domingo, 6 de septiembre de 2009

Nuestros presos políticos

Son los “Presos Políticos de Chávez” o “Nuestros Presos”?

La gama de sensaciones más cercana a la de estar preso, es estar exiliado. Algunos de quienes estamos en el exilio, experimentamos una vez la sensación de que acabar en la cárcel de una vez por todas era el alivio al amargo sabor de la decepción que nos dejó, nuestro constante pero inútil peregrinar entre quienes eran nuestros amigos, buscando en ellos el apoyo y la solidaridad necesarios para encontrar la salida a la situación que avasallaba a todos los venezolanos. Esa tentación de aniquilar nuestra propia libertad, de pagar con nuestros huesos la indiferencia de los demás, rondó por las mentes de muchos de nosotros y en algún momento fue superior a nuestro instinto de conservación.

Cual fue la diferencia con aquellos que fueron a parar a la cárcel? Por que unos y por que no los otros? Que prevaleció para que esa idea recurrente de la inmolación personal no nos llevara al Helicoide, Ramo Verde o Yare?

Pues, mi respuesta es que la certeza de que Venezuela va a necesitarnos en un corto plazo no nos permitió rendirnos, que la creencia en que la Justicia está proscrita en Venezuela no nos dejó caer en las garras del régimen y que nuestra animadversión a convertirnos en trofeo de caza de los aduladores chavistas del régimen, nos mantuvo alertas ante todas sus triquiñuelas y trampas.

Cuando solo nos quedaba una opción contra estas tres calamidades que nos perseguían y cuando nuestro suicida pensamiento nos había debilitado, se nos presentó el camino que creímos más conveniente seguir, el del exilio voluntario en otro país, donde comenzar de nuevo como recurso de subsistencia fue nuestra prioridad y el regresar algún día a Venezuela nuestro objetivo.

No obstante, en lo inmediato nos queda pendiente algo muy importante en Venezuela. Conscientes de que a lo largo de los últimos años, muchos venezolanos, por cualquiera de las razones que ya mencioné, el convencimiento de que Venezuela nos necesita libres, de que no hay justicia y de que nuestras cabezas no serán trofeos de ningún cazador chavista, se encuentra hoy tras las rejas bajo una ignominiosa sentencia o por una ridícula o pueril acusación, nuestro pensamiento permanece siempre con ellos.

Diariamente consultamos las páginas de Internet, la prensa o cualquier medio de difusión de noticias, con la esperanza de ver entre las rendijas que deja el ajetreo diario de nuestra maltrecha nación, una luz de esperanza para ellos y para sus familiares. Todos los días, escudriñamos el panorama político en busca de la menor brizna de la que pueda aferrarse la ilusión de verlos de nuevo, al menos libres para iniciar más que una nueva lucha, una nueva vida para recuperar los días, los meses o los años que el tirano les robó a sus hijos, esposas, madres, padres o hermanos.

En el exilio vivimos un presidio distinto, más amplio y menos incómodo, pero igual, es una pena sin sentencia. Los barrotes son substituidos por la distancia y la burocracia, no hay carceleros pero igual es una encierro por convicción, nuestra libertad está en Venezuela y hasta allá no podemos escapar. Sin embargo, nuestras expectativas son las mismas. A pesar que vivimos en una ciudad por cárcel, nuestra condición de prisión extra rejas nos permite acceder a ciertos medios y recursos que a nuestros compatriotas presos no les es permitido. La información nos llega a raudales y de numerosísimos sitios y eso, lejos de ser una ventaja se convierte en una fuente de inquietud y de situaciones estresantes.

A veces, al ver lo que sucede en Venezuela sentimos ansiedad pero más nos angustia cuando haciendo empatía con quienes se encuentran secuestrados por el oprobioso régimen chavista y a merced de sus mercenarios judiciales, vemos como otros venezolanos que debieran estar labrando su futuro y el de su descendencia, se arrojan a los brazos del chavismo por dinero, por poder y en general por codicia, en nombre de un injustificado temor.

También nos angustia percibir que las Fuerzas Armadas continúan sumidas en sus debates internos, esperando ascensos, disputándose cargos y defendiendo sus prebendas, sin percatarse, como en una mediocre película de terror, que el asesino no está muerto, sino que por el contrario, a sus espaldas, se prepara para lanzar la artera puñalada que las dejarán inermes, sintiendo como se les escapa la vida.

Nos descorazona saber por boca de terceros, como en el mercado persa en el que se ha convertido la vida diaria del venezolano, pasan inadvertidas las maniobras del gobierno para cercenar los nervios y las venas que llevan al cerebro de la sociedad las alarmas de un cáncer terminal que la corroe y que terminará por robarle el alma.

