuela” y allí, en esa tarde de no se que día o fecha, tuve al fin mi encuentro con la palabra que dos años antes había llamado mi atención de niño campesino.

Cuando salí de mi escuelita y mis cortos y apurados pasos me llevaban a la casa de mis padres, caminaba sintiéndome orgulloso de mi país, gracias a la posición geográfica favorable frente a América del Sur que ese día supe que nos privilegiaba, gracias a su ubicación al norte de Suramérica “en plena zona tórrida”.

Con el transcurso del tiempo, lo que había surgido en una simple clase de Geografía de Venezuela se convirtió en el pleno convencimiento de que vivía en el mejor territorio del mundo pero no en el mejor país. En la medida en que me iba desarrollando profesionalmente, los gobiernos “democráticos”, con sus respectivas gestiones me iban mostrando como desaceleraban el impulso que traía el país. Era como si el tiempo se estuviera deteniendo para Venezuela, mientras que los demás países del orbe continuaran su marcha inexorablemente. Los signos de la economía eran lapidarios, el poder adquisitivo de los venezolanos iba en retroceso, la salud, la seguridad, el empleo, la calidad de vida, sin que la mayoría lo notara se esfumaban como un copo de algodón de azúcar al aire en un día lluvioso.

El resto no vale ni siquiera la pena contarlo ni en una línea. En 1998, como en esos días en que me dedicaba a volar a todos los lugares del país como piloto de la Guardia Nacional y algunas veces sin radar meteorológico me enfrentaba a obscuras nubes cargadas de agua y peligrosas corrientes de aire, creí ver una ventana por la cual escapar al final del sombrío pasaje de bruscos ascensos y descensos. La mayoría de los venezolanos vieron lo mismo, solo que al invertir el esfuerzo electoral para ir hacia ese agujero en la penumbra, del otro lado no los esperaba un cielo azul, despejado y prometedor, sino la pesadilla que han tenido los pilotos perdidos entre las nubes sobre cordilleras y que les ha arrancado la vida: la casi certeza de estrellarse contra una pared de rocas y árboles.

La pared que se irguió frente a los venezolanos que buscaban ver a su país de nuevo sobre el rumbo perdido cada vez está mas cerca, la vemos, la sentimos, esperamos el impacto, pero aun cuando tenemos potencia para ascender y espacio para maniobrar, el país simplemente no tiene chance de retorno porque los comandos que conducen la nave venezolana están a merced de un loco capitán que insiste que lo que tiene en frente es la salida y no el final.

El motín necesario para relevar al inepto del comando de la nave ya no es posible, la tripulación está borracha de poder y dinero y cree que el capitán va a maniobrar a tiempo, además ninguno de ellos quiere correr el riesgo de ser relevado de su magnífica y acomodada posición. Menos oportunidades tienen los pasajeros. Una reacción como la de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que trataron de recuperarlo luego de ser secuestrados y que terminó por estrellarse en Pensilvania el 11 de septiembre del 2001, no cuenta con posibilidades apreciables de éxito, sobre todo por la actitud conformista de la mayoría de los venezolanos, quienes prefieren quedarse viendo desde sus casas su propio final.

El país tiene dos visiones totalmente opuestas, entre las cuales, la del Presidemente es la que nos dirige en la dirección errada. Por obra y gracia de esa visión se ha alentado desde la misma presidencia los asesinatos de ciudadanos colombianos ante la posibilidad de que pertenezcan a las filas de los paramilitares enemigos de sus aliados las FARC y el ELN, se han tramado ridículas historias de espionaje y se ha llegado a atentar contra infraestructuras levantadas trabajosamente por comunidades fronterizas para poder interactuar a través de la frontera en épocas de lluvia, todas las instituciones públicas cesaron en su función existencial y se entregaron a la discriminación política.

La tendencia a la desaceleración que alarmara a los venezolanos durante los gobiernos democráticos se convirtió en una tendencia al retroceso: Las enfermedades erradicadas hace muchos años reaparecieron inexplicablemente, los índices de nutrición comenzaron a descender ante lo cual se ordenó la publicación de índices forjados y del inicio de una campaña desinformativa de la cual formó parte el mismo Presidemente, quien se hizo eco en cadena nacional de que el venezolano promedio estaba anormalmente obeso. Los únicos índices que se encuentran en franco ascenso son los indeseables, los negativos, los que atentan contra el pueblo: La corrupción, la inseguridad personal y patrimonial, la inestabilidad económica, la inseguridad jurídica, así como actividades que debían ser reducidas se repotenciaron como la economía de puertos y la improductividad de las tierras.

Como si fueran pocas las tribulaciones diarias de los venezolanos, la enfermiza egolatría del Presidemente ante la cual el país cada día es más pequeño hace que se empeñe expandir sus apetencias hasta otras latitudes en sus planes de extender su revolución en contra de la voluntad aún de sus propios pueblos a través de mandatarios títeres seducidos por el poder de dinero, verbo y gracia Honduras, donde un sumiso Manuel Zelaya trató de erigirse en tirano con el apoyo de los países del ALBA, lo que le costó la pérdida de la presidencia y más tarde el convertirse en una caricatura internacional de Ex Presidente.

Ante los países cuyos Presidentes o gobiernos no acceden a sus pretensiones, las vias son otras; La desestabilización, las agresiones económicas, la inherencia en los asuntos internos y el apoyo económico e ideológico a las posiciones contrarias al gobierno son sus armas predilectas, mientras que lleva a las figuras presidenciales al terreno personal utilizando el más variado vocabulario escatológico como forma de agresión por una parte y como artificio para congraciarse con su cohorte de adulantes.

Mientras sus seguidores se dedican a proseguir las destructivas funciones que a diario les van siendo asignadas, otros se concentran en los negocios “boligurgueses” en los que por una parte cuantiosos recursos se van al exterior a cambio de armas de guerra, policiales, adhesiones políticas, servicios de inteligencia y pagos a extranjeros en sus propios países, mientras que grandes cantidades se quedan “enredadas” en sus impúdicos bolsillos.

La corrupción sin precedentes que envuelve a seguidores, amigos y familiares del Presidemente es tal vez de los males nacionales el menos nocivo para el país. El más peligroso para los venezolanos es el peligro latente de la implantación de modelos religiosos e ideológicos extranjeros en el país, buscando no solo el apoyo de aliados poderosos en el ámbito internacional, sino también la destrucción del “Imperio”, como se refiere al Establishment norteamericano. La implantación de tales modelos podrían arrojar sobre el futuro de Venezuela insondables peligros, cuyo desarrollo aún no ha sido mostrado en ninguna película de ficción.

Todo lo anterior más lo que cada tragedia personal o institucional añade, es lo que indica que Venezuela ha llegado a un punto de no retorno en todos los órdenes, gracias al proyecto revolucionario fallido de Hugo Chávez, donde verdaderamente la soberanía de nuestra Patria comienza a correr el peligro de perderse ante fuerzas de ocupación extranjera, primero invitadas por el desquiciado gobierno que nos oprime y luego como producto de la indeseable confrontación que podría terminar convirtiendo nuestro país en el teatro de la guerra en el que los venezolanos solo seríamos las víctimas.