Este fin de semana Venezuela me parece que estuvo aletargada y tal vez el único hecho que genere noticia hasta el día de hoy, sea el programa dominical del Presidemente, transmitido en cadena nacional. Solo frivolidades he encontrado en mi búsqueda por las las primeras página de los diarios venezolanos, con la excepción de las de sucesos, que reseñan las tragedias que tocan diariamente a la sociedad venezolana.
En su cotidiano recorrido, el país pareciera ser una versión de la historia del Titanic; Mientras unos beben, bailan, rien y cantan al compás de “Socialismo del Siglo XXI”, otros, que constituyen una extensa policromía social y económica, desde pasajeros hasta tripulantes, llevan a cuestas sus dramas particulares, sin imaginarse la magnitud de la tragedia que a todos, sin excepción, los espera mas adelante. Se me antoja que igual que el legendario barco, el capitán de ese navío llamado Venezuela, ignora los peligros del mar en que navega y confía en el carácter de “inhundible” que se le ha conferido al país y lo que es peor aun, que también ignora como deberá actuar en el momento en que se encuentre de frente con el iceberg que silenciosamente se acerca.
El pulso de nuestra Patria se le toma diariamente desde el exilio, cuando se escudriñan las páginas de internet en busca de la menor señal de que alguien en ese enorme barco puede estar oteando el horizonte o que podrá advertit el asesino bloque de hielo que flota semisumergido en la ruta de nuestro barco. Existen días en los que se siente que los pasajeros de nuestro transatlántico parecieran presentir que hay que cambiar el rumbo, pero otros, como los de esta semana que concluye, en que el siniestramente inexperto Capitán vuelve a tomar el control del timón. No obstante, los dos días de navegación del Titanic corresponden a casi dos años de trescientos sesenta y cinco días cada uno, menos unos 84 días menos, en los que el rumbo puede ser modificado por otro con mejores opciones.
En la infructuosa búsqueda de una señal que me anime para iniciar una nueva y esperanzadora semana en el exilio, con la seguridad de que en Venezuela alguien tiene la vista puesta en el derrotero correcto, me encontré de repente con la patética fotografía que encabeza mi artículo y en base a la cual hago algunas reflexiones: La de la tumba de Lina Ron en el Cementerio General del Sur.
Tengo que confesar, que ni siquiera intenté o llegué a leer alguna nota sobre su sepelio o a ver video o foto alguna del mismo. La noticia de su muerte la recibí con la mayor indiferencia; vale decir que no me alegré y mucho menos, que me haya producido algún sentimiento de pérdida o de condolencia, sencillamente, sentí lo que la gran mayoría de los venezolanos. Y si tal sentimiento pudiera ser representado gráficamente, pienso que la mejor expresión lo constituye la fotografía de la modesta y fría cobija de cemento que cubre la fosa que contiene el “infortunado” cadáver de Lina Ninnette Ron Pereira, al que califico de infortunado, no por el estado en que quedó ni por el proceso natural que se inició desde el momento que dejó de respirar, sino por la falta de fortuna que tuvo ese pobre ser mientras estuvo viva, al dedicar sus energías a la maldad y al albergar en su alma tanto rencor, odio y envidia.
El infortunio de Lina la acompañó toda su vida, hasta el punto que su amado Socialismo del Siglo XXI le rindió honores similares a los que le fueron rendidos a otro no menos infortunado, Danilo Anderson, en el momento de su “despedida oficial” de este planeta, solo que al momento de retirarse las cámaras, los medios y la publicidad, del calor revolucionario que animó su anarquismo, lo único que quedó fue una rústica plancha de cemento y las ostentosas coronas del gobierno, que al secarse fueron sustituidas por manojos de flores con latas como floreros, con un epitafio de piedritas colocado por un humilde seguidor de su partido U.P.V., quien bajo el convencimiento de que en las reglas de ortografía, lo que es bueno para las siglas de su partido es bueno para las palabras, le colocó un cartoncito que refleja su nivel cultural, con la inscripción “Mi. líder no. es. un adio. es. asta luego loco. † ron”, en el que destaca un punto en medio de cada dos palabras.
De veras que al ver la gráfica se me olvidó el Titanic, Venezuela y el destino común que los une y sentí lástima por la pobre Lina, como sentí lástima por la cantidad de compatriotas a quienes la revolución particular de Hugo Chávez, adalid de la “dignificación” de los venezolanos, no es capaz de ofrecer una vivienda decente, ni una tumba digna, ni los medios para satisfacer sus necesidades básicas. Tal vez el futuro de Venezuela en manos del “chavismo” se parezca a esa tumba. En las manos de millones de venezolanos, nacidos o no en Venezuela, está cambiar el rumbo desastroso que traemos desde el año 1998.
