En
plena zona tórrida.
Hace ya muchos años,
cuando con casi siete años de edad asistía a mis primeras clases en una
escuelita rural, mi maestra de primer grado, Doña Marina de Flores, la única
maestra a cargo de los tres grados que allí se impartían, se turnaba para
impartir los conocimientos elementales a cada grado en una sola aula, por lo
que a quienes teníamos como nuestras primeras tareas deletrear, a veces nos
distraíamos escuchando los dictados para segundo grado o los problemas de
interés simple o compuesto que les colocaba en la pizarra al tercero.
En una de esas fugas
de mis obligaciones escolares, mis ávidos y curiosos oídos percibieron una
palabra totalmente desconocida para mí, la cual no dudé en consultarle a mi
maestra, recibiendo una respuesta totalmente inesperada. Ante mi pregunta sobre
cual era el significado de la palabra “tórrida”, mi severa maestra, además de
recordarme que me debía dedicar a mi tarea me indicó que se lo preguntara
cuando estuviera en tercer grado.
Les juro que no
recuerdo si en alguna oportunidad traté de averiguarlo o como me llegué a
enterar del significado de tal palabra, pero cuando al llegar al tercer grado y
al abrir en una clase mi cuaderno, para colocar como siempre en el extremo
superior derecho la fecha y el nombre de la materia a la que correspondería la
clase, Doña Marina Flores nos dijo “Geografía de Venezuela” y de inmediato nos
sumergió en la clase inicial, la cual comenzaba con un “dictado” subtitulado
“Situación geográfica de Venezuela” y allí, en esa tarde de no se que día o
fecha, tuve al fin mi encuentro con la palabra que dos años antes había llamado
mi atención de niño campesino.
Cuando salí de mi
escuelita y mis cortos y apurados pasos me llevaban a la casa de mis padres,
caminaba sintiéndome orgulloso de mi país, gracias a la posición geográfica
favorable frente a América del Sur que ese día supe que nos privilegiaba,
gracias a su ubicación al norte de Suramérica “en plena zona tórrida”.
El
desaceleramiento.
Con el transcurso
del tiempo, lo que había surgido en una simple clase de Geografía de Venezuela
se convirtió en el pleno convencimiento de que vivía en el mejor territorio del
mundo, pero no en el mejor país.
En la medida en que
me iba desarrollando profesionalmente, los gobiernos “democráticos”, con sus
respectivas gestiones me iban mostrando como desaceleraban el impulso que traía
el país. Era como si el tiempo se estuviera deteniendo para Venezuela, mientras
que los demás países del orbe continuaran su marcha inexorable. Los signos de
la economía eran lapidarios, el poder adquisitivo de los venezolanos iba en
retroceso, la salud, la seguridad, el empleo, la calidad de vida, sin que la
mayoría lo notara se esfumaban como un copo de algodón de azúcar al aire en un
día lluvioso.
Buscando
un cambio llegamos a donde no queríamos llegar.
En 1998, como en
esos días en que me dedicaba a volar a todos los lugares del país como piloto
de la Guardia Nacional y algunas veces sin radar meteorológico me enfrentaba a
obscuras nubes cargadas de agua y peligrosas corrientes de aire, creí ver una
ventana por la cual escapar al final del sombrío pasaje de bruscos ascensos y
descensos. La mayoría de los venezolanos vieron lo mismo, solo que al invertir
el esfuerzo electoral para ir hacia ese agujero en la penumbra, del otro lado
no los esperaba un cielo azul, despejado y prometedor, sino la pesadilla que
han tenido los pilotos perdidos entre las nubes sobre cordilleras y que les ha arrancado
la vida: la casi certeza de estrellarse contra una pared de rocas y árboles.
La pared que se
irguió frente a los venezolanos que buscaban ver a su país de nuevo sobre el
rumbo perdido cada vez está mas cerca, la vemos, la sentimos, esperamos el impacto,
pero aun cuando tenemos potencia para ascender y espacio para maniobrar, el
país simplemente no tiene chance de retorno porque los comandos que conducen la
nave venezolana están a merced de un loco capitán que insiste que lo que tiene
en frente es la salida y no el final.
