domingo, 24 de octubre de 2010

No hay mal que dure cien años…

Ni Venezuela que lo resista.

Durante estos cuatro mil doscientos ochenta días transcurrido bajo el gobierno de Hugo Chávez, nuestro pintoresco Presidemente se las ha ingeniado para no perder vigencia en la escena pública. Por supuesto que en muchas ocasiones, ayudado por los desafortunados errores de sus opositores, la mayoría de ellos acostumbrados al juego político ortodoxo frente a un zamarro entrenado desde su vida de cadete para hacer trampa en los Juegos Inter-institutos Militares, tal como se lo enseñó su Capitán Lucas Rincón Romero, cuando la Academia Militar era la organizadora de los juegos y contrataban como árbitros de Basketball a los verdugos de las otras tres escuelas militares venezolanas, a base de arbitraje amañado.

Algunos oficiales de la Academia Militar tenían como norma arrancar con ventaja en cuanta actividad deportiva se les ocurría, solo para avasallar a sus compañeros de la Armada, Aviación y Guardia Nacional. A respecto recuerdo dos casos ejemplarizantes para esos oficiales.

El primero fue en el año 1984, cuando se invitó a la EFOFAC a un juego amistoso de futbol americano a celebrarse en 15 días. La EFOFAC no practicaba esa disciplina y la Academia tampoco, pero ese año había armado un equipo desde hacía más de tres meses y querían experimentar para introducir la disciplina en los antes citados Juegos. La idea no sería mala si se hubiera coordinado con los demás institutos y no se practicara el ventajismo. El inepto comandante del Cuerpo de Cadetes de la EFOFAC en ese entonces, Cnel. Julio César Peña Sánchez aceptó más que el reto, caer en la trampa y ordenó que se improvisara un equipo para cumplir con el deseo de nuestro adversario y se me ordenó tal misión.

Ante la premura, buscamos entre los cadetes a un egresado de un colegio militar norteamericano para que enseñara a los nuestros las reglas del juego y ensayara las jugadas y comenzamos a buscar quienes podrían ser los jugadores: El resultado? Nadie tenía experiencia y menos aun estaba interesado, por lo que se impuso el estilo militar de resolución de problemas; les ordené a los oficiales que iniciaran inmediatamente los entrenamientos con el equipo de lucha olímpica, no sin antes ofrecerles a los cadetes, si ganaban un mes de salidas con pernocta y si perdían un mes sin salidas a la calle. La academia se las arregló para que el juego ocurriera como una actividad normal y en efecto se realizó una tarde, durante las prácticas deportivas de dicho instituto. Que ocurrió? Al efectuarse el juego sin el equipamiento respectivo, este no llegó al final y la mayoría de los cadetes de la Academia estaban fuera por lesiones y con la pizarra totalmente en contra. Ese día, desapareció junto con el equipo de futbol americano, toda mención de integrar dicha disciplina a los juegos que se realizaban cada dos años.

El segundo caso que recuerdo, tiene su origen en el altísimo sentido de compromiso de los cadetes con sus equipos, lo que llevó a que los juegos se convirtieran en casi una guerra entre escuelas y la supremacía de la Academia Militar era cada día menor, lo que determinó su suspensión por varios años, dando paso a juegos “amistosos” extemporáneos, casi siempre determinados por el deseo de obtener ventaja de parte del ejército cuando se conformaba un equipo “invencible”.

En 1995, la Academia, en secreto había logrado conformar unos ocho o nueve equipos con muy buena performance y de la noche a la mañana convocó para una reunión en el Ministerio de la Defensa a todos los jefes de las Divisiones de Deportes de las cuatro escuelas militares. La noticia que trajo nuestro oficial era que exactamente en tres meses, se realizaría una reedición de los juegos inter-institutos, bajo el nombre de “Juegos de la Confraternidad”. Lógicamente, tanto Armada como Aviación y Guardia Nacional, aunque tenían sus equipos conformados para la práctica interna del deporte respectivo, ante la ausencia de los tradicionales juegos para los que se preparaban durante dos años, no tenían el nivel competitivo requerido. Por mi parte, en mi condición de Comandante del Cuerpo de Cadetes alerté al Director de la Escuela sobre la inconveniencia de aceptar el reto en tan corto plazo, pero desde el Ministerio de la Defensa, se le impartieron instrucciones de que era un hecho consumado y que debíamos participar.

En tres meses, bajo un bombardeo de incentivos, recordando diariamente las glorias deportivas y las hazañas de la EFOFAC en el pasado, comprometimos a todo el batallón con el reto. Los cadetes utilizaron todo el tiempo disponible, incluyendo los días de su permiso de fin de semana, los deportistas recibían la mejor alimentación y suplementos para mejorar su estado físico e integramos a sus familiares para que nos ayudaran a que los cadetes lograran la mejor forma física y psíquica. Hicimos reuniones con los familiares en el teatro y organizamos un sistema de barras deportivas, cantos y de movilización para tener presencia en todos lo eventos. La consigna era ganar los juegos.

Llegada la semana en que ser realizarían los eventos, los padres, novias, hermanas, hermanos, amigos y amigas de cadetes, oficiales y hasta empleados civiles y profesores del instituto, asistieron a los encuentros y tan pronto terminaba uno, se mudaban al más próximo para animar a nuestros deportistas, haciendo entrada en el lugar del encuentro con el equipo ganador en hombros y anunciando nuestro triunfo. En número y entusiasmo quintuplicaban a las barras de la Academia Militar y ni se diga las de nuestros leales competidores de la Armada y la Aviación. Al final de los juegos de la confraternidad, la EFOFAC quedó campeón y la Academia de segunda con el orgullo herido de muerte. No obstante, muchos oficiales y cadetes del Ejército, celebraron nuestro triunfo, otros nos agredían e insultaban, tal como hoy lo hacen los seguidores del gobierno contra sus opositores. Al año siguiente, nuevamente la Guardia Nacional relegó a la Academia a un segundo lugar y los Juegos de la Confraternidad se acabaron.

Estos dos casos tienen mucho que ver con la realidad actual de nuestro país. El Presidemente y su séquito de tramposos se las arreglarán para trampear lo que sea posible, pero al final, terminarán rendidos ante lo que ellos no tienen, valor, dignidad y determinación. Eso sin contar con la segunda parte del dicho que encabeza este artículo: “Ni cuerpo que lo resista”, el cual hace alusión clara a que Venezuela no aguantará el mal que representa Hugo Chávez, pero que podría tener otra lectura.

Es posible que el cuerpo que no resista sea el llamado socialismo del siglo XXI o tal vez el del mismo Presidemente. Al respecto, personalmente tengo el temor de que será esto último, porque en los 4.280 días de exposición pública, el Chávez actual se muestra como la degeneración de un ser que ingresó a la política con serios defectos fisiológicos, cuyo desgaste psíquico nos podría colocar frente a un Diógenes Escalante, cuya esquizofrenia estalló el día en que faltó a una cita con el Presidente de la República, porque insistía que “le habían robado las camisas”, a pesar que quienes lo rodeaban trataban de hacerle ver la contraria realidad y de que ya tenía una puesta.

Y digo que tengo el temor, porque a pesar de que será el fin de la pesadilla para nuestro país, será el elemento que dejará sin castigo al culpable de la desolación económica, política y social que dejará luego de su infortunado paso por nuestras vidas. No me cabe la menor duda, que nuestro Presidemente está llegando al final de sus días como persona “oficialmente cuerda.