Los operadores de las FARC y el ELN en el gobierno en alerta máxima.
Era el mes de marzo del 2003, cuando el ejército colombiano en persecución de insurrectos de las FARC se encontró con la barrera infranqueable que para ellos representaba la frontera “bolivariana” de Venezuela. El área específica eran las riveras del río de Oro, específicamente el eje La Vaquera-La Escuelita-Frontalia e inmediaciones de la misión indígena Barí de Bokshí en la Sierra de Perijá. Los irregulares colombianos ya se habían enfrentado en la zona con grupos paramilitares y en medio de los enfrentamientos una indefensa población llevó la peor parte, pues dependiendo de quien tuviera el control del territorio, los civiles los apoyaban para tratar de mantenerse con vida y eso no lo perdonaban ninguna de las dos facciones en pugna. Tampoco era un secreto que el ejército colombiano de manera conjunta con elementos paramilitares, mediante un ataque continuo y despiadado, condujeron a la guerrilla a buscar refugio en Venezuela y más que el cobijo territorial, la protección del gobierno del Presidemente Hugo Chávez.
El Comandante de la Guardia Nacional para ese entonces era el General Eugenio Gutierrez Ramos y el Comandante del Teatro de Operaciones Nº 2 con sede en La Fria, era el General William Warrick Blanco, el mismo que en septiembre del año siguiente atribuyó a los paramilitares el atentado en el que murieron cinco militares y una ingeniero de PDVSA y que después se supo con exactitud que los asesinos eran miembros del ELN que confundieron a los venezolanos con paramilitares. Ambos oficiales tenían instrucciones de Hugo Chávez de que sus unidades deberían evitar a toda costa entrar en conflicto con los irregulares que ingresaban a Venezuela por el extremo sur de la sierra de Perijá. Los oficiales superiores y subalternos que se encontraban destacados en el área tenían conocimiento de lo que ocurría del otro lado de la frontera y que amparados en el éxodo de colombianos hacia territorio venezolano tratando de salvar sus vidas ante los continuos enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla y entre la guerrilla y los paramilitares, venían elementos de las FARC. Todos lo sabían y había nerviosismo entre los oficiales de mayor antigüedad por la conducta que podrían asumir los oficiales subalternos y la tropa en caso de que se produjera un encuentro no deseado con estos irregulares.
Mientras en Caracas el gobierno acogía la tesis de la guerrilla acerca de que los paramilitares estaban masacrando a los campesinos de la zona, columnas guerrilleras comenzaron a reagruparse en Venezuela y a preparar su reingreso a Colombia por otra zona lo suficientemente alejada de las patrullas militares colombianas y de sus enemigos paramilitares. Para poder hacerlo, tendrían que cubrir un buen trecho por carreteras venezolanas asfaltadas con la colaboración de militares venezolanos. Para evitar inconvenientes, el General Warrick Blanco giró instrucciones a los comandantes de unidades de la guarnición, de que antes de enviar cualquier comisión del servicio, bien fuera militar o policial, terrestre, fluvial o aérea, solicitaran la respectiva autorización del Comando de la Guarnición y suministraran el información acerca del objetivo de la comisión, ruta a utilizar, vehículos, equipos y efectivos.
Esta restricción era particularmente incómoda para la Guardia Nacional, pues su rutina diaria le exigía, como en el caso del Destacamento Nº 32, que se enviara diariamente a la jurisdicción no menos de 7 u 8 comisiones, además de aquellas en casos de emergencia o no previstos, como accidentes de tránsito o alteraciones del orden público. En cuanto a las comisiones nocturnas, las mismas fueron prohibidas y los puntos de control debían ser levantados a las 6 de la tarde. Por su parte el ejército enviaba elementos de tropa en algunas de las comisiones de la Guardia Nacional como “apoyo” y cuando movía sus unidades, lo hacía con permiso del Estado Mayor del Ejército. En fin, era más difícil para las unidades militares su movilización que para cualquier elemento subversivo o delincuencial que operara en la zona. Los casos de abigeato, secuestros, contrabando de gasolina hacia Colombia y de comestibles en cualquier sentido aumentaban sin que las autoridades pudieran ejercer algún tipo de control.