El motín necesario
para relevar al inepto del comando de la nave ya no es posible, la tripulación
está borracha de poder y dinero y cree que el capitán va a maniobrar a tiempo,
además ninguno de ellos quiere correr el riesgo de ser relevado de su magnífica
y acomodada posición. Menos oportunidades tienen los pasajeros, sobre todo por
la actitud conformista de la mayoría de los venezolanos, quienes prefieren
quedarse viendo desde sus casas su propio final.
Navegando
en la dirección errada.
El país tiene dos
visiones totalmente opuestas, entre las cuales, la del Presidente es la que nos
dirige en la dirección errada. Por obra y gracia de esa visión se ha alentado
desde la misma presidencia los asesinatos de ciudadanos colombianos ante la
posibilidad de que pertenezcan a las filas de los paramilitares enemigos de sus
aliados las FARC y el ELN, se han tramado ridículas historias de espionaje y se
ha llegado a atentar contra infraestructuras levantadas trabajosamente por
comunidades fronterizas para poder interactuar a través de la frontera en
épocas de lluvia, todas las instituciones públicas cesaron en su función
existencial y se entregaron a la discriminación política.
La tendencia a la
desaceleración que alarmara a los venezolanos durante los gobiernos
democráticos se convirtió en una tendencia al retroceso: Las enfermedades
erradicadas hace muchos años reaparecieron inexplicablemente, los índices de
nutrición comenzaron a descender. Los únicos índices que se mostraban en franco
ascenso eran los indeseables, los negativos, los que atentaban contra el
pueblo: La corrupción, la inseguridad personal y patrimonial, la inestabilidad
económica, la inseguridad jurídica, así como actividades que debían ser
reducidas se repotenciaron como la economía de puertos y la improductividad de
las tierras.
Como si fueran pocas
las tribulaciones diarias de los venezolanos, la enfermiza egolatría del
Presidente ante la cual el país cada día es más pequeño, hizo que se empeñara
expandir sus apetencias hasta otras latitudes en sus planes de extender su
revolución en contra de la voluntad aún de sus propios pueblos a través de
mandatarios títeres seducidos por el poder de dinero, verbo y gracia Honduras,
donde un sumiso Manuel Zelaya trató de erigirse en tirano con el apoyo de los
países del ALBA.
Ante los países
cuyos Presidentes o gobiernos no accedieron a sus pretensiones, las vías
utilizadas fueron otras; La desestabilización, las agresiones económicas, la
inherencia en los asuntos internos y el apoyo económico e ideológico a las
posiciones contrarias al gobierno fueron sus armas predilectas, mientras que
llevaba a las figuras presidenciales al terreno personal utilizando el más
variado vocabulario escatológico como forma de agresión por una parte y como
artificio para congraciarse con su cohorte de aduladores.
Mientras sus
seguidores se dedican a proseguir las destructivas funciones que a diario les
van siendo asignadas, otros se concentran en los negocios “boligurgueses” en
los que por una parte cuantiosos recursos se van al exterior a cambio de armas
de guerra, policiales, adhesiones políticas, servicios de inteligencia y pagos
a extranjeros en sus propios países, mientras que grandes cantidades se quedan
“enredadas” en sus impúdicos bolsillos.
La corrupción sin
precedentes que envuelve a seguidores, amigos y familiares del Presidente es
tal vez de los males nacionales el menos nocivo para el país. Desde mi punto de
vista, el más peligroso para los venezolanos es el riesgo latente de la
implantación de modelos religiosos e ideológicos extranjeros en el país,
buscando no solo el apoyo de aliados poderosos en el ámbito internacional, sino
también la destrucción del “Imperio”. La implantación de tales modelos podrían
arrojar sobre el futuro de Venezuela insondables peligros, cuyo desarrollo aún
no ha sido mostrado en ninguna película de ficción. Todo lo anterior, más lo que cada tragedia
personal o institucional añade, es lo que podría indicar que Venezuela ha
llegado a un punto de no retorno en todos los órdenes, si continúa embarcada en
el fallido vuelo revolucionario de Hugo Chávez.
Afortunadamente, como se dice en el argot de la aviación
en Venezuela, “Dios es piloto” y aunque no es mi deseo que haga un milagro en
el caso venezolano, ha sido su designio que fuera la naturaleza quien le da una
nueva oportunidad a los venezolanos. El
creador solo necesita que los venezolanos pongamos de nuestra parte.