En su cotidiano recorrido, el país pareciera ser una versión de la historia del Titanic; Mientras unos beben, bailan, rien y cantan al compás de “Socialismo del Siglo XXI”, otros, que constituyen una extensa policromía social y económica, desde pasajeros hasta tripulantes, llevan a cuestas sus dramas particulares, sin imaginarse la magnitud de la tragedia que a todos, sin excepción, los espera mas adelante. Se me antoja que igual que el legendario barco, el capitán de ese navío llamado Venezuela, ignora los peligros del mar en que navega y confía en el carácter de “inhundible” que se le ha conferido al país y lo que es peor aun, que también ignora como deberá actuar en el momento en que se encuentre de frente con el iceberg que silenciosamente se acerca.
El pulso de nuestra Patria se le toma diariamente desde el exilio, cuando se escudriñan las páginas de internet en busca de la menor señal de que alguien en ese enorme barco puede estar oteando el horizonte o que podrá advertit el asesino bloque de hielo que flota semisumergido en la ruta de nuestro barco. Existen días en los que se siente que los pasajeros de nuestro transatlántico parecieran presentir que hay que cambiar el rumbo, pero otros, como los de esta semana que concluye, en que el siniestramente inexperto Capitán vuelve a tomar el control del timón. No obstante, los dos días de navegación del Titanic corresponden a casi dos años de trescientos sesenta y cinco días cada uno, menos unos 84 días menos, en los que el rumbo puede ser modificado por otro con mejores opciones.
En la infructuosa búsqueda de una señal que me anime para iniciar una nueva y esperanzadora semana en el exilio, con la seguridad de que en Venezuela alguien tiene la vista puesta en el derrotero correcto, me encontré de repente con la patética fotografía que encabeza mi artículo y en base a la cual hago algunas reflexiones: La de la tumba de Lina Ron en el Cementerio General del Sur.
Tengo que confesar, que ni siquiera intenté o llegué a leer alguna nota sobre su sepelio o a ver video o foto alguna del mismo. La noticia de su muerte la recibí con la mayor indiferencia; vale decir que no me alegré y mucho menos, que me haya producido algún sentimiento de pérdida o de condolencia, sencillamente, sentí lo que la gran mayoría de los venezolanos. Y si tal sentimiento pudiera ser representado gráficamente, pienso que la mejor expresión lo constituye la fotografía de la modesta y fría cobija de cemento que cubre la fosa que contiene el “infortunado” cadáver de Lina Ninnette Ron Pereira, al que califico de infortunado, no por el estado en que quedó ni por el proceso natural que se inició desde el momento que dejó de respirar, sino por la falta de fortuna que tuvo ese pobre ser mientras estuvo viva, al dedicar sus energías a la maldad y al albergar en su alma tanto rencor, odio y envidia.
El infortunio de Lina la acompañó toda su vida, hasta el punto que su amado Socialismo del Siglo XXI le rindió honores similares a los que le fueron rendidos a otro no menos infortunado, Danilo Anderson, en el momento de su “despedida oficial” de este planeta, solo que al momento de retirarse las cámaras, los medios y la publicidad, del calor revolucionario que animó su anarquismo, lo único que quedó fue una rústica plancha de cemento y las ostentosas coronas del gobierno, que al secarse fueron sustituidas por manojos de flores con latas como floreros, con un epitafio de piedritas colocado por un humilde seguidor de su partido U.P.V., quien bajo el convencimiento de que en las reglas de ortografía, lo que es bueno para las siglas de su partido es bueno para las palabras, le colocó un cartoncito que refleja su nivel cultural, con la inscripción “Mi. líder no. es. un adio. es. asta luego loco. † ron”, en el que destaca un punto en medio de cada dos palabras.
De veras que al ver la gráfica se me olvidó el Titanic, Venezuela y el destino común que los une y sentí lástima por la pobre Lina, como sentí lástima por la cantidad de compatriotas a quienes la revolución particular de Hugo Chávez, adalid de la “dignificación” de los venezolanos, no es capaz de ofrecer una vivienda decente, ni una tumba digna, ni los medios para satisfacer sus necesidades básicas. Tal vez el futuro de Venezuela en manos del “chavismo” se parezca a esa tumba. En las manos de millones de venezolanos, nacidos o no en Venezuela, está cambiar el rumbo desastroso que traemos desde el año 1998.