Por esos días, la Guardia Nacional de la zona tuvo conocimiento por transportistas usuarios de las vías que comunicaban las poblaciones de La Fría, El Guayabo y Santa Bárbara del Zulia, de que elementos de la guerrilla colombiana se encontraban en el área y que estaban incluso colocando retenes o puntos de control en plena vía en horas de la noche, por lo que sin avisar al Comando de la Guarnición se enviaron efectivos de civil para procesar la información.
La investigación condujo a la ubicación de un campamento de irregulares en las cercanías de la población de Encontrados, información que le fue transmitida al Comando de la Guarnición. Como respuesta, el comandante del Destacamento Nº 32, recibió la orden de esperar instrucciones del Comando de la Guarnición, el cual a partir de ese momento manejaría la información de inteligencia. Días después llegó la orden de patrullaje: Se organizó una unidad de 100 hombres, 75 soldados y 25 Guardias Nacionales, tres pelotones eran comandados por Sub Tenientes del Ejército y uno por un Teniente de la Guardia Nacional. La unidad conjunta iba a ser comandada por un Mayor de la Guardia quien tenía como auxiliar a un Capitán. Lo que más les extrañó a los oficiales, fue que la zona a la que se les enviaba se encontraba a unos 40 kilómetros mas al oeste del lugar donde había sido detectado el campamento de los irregulares. Al contactar a través de teléfonos celulares a los elementos de inteligencia infiltrados en la zona, éstos confirman que aproximadamente unos 20 hombres mantenían un campamento a orillas del río Catatumbo en las cercanías de Cambural y hacia allá se dirigieron. Tomaron posiciones cerca del lugar señalado por los Guardias Nacionales de civil, quienes los condujeron hasta el sitio antes de anochecer y cuando comenzaba a amanecer atacaron el campamento con granadas y fusiles de asalto sin darles tiempo a defenderse.
Aunque algunos irregulares lograron escapar, en el sitio quedaron 12 cadáveres y 14 fusiles AK-47 y algunas armas cortas. De inmediato se dio aviso al Comando de la Guarnición y cerca de las 10 de la mañana, aparecieron dos helicópteros, en uno de los cuales venía el General Warrick Blanco, quien de inmediato reunió la unidad actuante, ordenó deshacerse de los cadáveres y mandó a guardar el armamento y las municiones de los irregulares en los helicópteros. Por último giró instrucciones acerca de que lo ocurrido allí no podía ser divulgado ni siquiera a los familiares. “Aquí no pasó nada” manifestó a los oficiales de la Guardia y les instruyó para que no se pasara “parte” al comando superior, que él iba a hablar con el Comandante del Destacamento sobre lo acontecido y sobre la investigación que se haría al comandante de la unidad acerca de los motivos por los cuales las instrucciones impartidas no habían sido cumplidas cabalmente. Igualmente les recriminó por no haberse dirigido a la zona que se les había indicado, ubicada en las coordenadas 09º 05’ 54” Latitud Norte y 72º 42’ 00” Longitud Oeste a menos de 10 kilómetros de la frontera con Colombia (En realidad el lugar atacado estaba aproximadamente en la Latitud 09º 04’ 21” y en la Longitud 72º 21’ 85”). Bastante molesto, pero con evidentes señales de nerviosismo, dio instrucciones a los oficiales del Ejército para que volvieran a la brevedad a La Fría, subió a su helicóptero y se alejó del lugar.
