domingo, 1 de marzo de 2009

El mayor mentiroso que Venezuela ha parido

Su compulsión por mentir, lo hace víctima de su propio engaño.

Cuando a la tardía edad de 14 años, lograron mis padres que tomara la primera comunión, no fue ninguna novedad para mí que en las clases de catecismo a las que debía asistir, me enseñaran junto a un grupo de niños, casi todos menores que yo, los diez mandamientos de la Ley de Dios. En efecto, ya los conocía, bien porque había asistido años antes a las clases de catecismo en la iglesia, hoy Basílica de Táriba, o porque en mi casa fui reprendido en muchas ocasiones por violar uno de ellos. Y cual podría ser el que un niño de mi edad podía transgredir, si no era “No dirás falso testimonio ni mentirás”. Tal vez, por no haberlo aprendido como una clase de catecismo, sino como experiencia de vida, es que aún sigo pensando que podría ser el más importante del precitado decálogo. Porque éste, podría ser seguramente el primero que los seres humanos transgredieran como paso previo a cualquiera de los otros, y hay, quienes desde muy temprana edad se convierten en maestros insignes de su consumación.

Tal es el caso del venezolano, que por razones obvias, jamás, en el uso de sus atribuciones, podría mentir. Y me refiero al Teniente Coronel, que gracias a la voluntad de nuestro pueblo, tuvo acceso a la primera magistratura del país y que también, gracias a su desidia, la conserva.
Pero es el caso, que no ocurre así. Este extraño personaje, de reconocida capacidad memorística, en cuyo cerebro solo hay cabida solo un par de cualidades: Junto con la habilidad para memorizar por repetición pero no por racionalización, quedó algo de espacio para una asombrosa capacidad de construir mentiras y una no menos notable destreza para el descaro y la deshonestidad.

Cuando en el mes de julio de 1999, este energúmeno colocó sobre mis hombros los soles de General de Brigada, su palabra de felicitación por mi primer puesto junto con su exhortación a cumplirle honrosamente a la patria en los años venideros, me parecieron sinceras y honestas y tal vez, pecando de ingenuo aún a mi edad, durante algunos meses creí, si no me equivoco, junto a una inmensa mayoría de los venezolanos, que al fin, nuestra querida Venezuela había encontrado el camino que había perdido. Pero en los aciagos días del deslave de Vargas, cuando en vez de consultar al pueblo o a su conciencia consultó a Fidel Castro, rechazó la ayuda que el gobierno norteamericano ofrecía al pueblo venezolano, las alarmas se comenzaron a disparar dentro de mí y así comenzó el doloroso tránsito del desengaño hasta el despertar de la realidad. Como individuo, comencé a experimentar la sensación de que había sido timado y que de alguna manera tenía que reparar el craso error de mi credulidad. El tiempo me daba la razón cada día, así como también despertaba a muchos otros oficiales que habían depositado su fe en un proyecto más social que político: Habíamos sido engañados. Pero la sensación de pérdida que nos atenazaba era cada vez más grande, cuando veíamos que gran parte del país, continuaba embelesado escuchando, primero tímidas mentiras, pero que con el paso de los días eran más y mayores y obstinadamente persistía en esperar a que tan singular presidente cumpliera con sus promesas.

El resto de la historia ya todos ustedes la conocen y estoy seguro, que junto a muchos más, cada quien está haciendo lo que la patria necesita para su recuperación. Mientras tanto, el mayor mentiroso que haya conocido Venezuela, continúa creyendo que está engañando a todo el mundo, sin darse cuenta en su ceguera, que todos los días no menos de mil venezolanos despiertan de su letargo y que el término de sus días de mentiras se acerca mil y tantas veces, cada vez que los rayos del sol despiertan a Miraflores. Se que muchos desean que en vez de mil fueran un millón de desencantados diariamente, pero los pueblos dormidos a veces tardan en despertar por si mismos y eso no lo ve Hugo Chávez. Este personaje, inmerso en su ignorancia no percibe que “diariamente” pierde gratuitamente más posibles seguidores, que los adeptos que logra concentrar por un pago frente al “balcón del pueblo” en una semana de convocatoria. Y lo que es peor, en su desvarío del siglo XXI, edifica mentira sobre mentira, bajo la falsa creencia que el pueblo al que un día perteneció, continúa adormecido por su palabra avejentada y vacía.

Mientras tanto conspira indistintamente contra Venezuela, contra sus aliados y hasta contra sus aduladores, a quienes también les miente. Sobre éstos últimos, filtraciones sobre la intimidad de Hugo Chávez, han dejado saber, que fiel a su antigua costumbre de violador del noveno mandamiento, “No desearás a la mujer de tu prójimo”, utiliza a sus hombres de confianza, generalmente a su ministro de Comunicación e Información o al ministro de la Secretaría de la Presidencia, para que “le aproximen” a las damas que él les indique a espaldas de sus esposos y a algunas con pleno consentimiento del “presunto agraviado”. Víctimas han sido el gremio periodístico, la banca y empresarios, de éstos algunos modestos cuyo mayor bien era la ligereza de su esposa o familiar.

Con igual o mayor desparpajo, trata de prostituir a la jerarquía eclesiástica, tal como lo hizo por intermedio de Luis Reyes Reyes al traer desde Barquisimeto al padre Adolfo Rojas Jiménez, coordinador de las Escuelas Bolivarianas en el Estado Lara, para rebajar la Santa Misa y la imagen de Cristo a una bochornosa salutación al estilo del Tercer Reich solicitada a los presentes por el mismo cura. Todo esto bajo un guión concertado con La Habana, donde se van a comenzar a anunciar “apariciones milagrosas de Fidel Castro”.

Sin duda alguna, que Venezuela se encuentra frente al mayor mentiroso que el país haya visto, al difamador más feroz que haya parido esta tierra en toda su historia, al hereje y blasfemo más descarado que registren los anales de la iglesia venezolana y el peor traidor de sus amigos y de un noble pueblo que ya no es el suyo.