Los exiliados somos prisioneros en cárceles distintas a los presos políticos de Hugo Chávez y como presos al fin, nos duele cuando a nuestros compañeros de infortunio no les llegan las mismas oportunidades que tocan a nuestra reja. A veces ocurre a la inversa: El despiadado régimen les permite ver a los familiares que vayan a visitarlos todas las semanas, mientras que en nuestra cárcel ya hay algunos que no hemos podido ver en cuatro, cinco o hasta más años.

Si me empeñara en buscar similitudes y diferencias con respecto a nuestros respectivos infortunios, seguramente que el balance no es nada comparable a los que viven relativamente libres en nuestro país, sin embargo tenemos que admitir que el mal mayor es el de la cárcel y que el exilio puede terminar cuando lo deseemos, siempre y cuando queramos enfrentar otro peor y en esa dirección apuntan nuestros deseos con el paso del tiempo.

Cuando la situación económica, el aislamiento de lo que fue nuestra vida pasada, el sentir que los años pasan sobre los seres queridos que no están con nosotros y la nostalgia de nuestras costumbres y nuestra identidad nos hacen pensar que podría quedar un lugar para nosotros en el país donde nacimos, la desgracia de nuestros compañeros de destino nos despierta y nos hace sentir temor.

No es temor al cambio de cárcel ni de carceleros, ni temor al gobierno de Hugo Chávez , al contrario, la vieja sensación de alivio que les describí al principio nos llama como si fuera la solución a una vida incompleta y nos anestesia los sentidos, no es miedo a la soledad de las noches en cautiverio. No, no es temor a encontrarnos con quienes en prisión mantienen la esperanza de que alguien haya ocupado su lugar en la lucha. Es miedo, es un inmenso miedo a los indiferentes que están fuera, a los que no les importa que otros venezolanos en una cárcel estén pagando el precio de haberse opuesto al liquidador de las esperanza de los demás.

Es pánico al olvido, a la indiferencia y a la pasividad de aquellos en nombre de quienes tomamos un camino que no nos llevaba a la riqueza, ni al confort ni a la tranquilidad, sino a un destino incierto, a una morada que podría ser la última. Y es por eso, que desde nuestro encierro voluntario no podemos de dejar de colocarnos en el lugar de aquellos que hoy llaman “nuestros presos políticos” y sentir lo que ellos sienten cuando diariamente escuchan la interminable fiesta venezolana en la que músicos, anfitriones e invitados, disfrutan de la bonanza gobiernera y sus canapés de mentiras, olvidándose por completo de aquellos, quienes actuando en nombre de todos, renunciaron a la preciada libertad.

Casi nadie dice los “Presos Políticos de Chávez”, sino “Nuestros Presos Políticos”, porque en general si son “nuestros” presos. O es que ellos llegaron a la cárcel simplemente por adversar a Hugo Chávez. No! Todos los que han fallecido, han sido encarcelados o se encuentran exilados o huyendo aun, no se encontraron con su destino debido a Hugo Chávez. Todos estamos inmersos en nuestra tragedia personal por aquellos que aún disfrutan de algo de libertad. Cuando cada quien dio los pasos que tuvo que dar, no lo hizo pensando en si mismo ni en su suerte individual, lo hizo pensando en todos, en la mayoría, en el país, en Venezuela.

Por eso pienso que está bien dicho “nuestros” presos y por ser nuestros, no debemos someterlos al olvido que les manifestamos con cada omisión nuestra. Por que, en vez de organizar vacaciones y parrandas, no se organiza una visita a todos nuestros presos políticos? Por que un día de visita no se presenta media Caracas a visitar a nuestros presos en la DISIP, en Yare, en La Planta o medio Miranda en Ramo Verde o el INOF? Por que solo sus familiares más cercanos tienen que sufrir las atrocidades de las requisas antes de cada visita? Por que no alzar la voz de protesta tres veces al día desde donde sea que nos encontremos?

Los venezolanos no deben olvidar, que los presos políticos venezolanos, no lo están porque un día el dictador del país quiso poblar las cárceles de inocentes. Ellos están presos porque existe una razón, una causa muy distinta a la que esgrimieron los mercenarios judiciales que los acusaron y los sentenciaron, ellos sufren su infortunio, porque representan un peligro para el fin que les tiene reservado Hugo Chávez a todos sus compatriotas: La gran cárcel en la que se convertirá en poco tiempo Venezuela.