La molestia entre los Guardias Nacionales por el hecho de haber sido recriminados en vez de felicitados luego de haber arriesgado sus vidas generó frutos posteriormente. Su conocimiento de la zona, con la cual la mayoría de ellos estaban familiarizados desde hace años, les permitió recoger información valiosa con posterioridad a los hechos. Así, pudieron conocer que debido al conflicto en el otro lado de la frontera, una columna paramilitar había entrado a territorio venezolano en persecución de algunos irregulares que se habían internado por las inmediaciones del Catatumbo. Los elementos de la guerrilla estaban conscientes de la posibilidad de ser alcanzados y penetraron más al occidente de la carretera Panamericana y de alguna manera pidieron protección al Teatro de Operaciones, al tiempo que le proporcionaron la posible ubicación de los paramilitares. El objetivo entregado a la unidad conjunta de cien hombres eran los paramilitares, no los guerrilleros, solo que la suspicacia y la experiencia de la Guardia Nacional se impuso sobre el ciego cumplimiento de las instrucciones por parte del Ejército. Cuando les entregaron unas coordenadas que los llevarían a un lugar bastante distante del sitio donde tenían la certeza que se encontraba el enemigo, no dudaron en cumplir con su deber y se dirigieron a donde debían hacerlo. Una vez allí, confiando en la información entregada por sus compañeros, atacaron sin dar a tiempo a defensa o posibilidad de rendición de unos sediciosos que de ser capturados en pocos días estarían nuevamente empuñando las armas.
Al tener conocimiento de estos hechos visité al Comandante General de la Guardia Nacional, el General Gutierrez Ramos, a quien le pregunté que sabía al respecto, obteniendo como respuesta la que yo esperaba, “yo no tengo conocimiento de nada de eso”. Al insistir sobre el tema, lo único que acertó a decir fue “ah, ya se quien es el que te está informando”. Lo que venía a continuación ya era predecible, aunque no había llegado el mes de agosto, mes de cambios o transferencias en la Guardia Nacional, a la mayoría de los oficiales del Destacamento Nº 32 se les cambio del Estado Zulia y fueron dispersados por todo el país.
Este relato que les he hecho, constituye un hito referencial bastante importante para entender por que a los chavistas les causa escozor el término “paramilitar” y el motivo no es otro que el reconocimiento de que en ellos estaría su más terrible enemigo. Igualmente, les ayudará a entender las razones por las cuales el gobierno ve paramilitares en todas partes y como, en nombre de una lucha a muerte en “defensa de nuestra soberanía”, ellos no reparará en acabar con las vidas de humildes colombianos que con filiación o no con estos grupos, tarde o temprano terminarán asesinados en “un enfrentamiento” o marcado con una “p” de paraco por el G2 cubano, la DISIP o el DIM, para que sus aliados, las FARC o el ELN acaben con sus vidas después de martirizarlos al tratar de arrancarle las confesiones que quieren oir.
Al abrir las puertas de Venezuela a la guerrilla, el gobierno le dio entrada libre a sus secuelas. Con el ELN, cuyo vínculo con el Capitán Rodríguez Chacín es el más fuerte, vinieron las FARC, los paramilitares y la delincuencia común. El resultado es que las situación colombiana fue trasladada a Venezuela con todos sus actores, solo que con un efecto espejo: Todos los enemigos del gobierno colombiano son amigos del venezolano y viceversa.
Los antecedentes de vínculos ideológicos y logísticos son abundantes y conocidos. Hasta ahora el gobierno venezolano no ha capturado en su territorio ni entregado a Colombia un solo cabecilla de la guerrilla, así como tampoco a ningún narcotraficante de importancia vinculado a las FARC o al ELN. Mientras que el Presidemente en uno de sus arrebatos de locura clamó por el reconocimiento internacional de las FARC y el ELN como fuerzas combatientes, le ha declarado la guerra a los paramilitares colombianos, guerra que le conviene en su quijotesca cruzada contra la oposición venezolana, ahora que el argumento del “Golpe de Estado” del 2002 se ha desgastado por el abuso mediático gubernamental. En tal sentido, lo que les espera a los venezolanos es una ración super concentrada de paranoia paramilitar, para la cual el terreno ha venido abonándose desde comienzos del año 2003, cuando el gobierno detectó que grupos adversos a las FARC les venían pisando los talones. Desde entonces surgió la idea de crearle a dichos grupos un motivo para convertirlos en enemigos “Express” del gobierno y que otro que el de asociarlos a la oposición en una conspiración magnicida.
El primer intento con relativo éxito mediático fueron los paramilitares de la finca Daktari, quienes ingresaron al tribunal militar como feroces asesinos y terroristas, y por obra de la verdad expuesta en el juicio salieron como indefensos trabajadores informales secuestrados en una finca por al menos cinco paisanos suyos, quienes a su vez fueron transmutados por el la Fiscalía, de secuestradores y autores de un asesinato, en testigos arrepentidos premiados no solo con su libertad, sino con la protección de la DISIP y con estatus migratorio legal en el país.
Entre ese primer teatro bufo y el actual por traer a la fuerza el fenómeno paramilitar a Venezuela se han producido muchos más fallidos, como el de los paramilitares que se entrenaban en la finca del Ex Diputado Ismael García. Toda la madeja de intentos de magnicidios, invasiones, espionaje, etc ha derivado en la situación actual, en la que el gobierno ha dejado, como dicen vulgarmente, “las nalga por fuera”. El episodio que pone en tal trance al gobierno de Hugo Chávez es el tristemente ocurrido en la localidad de El Chururú en el Estado Táchira.
Un grupo claramente definido como de la guerrilla colombiana secuestra y asesina a otro grupo que se encontraba jugando futbol porque presume que son paramilitares y ahora los voceros gubernamentales, los jefes policiales, ministros y hoy, el Vicepresidente del país, anuncian que “si eran paramilitares”, como si tal condición fuera eximente de culpa para sus secuestradores y asesinos. Los investigadores, en vez de tratar de identificar y capturar a los asesinos se dieron a la tarea de investigar a los asesinados para determinar si eran o no asesinables.
Por otra parte, como el gobierno no da puntada sin dedal, ejecutando labores de espionaje en Colombia, obtuvo documentos oficiales que demostrarían que el gobierno de ese país tenía la nariz metida en “nuestros asuntos”, al tratar de determinar como el gobierno chavista protege a los forajidos de la guerrilla colombiana en su territorio y cándidamente, para hacer aparecer milagrosamente dichos documentos en Venezuela, anuncia que ha detenido a tres espías del DAS a quienes les retuvo tales documentos, obviando el detalle que los presuntos “espías” no son funcionarios del DAS y que por lo tanto no podían tener en su poder documento oficial alguno. Vale la pena hacerse la siguiente pregunta: Quien se va a infiltrar en otro país a espiar y se va a llevar consigo o va a sacar de las cajas fuertes de sus organismos de inteligencia, los documentos que “el enemigo” podría estar tratando de obtener a cualquier precio. Igualmente, el gobierno vuelve a dejas sus partes noble por fuera, al ignorar que el trabajo de espionaje es una labor de campo y que los sistemas de seguridad nacional no le dan acceso a los operadores de campo a los niveles superiores de planificación. Será que hay tantos ignorantes trabajando para el gobierno venezolano?
Volviendo sobre los secuestrados en el Chururú y posteriormente asesinados, el gobierno se vuelve a meter otro autogol, tal como el de la finca Daktari, al asegurar que los muchachos eran paramilitares porque “tenían un nivel de vida que no compaginaba con el de simples vendedores de maní”, como si ese fuera un indicador válido. Entonces la mayoría de los chavistas en el gobierno son paramilitares también, porque el nivel de vida y su actividad bancaria no se corresponde con el de simples servidores públicos. Por que este Coronel de pacotilla no dice algo mejor o por que no se demuestra que eran paramilitares mostrando las armas con las que se entrenaban, el polígono o las canchas donde practicaban, los jefes que los comandaban. Y sus familiares? Tiene sentido que un paramilitar se lleve a su madre en una misión? Y si eran paramilitares, solo su secuestro y muerte fue lo que hizo que se descubriera su condición de paraco? En los próximos días los venezolanos presenciarán el pánico en el gobierno por la presencia en Venezuela de los enemigos de la guerrilla colombiana. A propósito, el Estado colombiano, también es su enemigo.